“El reino de Dios es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó” (Lc 13,20-21).
“¡El mejor plato en una comida es la buena cara!”. Con esta frase Don Bosco, en la Carta de Roma de 1884, da una clave de lectura para poner en práctica el Aguinaldo del Rector Mayor. Es un eslogan, un refrán que aporta gran sabiduría: nuestro rostro representa el estado de ánimo, refleja qué está pasando dentro nuestro. La sonrisa, alegría y humor reflejados en él son el mejor aporte para los que nos rodean.
“Faccia allegra, cuore in mano, ecco fatto il salesiano” (cara alegre, corazón en la mano, ese es el salesiano) era una expresión clásica, casi una definición-síntesis de la identidad carismática elaborada por los viejos salesianos. La sonrisa en el rostro, que brota de un corazón abierto y amable, es la expresión de una vida que se desparrama por todos los rincones y crea un ambiente de “oratorio”.
Ese cura sonreía
Pedro Enría era un chico de 12 años que estaba en el convento de Santo Domingo, que acogía provisoriamente a los huérfanos del cólera, cuando ve venir a Don Bosco. Sin saber quién era lo describe así: “Ese cura sonreía”. Era una sorpresa para él, era un nuevo tipo de sacerdocio”.
La alegría fue, sin duda, el sello personal, el rasgo característico de la identidad de nuestro Santo Fundador. Pablo Álbera lo recuerda también así en la circular ‘Cómo nos amaba Don Bosco’: “La sonrisa florecía en sus labios, siempre nueva y variadísima, pero siempre calma”.
Madre Mazzarello, por otro lado, en sintonía de alma por el mismo don del Espíritu, vive alegre y promueve el ambiente de alegría. En sus cartas pregunta muy a menudo a sus hijas: “¿Estás contenta? Me gustaría también que estuvieses siempre alegre”. Y afirma: “Una gran alegría es la señal de un corazón que ama mucho al Señor, mientras que la tristeza es la madre de la tibieza”.
Llegar a estar alegres es la expresión de “la propuesta” educativa pastoral de Don Bosco en la que resume toda la santidad juvenil salesiana, que Domingo Savio expresa sabiamente diciendo: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
La alegría salesiana nacida de la Pascua
Aparentemente, la espiritualidad de la alegría parece algo muy simple y poco místico, pero somos conscientes de que normalmente andamos por la vida ocupados, preocupados, estresados, influenciados por contextos negativos y por el bombardeo comunicacional cargado de tristeza.
Para sonreír en medio de las dificultades y sufrimientos, se necesita experimentar en nuestro yo profundo el amor de Dios, su presencia pascual que transforma la muerte en vida. Se trata de una alegría que nos hace vivir como “resucitados”.
Así la define Don Bosco en la misma carta del 84, como: “Alegría de paraíso”. Es una alegría que va más allá de la alegría exterior, traspasa los motivos para estar tristes, atraviesa nuestras mismas miserias, lo pesado de ciertas relaciones, la fatiga y el cansancio, toda causa de tristeza y amargura. Es, en cambio, manifestación, transparencia del misterio pascual de Jesús que nos resucita en cada momento presente.
La alegría salesiana es motor de la esperanza, expresión visible de la caridad y nace de la fe y certeza del amor de Dios.
Como una corriente eléctrica
La alegría que estamos llamados a poner como levadura en la realidad donde Dios nos plantó es transparente, contagiosa, comunicadora, creadora de un ambiente que estimula a crecer. Irradia una enorme dosis de energía educativa. Don Bosco dice que es “como una corriente eléctrica que se establece entre los educadores y los jóvenes”.
Entre los salesianos, la alegría no es algo opcional, por el contrario, es algo que se lleva en las entrañas, como un fuego contagioso que necesita manifestarse. Es la alegría contagiosa de María que en la visita a Isabel lleva en su seno a la fuente de toda alegría, el mismo Jesús, y al saludarla “hace saltar de alegría” al niño que ya se gestaba en ella desde hacía seis meses.
La alegría salesiana es un “evangelio”, una buena noticia para comunicar. Es la “levadura en la masa” que hoy el mundo necesita. Estamos entonces llamados a experimentarla en nuestro interior, a alimentarla cada día y a expresarla y comunicarla como el mejor aporte para que el Reino de Dios crezca en medio nuestro.
Por Luis Timossi, CSFPA