Si quisiéramos saber cuándo Don Bosco tuvo la primera noción de nuestro país o en qué momento hizo el primer contacto con un chileno, es algo que no lograremos saber con precisión, sin embargo, podemos aproximarnos a partir de la revisión de algunos hechos históricos relevantes.
Todo indica que Don Bosco realiza su primer contacto concreto con chilenos gracias a un gran acontecimiento para la Iglesia universal de aquel entonces: el Concilio Vaticano I (1869 – 1870) convocado por el Papa Beato Pío IX. A este concilio debieron acudir todos los obispos del mundo. De Chile participaron los cuatro con los que contaba nuestro país en aquel entonces: Mons. Rafael Valdivieso, Arzobispo de Santiago; Mons. José Salas, Obispo de Concepción; Mons. José Manuel Orrego, Obispo de La Serena y Mons. Francisco de Paula Solar, Obispo de San Carlos de Ancud.
Junto a los cuatro obispos, participaron, además, comitivas compuestas por varios sacerdotes, entre los que se encontraban los presbíteros Blas Cañas (fundador del actual colegio salesiano El Patrocinio de San José), Crecente Errázurirz futuro Arzobispo de Santiago, y varios personeros laicos como el gran político Abdón Cifuentes y el gran benefactor José Domingo Cañas.
El paso obligado de cualquier delegación oficial chilena en aquella época, antes de ir a algún lugar de Europa, era París, debido a que en esa ciudad había gran presencia de compatriotas y la mayor delegación diplomática de nuestro país en el viejo continente. Una vez terminada la estadía en París, el viaje a Roma debía hacerse por tierra, trayecto que tenía a Turín como paso obligado, ciudad capital del Reino del Piamonte. Es en ese lugar donde un grupo de chilenos escucharon hablar por primera vez de las maravillas del sacerdote Juan Bosco.
Toda la delegación chilena pudo visitar y ver con sus propios ojos el trabajo realizado por Don Bosco en el mismísimo oratorio de Valdocco y entrevistarse personalmente con él. El obispo de Concepción recuerda este encuentro con las siguientes palabras: “Salidos de París llegamos el 17 de noviembre de 1869 y allí visitamos al venerable Don Bosco, fundador de la Congregación Salesiana…; nos condujo por los departamentos de esa gran casa, la principal del instituto. Había en ella más de 700 alumnos, estudiantes de teología,… futuros obreros…”.
Abdón Cifuentes relata en sus “Memorias” su estadía en el oratorio junto al presbítero Blas Cañas y a José Domingo Cañas, lugar en el cual permanecieron por período de tres días. Lo describe de la siguiente manera: “Era una inmensa casa construida de limosnas y con una magnífica iglesia que Don Bosco había comenzado a edificar sin más capital que una lira y que había terminado con limosnas que él mismo recogía. En la casa había más de 800 internos, cuyos gastos de educación, alimento y vestuario y demás necesidades se hacían con los recursos o con las limosnas que la Providencia enviaba cada día.
La gran masa de esos alumnos, que el Conde Cavour acostumbraba a llamar, en broma, “los pilluelos de Don Bosco”, eran huérfanos o abandonados o vagabundos que Don Bosco recogía para librarlos de la miseria y de los vicios y los educaba en la piedad, dándoles, al mismo tiempo, el conocimiento de algún arte u oficio para devolverlos a la sociedad convertidos en hombres honrados, laboriosos y diestros en las profesiones…”.
Lo que más le impacta a este gran político es la figura humilde de Don Bosco, la cual describe de la siguiente manera: “…Don Bosco era un sacerdote de unos 55 años. De regular estatura, tez blanca y sonrosada, ojos pequeños, de maneras muy afables, pero de apariencia tan humilde y sencilla que se podía tomar por un bondadoso cura de campo. Como vestía pobremente y yo no tenía entonces conocimiento de sus obras, nada me hizo sospechar que me encontraba en presencia de un gigante de la caridad… durante tres días tuve la ocasión de verlo y oírlo tan de cerca. Su humildad lo ocultó a mis ojos indiferentes”.
Sí, Don Bosco pensaba en Chile Casi una década después de estos fenomenales encuentros entre Don Bosco y altos dignatarios políticos y eclesiásticos de nuestro país, se generó otro encuentro entre el Santo y un presbítero chileno. Esta vez, el contexto era de conflicto, originado por una sucesión arzobispal. A la muerte de Mons. Rafael Valdivieso, acaecida en 1878, las relaciones entre la Iglesia y el Estado se vieron enfrascadas en un pleito por la sucesión del Arzobispo de Santiago. Como la Iglesia estaba unida al Estado, el gobierno chileno todavía ejercía el viejo derecho colonial del patronato, que le otorgaba facultad al gobierno civil de proponer a las autoridades eclesiásticas.
El gobierno liberal del Presidente Domingo Santa María propuso para la sede arzobispal a un sacerdote más proclive a las tendencias del gobierno, el presbítero Francisco de Paula Taforó, lo que provocó un rotundo rechazo en las autoridades eclesiásticas de la época. El Vicario Capitular de Santiago, Mons. Joaquín Larraín, a cargo del Arzobispado durante la sede vacante, realizó una férrea lucha contra el gobierno, lo que hizo renunciar al Presbítero Taforó a la sede de Santiago, sin embargo, el gobierno no dio su brazo a torcer, por lo que el problema perduró por espacio de ocho años, hasta que finalmente fue elegido Mons. Mariano Casanova.
Para hacer frente a este conflicto, Mons. Larraín envió a Roma a un hábil sacerdote, José Alejo Infante, quien se encargaría de defender ante la Santa Sede los intereses de la Iglesia de Santiago ya que el gobierno chileno había enviado al conocido escritor Alberto Bles Gana como ministro plenipotenciario para defender la postura del Estado.
En medio de este complicado conflicto, el presbítero Infante se dio el tiempo de dejar por un instante tan delicada misión ¿Qué podía ser tan importante para hacer eso? ¿Por qué las autoridades eclesiásticas chilenas no pusieron objeciones? El motivo era conocer al sacerdote Juan Bosco y para eso debía viajar a Turín.
En 1880 el presbítero Infante viaja a la ciudad del Piamonte, atraído por la fama de Don Bosco. El 30 de noviembre visitó el oratorio y, aunque parezca increíble, pudo conversar largo tiempo con nuestro Padre Fundador, quien le invitó a pasar el día con él y le manifestó su vivo deseo de fundar una casa en Concepción.
Después de su estadía con Don Bosco, el sacerdote chileno escribe fascinado a su superior en Santiago, Mons. Larraín. Entre sus líneas encontramos un hecho que, de haberse producido, hubiese configurado nuestra historia salesiana nacional de un modo diferente: “Me he visto con Don Bosco, el fundador de los salesianos; por invitación de este buen sacerdote he pasado casi todo el día en el gran establecimiento que tiene en esta ciudad. Me dijo que hace mucho tiempo deseaba fundar en Chile y que había encargado a un sacerdote que decía conocer al Sr. Obispo de Concepción para que le hablara de su parte, a fin de hacer una fundación en la Patagonia que él creía pertenecer al obispado indicado. Dicho sacerdote, en vez de hablar con el Obispo de Concepción, habló al de Buenos Aires y las fundaciones se hicieron en ésa diócesis y en Montevideo…”.
El P. Simón Kuzmanich (QEPD), historiador de la Congregación Salesiana en Chile, comenta a raíz de esta carta: “Por el contenido podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Estaba en los planes de Don Bosco hacer de Chile la cuna de la obra salesiana en América? ¿Qué habría sucedido si dicho sacerdote que decía conocer al obispo de Concepción hubiera hablado a este obispo, como Don Bosco le había encargado? Queda patentemente claro, sí, Don Bosco pensaba en Chile…”.
Por, P. Sebastián Muñoz Olmos, sdb
Interesantísima historia,