“El reino de Dios es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó» (Lc 13,20-21).
Con el Aguinaldo de este año, el Rector Mayor nos ofrece la oportunidad de conocer mejor el corazón de Don Bosco. Da en el blanco de una intuición generadora del carisma salesiano, un rasgo profundo y profético que caracterizó su aporte a la humanidad y particularmente a la Iglesia.
La metáfora de la levadura reside en su principio transformador, ya que se compone de una gran cantidad de microorganismos vivos que, al integrarse con la masa inerte, producen el efecto de fermentación que cambia el estado inicial del producto.
“Yo siempre tuve necesidad de todos”, es quizá la frase de Don Bosco que resume su vida y acción apostólica, y nace de un principio evangélico que lo anima desde su yo más profundo y desde la escucha atenta del Espíritu Santo: la necesidad de unir fuerzas, la unidad. “Padre, que todos sean uno, para que el mundo crea” (Juan 17, 21).
Don Bosco nunca trabajó solo. Su experiencia y vocación lo llevaron a unir fuerzas con otros para hacer el bien. Creía que la unidad de personas con buenas intenciones era como una cuerda fuerte compuesta por muchos hilos cohesionados. Esta unidad tiene el poder transformador de la masa, como la levadura.
Unión para la salvación de los jóvenes
Para rescatar a la juventud, “la porción más valiosa y delicada de la sociedad”, Don Bosco buscó crear un movimiento compuesto por personas de diversos estados y condiciones, para unirlas en un compromiso de vida y trabajo.
Si nos remontamos a los orígenes de la Congregación Salesiana, podemos observar que comenzó su labor con los oratorios, en los que convocaba a laicos, sacerdotes, hombres y mujeres colaboradores, asignándoles alguna tarea con los jóvenes más necesitados.
Inicialmente fundó una “congregación” que era más un grupo o asociación que un instituto de consagrados, integrada por laicos y sacerdotes colaboradores. Luego de las dificultades de 1852 comenzó a organizar lo que denomina una “segunda familia” de consagrados, justamente más unidos en la misión por la fuerza de los votos. Ambos organismos permanecieron unidos en una especie de “Congregación mixta”, hasta que la rama laical encuentra su expresión de continuidad en la fundación de los “Cooperadores Salesianos”, en 1876.
Toda una novedad: “Los salesianos externos”
En las Constituciones de La Pía Sociedad de San Francisco de Sales (SDB) redactadas por él en 1860 y hasta la versión de 1873, en la que la Santa Sede le obliga a quitarlo, incluyó un capítulo sobre “Los salesianos externos” que decía: “Cualquier persona, incluso aquella que vive en el mundo, en su propia casa, en el seno de su familia, puede pertenecer a esta sociedad”.
Expresa así claramente su deseo de integrar en un gran movimiento a los convocados a ser levadura en la salvación de la juventud pobre y necesitada. En todo momento busca expresamente “la unidad de disciplina, espíritu y organización” de esta energía de personas, siendo él mismo el referente para todos y encontrando siempre la confirmación de la Iglesia en la bendición del Papa que garantiza la unidad.
Laicidad de María
En la comprensión de este aspecto esencial del carisma y del itinerario formativo del mismo Don Bosco, es fundamental la acción formadora de María, “la maestra”, que colabora con el Espíritu Santo en la construcción de su corazón. Ella, sin duda, aporta singularmente los rasgos de su ser mujer, madre y laica. Esta “laicidad mariana” teje la trama del estilo novedoso de su obra, transformándose en una dimensión identitaria del mismo carisma.
Para Don Bosco, la inclusión y colaboración de los laicos en su misión no fue una estrategia de conveniencia, sino una característica fundamental y siempre presente en su obra. Todos los miembros de la Familia Salesiana, comprometidos en diferentes tareas, trabajan juntos como fermento para transformar la humanidad y hacer un verdadero pan de vida para los jóvenes.
Por P. Luis Timossi, CSFPA Quito