“…Te enseñan mucho, te ayudan a crecer. A mí me ayudaron en lo personal”.
Sylvia Aróstica Troncoso tiene dos hijos, Pamela y Sebastián, y cuatro nietos: Isidora, María Fernanda, Agustín y Renata.
Para conocerla viajamos hasta Maitencillo, Región de Valparaíso, donde se encontraba prestando un servicio en la Pascua Joven, experiencia del Movimiento Juvenil Salesiano (MJS) en la que se comparten fraternalmente la vida y la fe.
Su carta de presentación fue un plato de fideos con salsa, esos que uno define “con baranda”, preparaciones muy típicas de madres y abuelas que no quieren que quedes con hambre.
Lleva más de dos décadas unida a las obras salesianas de nuestro país y en especial al Liceo Manuel Arriarán Barros de La Cisterna, o “Bosco Lab”, como le dice ella.
Allí partió como apoderada de su hijo, luego fue guía de scouts y después asesora del Encuentro de Niños en el Espíritu (ENE).
En ENE participa desde hace 23 años y lo que la motiva a seguir, según sus palabras, es que “los jóvenes te enseñan mucho, te ayudan a crecer. A mí me ayudaron en lo personal. No soy de piel y con los chiquillos tuve que aprender a ser un poco más cercana”.
Es dueña de casa y, además, realiza el voluntariado de la cocina en retiros y campamentos juveniles. “Lo único que hago es este voluntariado, trabajar para los jóvenes”, expresa.
A finales de 2022 e inicio de 2023 estuvo meses en la casa de retiro de Las Peñas, sector precordillerano de San Fernando, cocinando a los jóvenes. Partió en diciembre, antes de Navidad, con Salesianos Alameda. Luego participó en el campamento nacional de las Comunidades Apostólicas Salesianas (CAS).
Estuvo también en el Encuentro de Jóvenes en el Espíritu del LAB (EJE). Ayudó al Centro Educativo Salesiano de Talca y concluyó con la Casa Juvenil de la obra de La Cisterna. Es tal el aprecio a su servicio y calidad humana, que la solicitaron desde una iglesia presbiteriana.
“Sigo siendo la mamá ahí, porque los jóvenes me cuentan sus penas y yo les enseño que aprendan a valorar lo que se hace en sus casas”, comenta.
Tiene un carácter fuerte, pero su rostro se ilumina cuando habla de sus niños de ENE, de los jóvenes a los que acompaña, o de sus nietos.
Mi madre siempre me ha dicho: “Para que una comida sea sabrosa, el ingrediente secreto es el amor”, y Sylvia está completamente convencida de que hay que cocinar con mucho cariño y afecto, porque por la comida se llega a todo el mundo.
“No soy chef, soy una simple ama de casa que se metió en esto porque un sacerdote me pidió un favor una vez. La primera vez los fideos me quedaron pegoteados, pero los niños me decían que estaba rico. Es así, uno va aprendiendo y, en el fondo, lo que uno hace es ayudar a los asesores, es ayudar a los jóvenes”, reflexiona.
Al igual que Sylvia, muchas mujeres en el pasado dieron su ‘sí’ para seguir los pasos de Mamá Margarita y ponerse a disposición de los jóvenes en el Oratorio de Don Bosco. Mariana Occhiena, Juana María Rúa, Juana María Magone y Margarita Gastaldi fueron algunas de ellas.
Cuando le pregunto si ve algún rasgo de Mamá Margarita en ella me responde con pudor: “Mamá Margarita tenía todo. Es difícil”.
No es difícil ver a la madre de Don Bosco en ella, porque Margarita Occhiena vive en cada mujer que traspasa la fe a sus hijos, hace lo posible para que sean felices y en cada gesto maternal entregado con amor, como preparar la comida.
Bien lo expresa Don Bosco en sus memorias biográficas: “Mi madre vive. Trabaja todos los días en familia y hace lo imposible por darnos de comer a mí y a mis hermanos”.
Por Karina Velarde, periodista