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Durante años el cambio climático se contempló como una situación lejana, con efectos a largo plazo, pero sus consecuencias se viven en el presente. ¿Qué podemos hacer a estas alturas?
Diez años atrás se hablaba de cambio climático como un concepto futurista, aunque muchos alertaban que esto ya pasaba. El año 2015 hubo 17 aluviones en la zona norte de Chile, que asolaron las regiones de Antofagasta, Atacama y Coquimbo. Un año después, las Naciones Unidas se reunieron en Marruecos para poner el tema sobre la mesa y decir al mundo lo que tanto temíamos: la crisis ambiental había llegado. Este 16 de agosto, el mensaje del propio organismo mundial fue aún más potente: “La humanidad está bajo alerta roja”.
Primero hay que tener claro cómo se provocó este fenómeno y cuáles son sus consecuencias concretas, que nos afectan a todos. Expertos han determinado como altamente riesgoso un umbral de 1,5 grados Celsius para el calentamiento de nuestro planeta y, desde 1900, impulsado por la industrialización, hemos llegado a un 1,1º. Con el actual nivel de emisión de gases, provocados por las distintas actividades humanas, se estima que en 20 años el efecto invernadero nos hará llegar al temido 1,5º, según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático.
Las señales son evidentes. ¿Se ha dado cuenta de que ya no llueve desde marzo hasta agosto? Seguro que sí. Bueno, nada de eso es casualidad. El calentamiento global está provocando intensas sequías, aumento de heladas, lluvias intensas en cortos periodos de tiempo, escasez hídrica, aumentos de incendios forestales y devastación de cultivos por el calor, entre otras cosas. Ahora llueve pocas veces, pero cae agua en extremo, con todos los desastres que implica. Al aumentar la temperatura de la atmósfera, la capacidad de agua que puede tomar es mayor.
El meteorólogo serenense Cristóbal Juliá advirtió el 2016 que “Coquimbo será cada vez más parecido a Copiapó, más desértico. La flora nativa que se ha ido adaptando va a desaparecer y el norte del país será el más afectado”.
En otras zonas del mundo se producen otro tipo de reacciones, como el derretimiento de los hielos polares, lo que provocará la inundación de algunas islas y áreas costeras. También hay cambios en los ecosistemas marinos y, según la IPCC, “estos cambios tienen clara relación con la influencia humana”.
No se trata de ser alarmistas. Lo que veíamos en películas de ciencia ficción y desastres naturales está ocurriendo. ¿Hay algo que podamos hacer a estas alturas? Ciertamente que sí y debe ser ahora, pero necesitamos tomar medidas drásticas para reducir emisiones de CO2 y mejorar de manera paulatina la calidad del aire.
El carbón, el metano y los combustibles fósiles son grandes culpables, pues generan emisión de dióxido de carbono, monóxido de carbono y otros gases nocivos. Tanto así, que la Comisión Europea pretende eliminarlos de aquí al 2050. Y los efectos positivos, en caso de tomar cartas en el asunto, serían recién a largo plazo. Sí, se necesitan cambios urgentes y los efectos de limpieza del aire se podrían ver recién en 20 años. Es para nosotros y para los que vienen.
Asumiendo culpas
Las nuevas generaciones nacieron conscientes de este problema y lo entienden mejor. Crecieron en un mundo donde se habla de “reducción de la huella de carbono” o las “empresas verdes”, que tienen que ver con una mayor responsabilidad ambiental. Un estudio de Thompson Reuters reveló que solo 100 compañías en el mundo son causantes del 25% de los gases invernaderos totales. Increíble.
Son empresas claramente identificadas, pero existen muchos intereses cruzados que impiden tratarlos con mano dura. En Chile se ha avanzado con leyes como la Responsabilidad Extendida del Productor (REP) y otras asociadas al reciclaje y reutilización de plásticos.
Valeria Vargas es ecologista y concejala de Talcahuano. Lleva años estudiando el tema y asegura que “todo tiene que ver con las altas emisiones de gases que deberíamos haber disminuido hace rato. Hay culpa de cada persona individualmente, pero más todavía del modelo económico. El mal uso de las aguas, las termoeléctricas contaminando los mares y bordes costeros y gran culpa de la industria”.
Y agrega: “La ganadería, la moda no sustentable, nos ofrecieron un tipo de consumo poco responsable y nosotros lo tomamos. Nuestra culpa también es no considerar otras opciones más amigables con el medioambiente. Faltan muchas políticas y educación ambiental que promuevan otra visión. Que los recursos naturales no se vean solo como elementos de explotación, sino que convivamos con ellos”.
Y en la pandemia, se notó cuánto necesitábamos de la playa, el bosque, el cerro. “Estuvimos mucho tiempo encerrados y pensemos cuánto extrañamos la naturaleza como un refugio, eran los lugares más seguros, los que te ayudan a despejar la mente. Lo único que necesitábamos para no volvernos locos era convivir con el entorno”.
La IPCC entregó un informe sobre qué hacer. Primero detalló que si no hacemos nada, a fin de siglo el calentamiento del planeta llegará a 4,4 grados. El objetivo es que en 20 años más no lleguemos al ya mencionado 1,5 y aseguran que sí es posible.
Lo primero es lograr que se firme un compromiso mundial más duro para reducir fuertemente la emisión de gases por parte de empresas. “Para ello debe primar el bien de la humanidad sobre las políticas económicas”, aseguraron. Y después viene el ejemplo de cada uno en casa, transmitirlo a los hijos, enseñarle al vecino. Demostrar que en el momento en que más necesitamos ser un equipo, se puede lograr lo que parece imposible.
¿Qué podemos hacer hoy? Valeria nos recomienda:
> Consumir menos carne
> Separar las botellas y el cartón
> Lavar menos
> Reutilizar el agua
> Dejar los envases plástico
Por Paulo Inostroza, periodista