Querida Familia Salesiana:
Llega a nosotros un nuevo ejemplar de nuestra revista. En ella encontrarán temas de formación, de reflexión, de comunicación de actividades y de noticias de un intenso apostolado realizado a lo largo de nuestro país durante las vacaciones.
Me detengo en algunos de los temas que encontrarán desarrollados en la presente edición. Uno de ellos dice relación con el valor de la solidaridad. Es un valor que debe ser vivido permanentemente en lo cotidiano, como un comportamiento natural y permanente. Los cristianos tenemos el mandato de hacer el bien a todos, de no buscar los primeros puestos, de ser servidores de los otros, de lavar los pies, de ser misericordiosos como lo es el Padre Dios con nosotros. Jesús nos dio el testimonio, nosotros ahora ponemos la acción y la opción de servir. Los jóvenes que han participado de las colonias, de las misiones, de los trabajos de verano en todas sus expresiones, están diciéndonos a todos que en el servir se encuentra el sentido de la vida y de la fe. Espero, de verdad, que no hayan sido sólo actividades interesantes y generosas sin mayor motivación ni sentido cristiano y evangélico.
Otro tema que quisiera destacar es el de la familia. El Rector Mayor nos ha desafiado a transformar cada uno de nuestros hogares en una escuela de vida y de amor, como lo quiere Dios y lo necesita la sociedad. Una de las opciones de nuestra Inspectoría para el año 2017 es, justamente, fortalecer nuestra pastoral familiar y apoyar a las familias directamente a través de la formación, de la cercanía, de la catequesis de calidad, de la convocatoria permanente para involucrarse en los proyectos locales. El concepto de familia ha cambiado y tenemos que hacernos cargo de aquello con nuevas iniciativas y actitudes pastorales renovadas.
La presencia salesiana en Chile celebra, en marzo de este año, 130 años de vida. A lo largo de los cinco números de este boletín, iremos profundizando este acontecimiento, pues es una gracia de Dios poder decir que el carisma de San Juan Bosco está vivo y es valorado y reconocido en todo el país. Esto lo necesitamos reflexionar adecuadamente, sin arrogancia o entusiasmo pasajero, sino como lo que debe ser: un tiempo de gracia que demos comprender a la luz de la fe y de la riqueza del carisma en la Iglesia. Esto nos desafía a reproyectar nuestra presencia en el país para que seamos lo que debemos ser: signos del amor de Dios para los jóvenes, especialmente para los más pobres.
Deseo que este año educativo-pastoral sea fecundo y lleno de bendiciones.
Con afecto,
P. Alberto Lorenzelli Rossi, Inspector.