Los Juegos Olímpicos de Río 2016 han puesto nuevamente al deporte en primera línea mediática. Los formatos televisivos, fiel a los criterios que les regulan, emiten a partir de una estética pulcra y perfeccionista, dejando poco lugar para hacer una reflexión más profunda respecto de la contribución al tejido social de las disciplinas deportivas y su condición de plataforma de ascenso y promoción para quienes las practican.
A continuación, historias de algunos de los 42 atletas que integraron la delegación nacional que compitió en Río, relatos que ponen en evidencia las herramientas, metodologías y dinámicas familiares que ayudan a superar las adversidades y relevan el valor de la pasión y amor por el deporte.
Amor por la práctica
Había una vez una niña santiaguina que vivía en Argentina y nadaba para un club cordobés. La Federación Cordobesa de Natación pretendía convocarla para su selección. Ella quería competir por Chile. Sólo esperaba el llamado de la Federación.
Era tan buena que le armaron una competencia amistosa entre juveniles. En su primera prueba rompió el récord histórico y pudo cumplir su sueño.
Escribir de Kristel Köbrich significa pasión. Simboliza amor por la práctica. Cuando muchos jóvenes se acostaban de madrugada, ella se levantaba a entrenar. Eligió una forma de vida particular donde el único objetivo era mecanización, perseverancia y dedicación.
La mejor nadadora chilena de la historia hace carne el espíritu olímpico. Representa el amateurismo, concepto fundacional del deporte. Fue abanderara en los Juegos Olímpicos de Grecia. Ganó el premio a la mejor deportista de Chile y se colgó medallas en diferentes competencias. La cobra, como le dicen sus amigos, sabe perfectamente que sus logros son posibles por horas y horas de trabajo en silencio, viajes y desarraigo, dudas y cansancio.
El entrenamiento constante le permite reducir la incertidumbre que implica su deporte, minimizando el factor suerte; porque nada es al azar, nada es porque sí.
Patiperros
Los gemelos ariqueños Yerko y Edward Araya son marchistas, disciplina del atletismo en la que se intenta caminar lo más rápido posible sin llegar a correr. Gastan 10 pares de zapatillas al mes y llegan a recorrer 190 kilómetros a la semana. Son el orgullo de Arica, ciudad de residencia, aunque pasan más tiempo practicando y compitiendo en el extranjero.
Check-in en México, servicio abordo en Corea del Sur, timbre de pasaporte en Francia, entrenamiento en Puerto Saavedra. Viajan de un extremo a otro persiguiendo competitividad y experiencia. Tienen más kilómetros aéreos que cualquier aerolínea.
Los comienzos fueron difíciles porque en la calle donde entrenaban los tildaban de delicados. Sin embargo, no se rindieron, siguieron intentándolo y los resultados comenzaron a llegar: campeones regionales, vice campeones Juegos de la Juventud en Talca y participaciones en copas y panamericanos de atletismo.
Un día, con las medallas en el pecho, decidieron volver a entrenar en la calle de los prejuicios. Allí donde los tachaban de delicados y se reían de un deporte desconocido. Nada de insultos ni sandeces, al contrario, reconocimiento y felicitaciones. El deporte les permitió ascender en la escala social rompiendo las barreras de la estigmatización, y además, visibilizó y legitimó una nueva práctica deportiva.
Los gemelos saben que ganar legitimidad deportiva se traduce en ganar legalidad social como expertos. El próximo abordo fue por la puerta seis, ésa que condujo a la perseverancia y a los Juegos Olímpicos de Brasil.
Vida en dos ruedas
Paola Muñoz, ciclista de ruta y pista, jamás imaginó que sería deportista de alto rendimiento. Desde chiquilla armó su carácter como “multiatleta”; practicó atletismo, tenis, salto largo, fútbol, hándbol, básquetbol y lanzamiento de la bala. Un cóctel variado en búsqueda del gusto deseado.
Pero el camino de carozzi -apodo que lleva desde pequeña por los espirales en su pelo- ha sido polémico y peligroso. El inicio del cuento era soñado: ganó medalla de oro en los Juegos Sudamericanos. Sin embargo, a los pocos días de la consagración todo pareció desmoronarse: arrojó doping positivo por octopamina (quemador de grasa), sustancia prohibida por los organismos oficiales.
Desde el comienzo declaró su inocencia. Evitó el ostracismo para refugiarse en su esposo Gonzalo Garrido y en su pequeña hija Javiera de 8 años. Drenando sus emociones a través de su núcleo familiar, mantuvo la calma y la alejó de las manos negras. Prefirió el camino difícil, el de la verdad; lo fácil hubiera sido dejar de pedalear.
Hasta que la Unión Ciclista Internacional (UCI) confirmó que Muñoz no violó el reglamento antidopaje. Evitando un castigo por dos años y confirmando que era dueña de la verdad. El apoyo de su clan fue trascendental para mantener vivas las esperanzas de su inocencia.
Vive todo el día arriba de la bicicleta, la utiliza para trasladarse a todas partes y divide su tiempo entre sus entrenamientos, la universidad (estudia Ingeniería en Administración de Finanzas), su trabajo, su emprendimiento y su familia. No descansa, pedalea. Y cuando tiene tiempo libre vuelve a pedalear.
El deporte nos gusta porque, entre otras cosas, genera emoción en un mundo donde la emotividad parecería evaporarse. Pero también nos gusta por las historias increíbles que tejen los deportistas. Relatos repletos de cotidianidad, de familia, de caerse para volver a levantarse. En definitiva, narrativas como la mía, como la tuya.
Marco Vera, Periodista.