Tras cuatro décadas de fiel servicio como educadora salesiana, Enriqueta Villalobos deja el Colegio de La Serena para comenzar una nueva etapa en su vida.
La historia de Enriqueta en la Escuela Salesiana de La Serena se remonta a la década de los 80, tiempo en que comenzó una relación marcada por la Providencia de Dios, la protección de María Auxiliadora y la presencia de Don Bosco.
Un segundo hogar
Enriqueta Eugenia Villalobos Castillo nació en Ovalle el 10 de diciembre de 1957. Hija única del matrimonio de Enrique Villalobos y Francisca Castillo, sus amigos le dicen “Ketty”, apodo otorgado por su padre, que la molestaba con los tallarines Lucchetti.
Le encantan las plantas, especialmente los helechos, los cuales colecciona en su casa. Las entrevistas la ponen nerviosa y, aun así, nos recibe en su despacho, lugar que graciosamente bautizó como “OIRS”, Oficina de Información, Reclamos y Sugerencias.
El último tiempo ha sido de intensas emociones, pues deja lo que para ella es “su segundo hogar”.
Llegó al colegio en 1980, cuando aún no terminaba la universidad, con solo algunas horas. Luego le ofrecieron el cargo de la biblioteca y jefatura de curso.
En 1990 llegó a la Unidad Técnica Pedagógica y en 2012 a la rectoría, convirtiéndose en la primera rectora laica del colegio.
Casi 43 años al servicio de la educación de niños y jóvenes de la Región de Coquimbo, que constituyen más de un tercio de los 122 años de historia de la casa salesiana, fecunda trayectoria en la que compartió con 12 directores.
Educadora pastora
No imaginaba ser profesora, porque quería estudiar Servicio Social, pero su vocación nació en el colegio salesiano. La cautivó el ambiente de familia.
“La vinculación que tenían los sacerdotes, profesores y estudiantes era de mucho compartir. Éramos tan jóvenes en aquella época. Jugabamos vóleibol, básquetbol, tenis de mesa, canturreábamos. Era como llegar a una casa de familia en la que todos te conocen y eso te va cautivando”.
Recalca que “el trabajar en un colegio salesiano es un servicio, no importa qué hagas, siempre hay que considerar que hay un bien superior que es el de los chicos. Se hace todo con ganas, se entrega lo mejor, se trabaja con responsabilidad”.
No sabía nada de Don Bosco cuando cruzó por primera vez las puertas de la escuela, pero con el tiempo entendió que el Santo de la Juventud siempre la acompañó.
Llevaba dos años trabajando como profesora de historia cuando se percató de una imagen en el dormitorio de sus padres. Era una foto de Don Bosco con nombre en italiano, que luego mantuvo en su escritorio del colegio.
Hasta pronto
Tras partir del colegio, se ve emocionada y con una mezcla de sentimientos. “Por un lado siento tranquilidad, hice lo mejor que pude, di mi vida, así que misión cumplida. Tristeza por los amigos que dejo, pero también alegría por la nueva etapa que comienzo. ¡Tantos años y anécdotas con estudiantes y profesores!”.
Invita a toda la comunidad educativa pastoral a seguir trabajando incansablemente por mantener la larga historia del colegio, que no es indiferente en la ciudad.
“Los profesores que están acá, están por vocación, y los estudiantes también saben quiénes trabajan por, para y con ellos. Estoy muy convencida de que formando buenos cristianos y honestos ciudadanos tendremos muchos logros con los estudiantes. Solo hay que creer en ellos”.
Por último, envía un mensaje a los estudiantes, razón de ser de la misión educativa salesiana.
“Lleven su uniforme e insignia con orgullo. Tienen que ser testimonio de estar en un colegio católico, porque no llegaron acá al azar, llegaron porque la Auxiliadora los trajo, igual que a mí”.
Por Karina Velarde, periodista