San Francisco de Sales centra toda su vida en la caridad, en el amor, en el corazón. Al verdadero y más alto grado, y a la forma más esbelta del amor la llama “devoción”, una agilidad y prontitud casi espontánea en el amar.
En la “Introducción a la vida devota” escribe: Créeme, amada Filotea, la devoción es la dulzura de las dulzuras y la reina de las virtudes, porque es la perfección de la caridad. Si la caridad es la leche, la devoción es la nata; si es una planta, la devoción es la flor; si es una piedra preciosa, la devoción es el brillo; si es un bálsamo precioso, la devoción es el aroma, el aroma de suavidad que conforta a los hombres y regocija a los ángeles.
Devoción que es amor a Dios y al prójimo. Afirma en el “Teotimo”: El colmo del amor a la divina bondad del Padre celestial consiste en la perfección del amor a nuestros hermanos y compañeros.
Raíces del amor por los jóvenes
Es, precisamente, en esa intuición y sensibilidad de su patrono que Don Bosco inspira su amor a los jóvenes más pobres. No se trata de una mera compasión humana, ni de un servicio altruista o dejarse motivar solo por el impulso de una afectividad benéfica. Lo que está en la raíz del corazón salesiano que ama y sirve a los jóvenes es la misma Caridad (así, con mayúscula).
El amor trinitario de Dios: su modo de ser, que es la relación de comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, prende fuego en el corazón del hombre y lo impulsa a amar a Dios y al prójimo con la intensidad y modo a él posible.
Don Bosco ama a los jóvenes haciéndose signo (reflejo) y portador (encarnación) de ese mismo amor con el que Dios ama a los pequeños, a la humanidad.
Tienen que sentirse amado
Sorprendentemente, en esta encarnación del amor de Dios, Don Bosco afirma que “no basta amar”. “Que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta”. El amor “salesiano” tiene esta característica que lo define: los niños, adolescentes y jóvenes -que son los beneficiarios- lo deben percibir. Ellos tienen que “sentirse amados”. Son ellos los que nos dicen si nuestro amor es auténtico, pleno y educativo.
Para que se cumpla este requisito, el amor salesiano tiene que estar en sintonía con el modo de percibir el afecto que poseen los jóvenes necesitados y abandonados. Tiene que entrar en la misma frecuencia, en los códigos con los que conciben y ven la realidad, en sus lenguajes y percepciones.
Mientras el amor sea solo una forma “nuestra” de expresarnos, “tipo adultos”, elaborada sobre proyectos y acciones de beneficencia, leyes pedagógicas o criterios pastorales, concebidos “desde afuera” de la sensibilidad juvenil, nuestro amor no será “salesiano”.
Que se den cuenta
Esta expresión de Don Bosco es una fórmula que pone en evidencia el singular “estilo salesiano” de nuestro amor. Ese “no basta amar” es tan intenso, que hasta relativiza la comprensión que normalmente tenemos del amor. No basta trabajar, no basta cansarse, dar lo mejor de sí, no es suficiente ni siquiera hasta dar la vida.
La clave está en “ellos” y no en nosotros. La sonrisa en el rostro de un joven que es “tocado” por el amor salesiano, el destello de luz en sus ojos, la atención captada, su fascinación por el bien, los pasos de conversión que va dando, son indicios que reflejan que “la nata, la flor, el brillo, el aroma” de la caridad han movilizado sus corazones. Esa es “la perfección de la caridad” salesiana.
Nos proponemos, pues, prestar más atención a los signos que emiten los jóvenes, porque es allí donde aprendemos a vivir el amor “salesiano”.
Por P. Luis Timossi, SDB. CSFPA