Si bien nuestro país ha experimentado en su historia diferentes procesos migratorios, lo que ha estado ocurriendo en las últimas décadas en esta materia puede leerse como el inicio de un proceso gravitante de transformación social. El prólogo se fragua a partir del retorno de la democracia y la consolidación del sistema económico, a inicios de la década del 90.
Según datos de extranjería, Perú, Bolivia y Colombia son actualmente los países que registran mayor cantidad de migrantes en nuestra tierra, sin embargo, los patrones migratorios han ido cambiando con el ingreso cada vez más creciente de venezolanos, dominicanos y, sobre todo, haitianos.
Según registros del Instituto Nacional de Estadísticas, entre 2002 y 2012 la migración proveniente de la comunidad haitiana creció exponencialmente, de 50 a 1675 personas. En 2014 se calculaban más de 4 mil, según datos de su embajada en nuestro país y en 2016, según Policía de Investigaciones, la cifra superaba los 41 mil. Se estima que durante 2017 la ola migratoria haitiana ha elevado la cifra a 50 mil, con más de 110 ingresos diarios.
Integración Cultural
Este escenario genera importantes y múltiples desafíos, tanto a nivel de las instituciones de gobierno como de las personas. El choque cultural entre chilenos y haitianos es inevitable producto de las grandes diferencias en las visiones de mundo entre unos y otros, cuestión que se acentúa producto de la frecuencia y la cantidad de migrantes que siguen llegando.
La primera gran barrera que los haitianos encuentran es el idioma. En su país reconocen dos lenguas oficiales: el creole o criollo y el francés. El primero nace en tiempos de lucha contra la colonización y la esclavitud y lo utilizaron para organizar e instaurar el proceso de independencia. Así se convierte en una lengua con raíces históricas e identitarias. Esta vinculación tan especial con su lengua es el motivo por el cual muchos de ellos no consideran aprender español para insertarse en la sociedad chilena, dificultando su autonomía, además de ser víctimas de abusos laborales y discriminación.
Woodly Voltaire es un haitiano que reside en Chile hace 2 años. Trabaja en el rubro de la construcción y vive en la comuna de San Bernardo. A pesar de que conocía algo de español, igualmente tuvo muchas dificultades para comunicarse. “Cuando llegué a Chile tuve miedo de hablar, porque cuando escucho conversar a los chilenos parece como si fuera otro mundo, como si yo no supiera nada de español”.
Respecto de su adaptación, comenta: “Lo que he visto como las fiestas patrias, me encantan, el estilo como lo que pasó en el Parque O’higgins con la marcha y todo, pero me falta mucho tiempo para aprender las costumbres”.
Robenson Robicky es otro haitiano de San Bernardo que también trabaja en el rubro de la construcción. Para él también el idioma representa una gran dificultad, sobre todo hablarlo, no así entenderlo. El factor climático lo ubica en segundo lugar de dificultades: “Otra cosa que me impactó fue el frío que hace aquí en Chile. Esto es realmente un problema para nosotros porque no estamos acostumbrados a este tipo de clima. Allá en mi país pueden haber 36°C con lluvia”.
Para entender el contexto del cual proviene la comunidad haitiana, debemos tener presente algunos elementos históricos y socioculturales relevantes. El primero es que en 2010 el país fue azotado por un terremoto de 7,3 grados magnitud richter, seguido de 44 réplicas, que generó graves daños en la infraestructura de toda la isla. El palacio de gobierno terminó destruido, así también gran parte de las
fuentes laborales.
Por otra parte, la brecha entre los estratos sociales es muy grande. En buena parte del territorio sufren grandes precariedades. Por ejemplo, la mitad de la población no tiene agua potable y en muchos lugares no hay electricidad. Los que tienen, solo es por una o dos horas diarias.
Para una buena parte de la población, los niños no son concebidos como sujetos de derecho, por lo que NO se privilegia su desarrollo integral. Así quedan descartados
aspectos básicos como el juego y la educación escolar. Para este mismo sector se asume como parte de la cultura el hecho de que los niños no tengan juguetes. Una situación aún más extrema es el flagelo que viven unos 300 mil niños en un sistema
de esclavitud llamado restavèks en el que sufren abusos físicos, sexuales y mentales.
Aún con estas condiciones, hay un sector de la población que logra acceder a estudios. Así lo refleja la cifra de ingreso a Chile, que establece que cerca del 60% de los haitianos que arriban poseen estudios secundarios o universitarios. Lamentablemente no son reconocidos por el Estado chileno, lo que dificulta su inserción, además de desaprovechar el capital humano. Entre las profesiones que provienen de Haití se registran principalmente Enfermería, Mecánica, Informática,
Administración y Contabilidad.
La preferencia
La ola migratoria haitiana que vivimos en nuestro país se debe a que los mismos
migrantes consideran que Chile posee ventajas comparativas en relación a otros lugares. “La situación política de Haití es insostenible; hay mucha corrupción. Esto nos hizo huir del país; casi no había futuro para los jóvenes como nosotros. Escogí Chile porque en otros países piden muchos requisitos, en cambio aquí es más fácil acceder a un trabajo”, comenta Woodly.
“El trámite para sacar visa en Haití es dificultoso, se demoran mucho, pero Chile no la exige, lo que facilita las cosas. En Brasil hay muchos haitianos, pero ellos necesitaron visa antes de ingresar”, comenta Robenson.
Si bien, como explican Woodly y Robenson, existe una mayor facilidad al no exigir visa, de igual manera hay requisitos mínimos: solvencia económica para alojar
y comer durante tres meses -tiempo que dura la estadía de turista-, hospedaje asegurado y el boleto de avión de regreso a su país, sin embargo, los datos apuntan a que muy pocos son los que regresan.
Además de condiciones más favorables para el ingreso, la estabilidad política y el desarrollo económico juegan un papel preponderante para fundamentar la opción preferente por nuestro país. Pero no nos engañemos, aún falta por avanzar. Muchos de ellos se encuentran en situaciones deplorables e infrahumanas, viviendo hacinados, lejos de sus familias, con sueldos precarios, discriminados por su dificultad para comunicarse o por su color de piel.
Según el Departamento de Extranjería y Migración, para disminuir esta situación de vulnerabilidad se hace necesario la implementación de varias acciones a nivel laboral, social y cultural. Por ejemplo, en la situación laboral se deben generar intervenciones que involucren a los migrantes haitianos y a los empleadores para
concientizar sobre los derechos laborales universales para todos los trabajadores.
En cuanto a la educación, el principal problema es el acceso. Como hemos mencionado, no hay reconocimiento a la educación media de los haitianos y a eso se suma la imposibilidad de compatibilizar extensas jornadas laborales mal pagadas con estudios universitarios prácticamente inaccesibles en lo económico.
Al final del día tenemos entre manos el bello desafío de acoger e integrar a esta comunidad migrante que busca un mejor porvenir y, en ello, descubrir y aprovechar las grandes riquezas que pueden aportarnos en diferentes ámbitos, por ejemplo, en la cultura, a partir de sus costumbres y su propia visión de mundo; en el ámbito laboral y económico, con la fuerza de trabajo que nos aportan; en el crecimiento del respeto por los derechos humanos libres de la discriminación prejuiciosa, una vez que podamos asegurar su adecuada integración y en el fortalecimiento de la conciencia de la igualdad en dignidad de todos los seres humanos.
Por Joaquín Castro, Periodista