Continuamos revisando la historia de la obra salesiana en Chile en el contexto de los 130 años que se cumlpen desde la llegada del Carisma de nuestro Padre Don Bosco a nuestra patria.
Desde su origen y hasta hoy, la Espiritualidad Salesiana convoca no solo a quienes disciernen la llamada a una vocación de especial consagración en la vida religiosa. Don Bosco logró llevar su obra educativa y evangelizadora a todo el mundo gracias a muchos laicos que encarnaron y encarnan la propuesta, algunos de ellos, incluso, profundizando en ella hasta alcanzar la santidad de vida.
Esta experiencia de tantos que se han sumado a la labor salesiana abrazando la espiritualidad ha dado como fruto la Familia Salesiana, movimiento conformado por 32 grupos, entre cuyos integrantes se cuentan muchos que han llegado a ser reconocidos modelos de vida cristiana ¿Sabías que dentro de nuestra familia existen 13 santos, 180 beatos, 16 venerables y 22 siervos de Dios?
El grupo de integrantes de la Familia Salesiana cuenta con una mujer que colaboró estrechamente con Don Bosco en la expansión del carisma. Una aristócrata que se convirtió en salesiana cooperadora y que donó toda su fortuna familiar a los más necesitados, muriendo casi en la pobreza. Nos referimos a doña Dorotea Chopitea.
Para los Salesianos Cooperadores -tercer grupo fundado por Don Bosco- Doña Dorotea Chopitea es un referente mundial. Su ejemplo de vida cristiana y generosidad con los que menos han tenido fue realmente ejemplar. Residía en Barcelona; estaba casada con un banquero, Don José María Serra y Muñoz, con el cual tuvo seis hijas. Pese a la gran fortuna que poseían, nunca olvidaron los principios cristianos. La preocupación por los pobres era su prioridad, llegando a señalar: “Los pobres serán mi primera preocupación, aunque me cueste grandes sacrificios”.
En Barcelona era conocida como la “Limosnera de Dios”, pues había fundado más de 30 obras sociales a favor de los más necesitados. Es en ese contexto que Doña Dorotea se entera de la existencia de un sacerdote de Turín que había fundado una congregación religiosa para atender a los jóvenes abandonados. No tardó en escribirle una carta fechada el 20 de septiembre de 1882 para que los Salesianos fundaran una escuela en España. Dos años más tarde, su sueño se hace realidad.
Los Salesianos llegan a Barcelona para hacerse cargo de una presencia en Sarriá, gracias a las gestiones del beato Felipe Rinaldi, quien escribía a Don Bosco: “Fuimos a Barcelona llamados por ella, porque quería proveer a los jóvenes obreros y a los huérfanos abandonados… Con mis propios ojos contemplé cómo socorría a niños, viudas y viejos, desocupados y enfermos”.
En la primavera de 1886 Don Bosco visita personalmente Barcelona. Uno de sus grandes deseos era conocer a la bienhechora con la que se había escrito y que tanto bien hacía a la Congregación, señalando en su encuentro: “Oh, Señora, todos los días he rogado al Señor me concediera la gracia de conocerla antes de morir”. Don Bosco estaba tan admirado de su fe y colaboración que, conmovido, dijo de ella: “Es nuestra mamá de Barcelona”, calificativo con el que, hasta entonces, solo refería a su propia madre, Mamá Margarita, y a la Santísima Madre de Dios, María Auxiliadora.
Dentro de las peticiones que Doña Dorotea hizo a Don Bosco para abrir obras, había una que llamaba enormemente la atención hasta para el mismo Santo: iniciar una en el lejano Chile, particularmente en Talca, ciudad que en aquel entonces apenas aparecía en los mapas. ¿Por qué esta aristócrata y bienhechora de Barcelona le interesaba fundar una presencia en un país tan lejano para el mundo europeo y en una ciudad tan desconocida? La Respuesta es que Doña Dorotea era chilena. Sí, chilena, aunque cueste creerlo. Había nacido en Santiago de Chile, el 5 de junio de 1816, en medio de la reconquista española. Su padre fue un caballero vizcaíno, Don Pedro Nolasco de Chopitea Aurrecoechea y, su madre, Doña Isabel de Villota, perteneciente a una familia acomodada de Santiago.
Don Pedro era del bando realista. Después del triunfo de la causa independentista, tras la batalla de Maipú, debió huir con toda su familia a España, en 1818, radicándose en Barcelona. En ese lugar y según la costumbre de la época, fue comprometida en matrimonio a los 16 años, con un rico banquero de Barcelona, Don José María Serra y Muñoz que, curiosamente, también había nacido en Chile y con el que estuvo felizmente casada por 50 años. Don José María posteriormente fue cónsul de nuestro país en esa ciudad, cuando España reconoce el estado de Chile, en 1844.
Doña Dorotea nunca olvidó la tierra que la vio nacer. En una oportunidad, cuando la visitó en España el gran político chileno Abdón Cifuentes, le ofreció comidas chilenas y le mostró una hermosa quinta donde cultivaba frutillas del Aconcagua y una hermosa enredadera de rojos copihues, más algunos árboles llevados desde Chile. El deseo de fundar una casa en Talca se debe a que una cuñada suya, Sor María Teresa Serra, superiora de las religiosas del Sagrado Corazón, le insistió que hiciera todo lo posible para que los Salesianos fuesen a esta ciudad. La fundación de la casa salesiana de Talca fue la última en el mundo en ser aprobada por el propio Don Bosco.
Doña Dorotea donó toda su fortuna en las obras de caridad, demostrando el desapego total al dinero, entendiendo que su mayor tesoro era Cristo, a quien encontró en los pobres. Se estima que entregó alrededor de 20 millones de pesetas de aquella época para las obras de caridad, suma que excedía con creces lo que el Estado invertía en sus instituciones.
Se cuenta que ya anciana ayudó a financiar una obra que se estaba construyendo en Barcelona encomendada a las Hijas de María Auxiliadora, la Escuela Dorotea, la que requería una fuerte inversión. No dudó en entregar 60 mil pesetas de entonces, que era el último dinero que tenía reservado para su vejez. Al donarlo señaló: “Dios me quiere pobre”.
Doña Dorotea parte al encuentro del Padre Dios un 3 de abril de 1891, con fama de santidad. El 4 de abril de 1927 se inició su proceso canónico y el 9 de junio de 1983 el Papa San Juan Pablo II la declaró venerable, encontrándose su causa en Roma, a la espera de algún milagro que la lleve a los altares. De ser así, tendríamos otro miembro de nuestra familia salesiana nacida en nuestras tierras en estas condiciones, junto a la beata Laura Vicuña.
En un mundo materialista y egoísta que solo piensa en lucrar; en un país en que la ambición del dinero ha corrompido nuestras instituciones y ha generado brechas escandalosas entre los que más y menos tienen, deberían existir más personas como Doña Dorotea, generosas, que sepan dar respuestas, desde la fe en Cristo, a los problemas sociales, y que tengan la voluntad en donar en favor de los últimos, de los más necesitados, los preferidos de Dios, los predilectos de Don Bosco.
El grupo de integrantes de la Familia Salesiana cuenta con una mujer que colaboró estrechamente con Don Bosco en la expansión del carisma. Una aristócrata que se convirtió en salesiana cooperadora y que donó toda su fortuna familiar a los más necesitados, muriendo casi en la pobreza.
Por P. Sebastián Muñoz Olmos, sdb