Dentro de una carpa se encuentra Banksy, aunque realmente no está ahí. Nadie sabe dónde está y a él no le interesa que conozcan su cara ni su nombre, solo su obra. Es un personaje misterioso y se ha especulado mucho sobre quién está detrás del artista. Que puede ser un suizo, un nacido en Bristol, el líder de Massive Attack o, incluso, que no es una sola persona, sino un colectivo de siete hombres y mujeres, por eso está en todos lados. Lo cierto es que 160 de sus obras están en Santiago, en el Centro Cultural Gabriela Mistral, o más bien, una muestra de lo que hace en la calle, su verdadero museo.
¿Y de dónde surge este genio del grafiti? Primero es necesario explicar que el rayado de mensajes y pinturas con contenido en las paredes es una modalidad muy antigua, se realiza desde tiempos del Imperio Romano, pero esta disciplina, como la conocemos hoy, explota en Filadelfia y Nueva York a fines de los 60. Uno de sus sellos es la ilegalidad y por eso Banksy decide esconderse en el anonimato. Es más, alguna vez se rumoreó su detención, celebrada por el propio Trump, quien lo calificó de terrorista.
Era que no, si su obra es altamente crítica y no hace asco en reprochar la política actual. Se mete de lleno contra la guerra, el consumismo, la enajenación provocada por las redes sociales, la deshumanización y el capitalismo. No se guarda nada. “Una pared es un arma muy grande”, es una frase que se le atribuye. Así es como este tipo o este conjunto de personas ha dejado su marca a gran escala en las calles de Australia, Francia, Cisjordania, España e Inglaterra, entre otras urbes.
Lo curioso es que, como su obra está en la calle y no resguardada en un museo, fácilmente puede ser rayada por el aerosol de alguien que no está de acuerdo con su temática. Y esa tampoco es una casualidad, Banksy siente que la obra no tiene tiempo ni dueño, es efímera y carente de autor, la obra es de quien la ve más que de quien la crea. Puede desaparecer. Una locura en tiempos donde todos quieren figurar y enaltecer su ego. Por eso, su crítica va más allá de lo que se ve, va en la forma.
Para quienes siguen a Banksy debe ser extraño ver sus stencils en un lugar cerrado, seguramente no es lo que quisiera, pero también es una buena instancia para abrir los ojos a quienes aún no lo conocen. O tal vez sí han visto algunas de sus obras sin saber de quién eran. Quizás aquella imagen del pesebre con el disparo tomando el lugar de la estrella o la mítica figura de la niña y el globo rojo. Sí, esa misma que fue subastada en una cifra récord e inmediatamente destruida. Otra locura, apretando un botón para convertir esa joya en jirones y cenizas.
Ese es el personaje que nos invita constantemente no solo a deleitarnos con sus trazos e ideas, sino que a cuestionarnos una serie de cosas. Importa más lo que hago que presumir que lo hice yo, el valor de dejar las creaciones a libre disposición, sin la amarra de una firma, realmente libre, sin pagar un derecho para que esté en un libro. Como sea, esta es una exposición que lleva el rótulo de “no autorizada”, como muchas de las que se hacen en su nombre. El grafiti sigue siendo ilegal y es parte de su encanto, nacido al borde del peligro, del castigo. Banksy es la sorpresa. Es despertar y recibir un golpe visual desde esa pared donde no había nada, solo un espacio esperando hablar.
Por Paulo Inostroza, periodista.