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Miguel Rúa fue confirmado por el Papa León XIII como Rector Mayor, primer sucesor de Don Bosco, el 11 de febrero de 1888. Para don Albera significaba un respaldo como inspector en Francia, pero se daría una novedad: el 29 de agosto de 1891 sería elegido director espiritual de la congregación.
Un nuevo horizonte lo desafiaba, debía animar la espiritualidad de sus hermanos, Familia Salesiana y jóvenes, lo que sería una constante en su vida.
En toda América
Don Bosco narró que en uno de sus sueños misioneros recorría América desde Valparaíso hasta Pekín, en Asia. En 1900, cuando se celebraban las Bodas de Plata del primer envío misionero a la zona, la expectativa de que Don Rúa visitara las inspectorías americanas era creciente, pero sería el P. Albera, con 55 años, el enviado en su nombre.
Recorrió casa por casa durante tres años. Tuvo encuentros personales y grupales, celebraciones litúrgicas, recibimientos jubilosos y actos formales, ejerciendo su ministerio sacerdotal, predicando ejercicios espirituales y dando conferencias a comunidades y asociaciones.
En las casas de formación de salesianos e Hijas de María Auxiliadora entusiasmó con Don Bosco y los acompañó en situaciones complejas, como la fiebre amarilla, persecución religiosa en Ecuador y las guerrillas en Colombia y Venezuela.
Viajó por todos los medios y se adaptó a ciudades y climas adversos del continente. Enfrentó momentos de precariedad en su salud e, incluso, una cuarentena en Isla de Flores.
Fue de una república a otra, con sotana o sin ella, como en México, donde constató cómo el Oratorio de Valdocco era el modelo reproducido en el fervor de la vida espiritual, propuesta pedagógica y actividad evangelizadora.
Presidió acontecimientos como el 1er. Capítulo Sudamericano de Directores Salesianos. Ordenó a 15 sacerdotes en la misa de medianoche del 1900 a 1901 cuando Don Rúa consagraba la Familia Salesiana al Sagrado Corazón de Jesús. Impulsó nuevas fundaciones y aceptó frecuentes pedidos de obispos salesianos para sus diócesis.
Su experiencia personal se sintetiza en una de sus cartas: “Aquí me siento casi mejor, aunque el género de vida sea tan diferente al de Europa. Estoy siempre viajando y no tengo tiempo para escribir… Los hermanos me colman de las más delicadas atenciones”.
Otro Don Bosco
Don Albera pasó entusiasmando a la Familia Salesiana, como cuando a los Cooperadores de Quito les expresó: “Ustedes, que aman apasionadamente a estos jóvenes pobres, generosos de afecto y benevolencia, con una caridad desinteresada, harán de padres y madres, buscarán un futuro tranquilo y honorable, el trabajo que dignifica, el estudio que ennoblece, la religión que consuela, santifica y asegura la felicidad eterna a estas creaturas de hoy”.
Su preocupación, al igual que Don Bosco, era la salvación de los jóvenes. En Agua de Dios dejó su recuerdo: “Sufren tanto en el cuerpo, dejen de sufrir al menos en el alma reconciliándose con el Señor, esto depende de ustedes. Somos incapaces de curarlos de la lepra material, permítannos que los curemos de la espiritual”.
El P. Ricardo Pittini, futuro arzobispo en Santo Domingo, recogió lo que resonaba en el corazón de quienes trataron a Don Albera: “En estos días tu rostro, tu sonrisa, tu palabra bendita… nos ha dejado la imagen de un padre que no lo veíamos con los ojos materiales, pero que todo palpitaba en ti, la impronta de Don Bosco… El agradecimiento es la única promesa que te hacemos”.
El 18 de marzo de 1903 inició el regreso a Valdocco, llegando el 11 de abril. Todo el Oratorio dio gracias con el canto del Te Deum. Se podía concluir que el sueño de Don Bosco era una realidad.
Por P. Manolo Pérez, SDB, CSFPA