Formados en la práctica
El Papa Francisco, en su mensaje al Capítulo General 28, afirmó: “Es muy importante sostener que no somos formados para la misión, sino que somos formados en la misión, a partir de la cual gira toda nuestra vida”.
El proceso de formación en el carisma salesiano es una de las artes más delicadas e ingeniosas, ya que desafía a quienes acompañan el camino de crecimiento en la identidad vivida por Don Bosco.
La Constitución de los salesianos señala que él mismo decía: “En el seminario se forma el sacerdote, pero el salesiano se forma entre los jóvenes”.
Los primeros “formadores”
El primer artículo de nuestras Constituciones afirma que “para contribuir a la salvación de la juventud, el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco. Formó en él un corazón de padre y maestro”.
Es muy grato contemplar, en ese lugar, la profesión de fe de toda la Familia Salesiana. El carisma de nuestra congregación nace y se forma por la acción gratuita del Espíritu Santo y María. Ellos “nos hacen salesianos”, ya que son nuestros primeros y principales “formadores”.
Toda otra intervención en la formación no es más que un acompañamiento, mediación o reflejo de esta acción divina en el corazón de quien recibe y cultiva el don del carisma.
¿Formarse salesianamente?
Cuando el Espíritu y María nos regalan el don de la salesianidad, donan con él la energía de la caridad pastoral con dinamismo juvenil (C. 10) y la fuente o causa de esta, que es la gracia de unidad.
Ser salesiano significa vivir la caridad, es decir, el amor mismo de Dios con el estilo del Buen Pastor que da la vida por las ovejas con prontitud y rapidez, al estilo de María, cuando va a servir a su prima.
Es un singular dinamismo que se focaliza y sintoniza principalmente con el corazón de los jóvenes.
El amor a Dios y a los jóvenes, empáticamente vivido, se realiza en un solo movimiento de caridad, fruto, justamente, de la “gracia de unidad”, fuente del carisma.
Prioridad de la acción e interioridad
Formar en la acción no significa vivir afuera, ser superficiales, improvisados, o en el activismo. Si en el corazón salesiano no hay primero amor de Dios, ¿cómo puede haber en él verdadera caridad? Si el apóstol no descubre el rostro de Dios en el prójimo, ¿cómo puede decir que ama a Dios? (1 Jn 4,20).
Como sugieren nuestras Constituciones, “sumergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pastoral es donde el salesiano aprende a encontrar a Dios, en aquellos a quienes es enviado (C.96). Formarse en la misión es encontrarse con Jesús, que nos espera en los jóvenes (CG 28).
El salesiano es como un auto todoterreno, con la estructura bien plantada en la tierra y el motor lleno de cielo.
Por P. Luis Timossi, SDB, CSFPA