2022 concluye con una alegría inmensa para nuestra Familia Salesiana: Artémides Zatti, salesiano coadjutor conocido como “el enfermero de la Patagonia”, se convirtió en el primer salesiano no mártir elevado a los altares.
Miles de peregrinos de todo el mundo llegaron hasta la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, en octubre de 2022, para participar
en la canonización de Artémides Zatti, oriundo de Boretto, Italia, que a los 16 años de edad migró con su familia a Argentina, donde siguió la vocación como salesiano coadjutor, convirtiéndose en el santo enfermero y pariente de los pobres.
La Congregación organizó días intensos de diálogo, oración, encuentro y celebración en Roma, pero principalmente de acción
de gracias a Dios por su presencia entre nosotros.
Triduo de acción de gracias
Las actividades comenzaron el 8 de octubre, con la eucaristía presidida por el Rector Mayor, P. Ángel Fernández, quien expresó que “verdaderamente es un gran regalo estar aquí, como hijos e hijas de Don Bosco, para celebrar la santidad de uno de sus hijos: hermano humilde, sencillo, migrante y salesiano”.
Añadió que “encontró en la figura del salesiano coadjutor el estilo de compromiso para trabajar directamente con los pobres. Su consagración religiosa, vivida en su profesión de enfermero, fue el conjunto de su vida dedicada a Dios y a sus hermanos”.
Posteriormente, salesianos, miembros de la Familia Salesiana y devotos de Artémides Zatti repletaron la sala “Pablo VI” del Vaticano, para participar en una audiencia especial con el Papa Francisco, momento en que resaltó su ser migrante, pariente de todos los pobres, salesiano coadjutor e intercesor por las vocaciones.
“Los hermanos tienen un carisma especial que se nutre en la oración y el trabajo. Y son buenos para todo el cuerpo de la Congregación. Son personas de piedad, alegres, trabajadores. No tienen ‘complejos de inferioridad’ por el hecho de no ser sacerdotes y no aspiran a ser diáconos. Son conscientes de su vocación y la quieren así”, afirmó el Papa.
El 9 de octubre, pasadas las 10 de la mañana en Italia, comenzó el rito de canonización de San Artémides y de Mons. Giovanni Battista Scalabrini.
Durante la celebración, el Papa Francisco expresó que “el salesiano coadjutor Artémides Zatti, con su bicicleta, fue un ejemplo vivo de gratitud: curado de tuberculosis, dedicó toda su vida a gratificar a los demás, a sanar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que se le ha visto cargar sobre sus hombros el cuerpo sin vida de uno de sus enfermos. Lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso decir su ‘gracias’ asumiendo las heridas de los demás”.
Presencia chilena
En medio de la multitud de fieles que se encontraban en la explanada esa mañana, estaba Felipe González, joven salesiano coadjutor perteneciente a la comunidad religiosa de Concepción. Para él, Artémides Zatti fue una de las figuras que vislumbró a lo largo de su formación inicial: “Siendo un modelo de santidad con los más pobres y necesitados. Se sentía cercano por su ser coadjutor”, expresó.
“Lo extraordinario de Artémides fue dedicarse completamente a las cosas de Dios en el prójimo”. Ante su ejemplo de vida reflexionó que “eso me llama a preguntarme como salesiano coadjutor inmerso en mi realidad, si puedo hacer lo mismo. Seguir a Dios, ser un religioso y ver el rostro de los más necesitados en el ámbito en el que trabajo”.
Las celebraciones concluyeron con la eucaristía presidida por el Rector Mayor en la Basílica de María Auxiliadora de Valdocco (Turín), que tuvo por motivo agradecer a Dios el don de la santidad de Artémides Zatti y celebrar junto con los salesianos del mundo su gran vocación.
El P. Ángel Fernández reflexionó en su homilía que “la santidad no es una conquista humana, ni un motivo de orgullo, sino la presencia del misterio de Dios que se hace presente entre nosotros. Dar gracias a Dios por la santidad de Artémides Zatti significa, ante todo, agradecerle porque en su misterio se hizo más cercano en la vida de un hombre bueno, quien trató de amar y servir”.
Destacó que “San Artémides Zatti no fue un sacerdote fallido. Fue un salesiano que, a consecuencia de su enfermedad, fue llevado por Dios a descubrir el gran valor de su vocación de salesiano coadjutor. Así, su vida y su vocación nos hablan del gran valor de la consagración de la vida religiosa”.
Creí, prometí, sané
Artémides Zatti nació en Boretto, Italia, el 12 de octubre de 1880, en medio de una familia rural y de escasos recursos, por lo que tuvo que trabajar desde los nueve años como peón de campo.
En 1897, debido a la falta de oportunidades, su familia emigró a Argentina y se instaló en Bahía Blanca. En esta zona, Artémides conoció la espiritualidad de Don Bosco, a través del P. Carlos Cavalli, quien lo orientó hacia la vida salesiana. Tenía 20 años cuando ingresó al aspirantado de Bernal.
Asistiendo a un joven sacerdote con tuberculosis, Artémides contrajo la enfermedad. El P. Evasio Garrone, enfermero salesiano que trabajaba en el hospital misionero de la Casa Salesiana de Viedma, invitó a Zatti a rezar a María Auxiliadora para curarse. Sugiriendo “si ella te cura, te dedicarás a estos enfermos toda tu vida”. Artémides aceptó, hizo la promesa y sanó.
Hizo su primera profesión como salesiano el 11 de enero de 1908 y la perpetua el 8 de febrero de 1911. Se consagró totalmente al hospital, ocupándose de la farmacia contigua, pero cuando el P. Garrone murió, en 1913, la responsabilidad del recinto recayó sobre sus hombros. Su servicio se extendió a toda Viedma y otras localidades ubicadas a orillas del río Negro.
En 1950 cayó de una escalera y fue cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer. Sin embargo, siguió con su misión un
año más, hasta que murió el 15 de marzo de 1951.
Fue declarado Venerable el 7 de julio de 1997 y beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002.
¿Qué es ser salesiano coadjutor?
El salesiano P. José Sobrero de Argentina comentó a InfoANS en 2018 que nuestro Padre Fundador “imaginó a los salesianos de Don Bosco como una Congregación religiosa que viva una vida comunitaria, pero compuesta por clérigos y laicos (sacerdotes y coadjutores) que comparten una misma misión”.
Cada uno vive un estilo de vida como sacerdote o laico, pero ambos llevan una vocación particular, denominada ‘vocación sa-
lesiana’. Ambos son religiosos, consagrados y se complementan en la vida común, misión y testimonio de los Consejos Evangélicos de obediencia, pobreza y castidad.
El salesiano coadjutor:
• Es una persona consagrada, un religioso laico que vive en la comunidad religiosa junto con sacerdotes o diáconos.
• Trabaja, ora y vive junto a sacerdotes en comunión desde suconsagración religiosa.
• Profesa una vida religiosa rica de fe, afecto, alegría y humildad en las tareas que le confían y lleva a cabo.
• Es portador de un secularismo, que se encuentra atento en los detalles de la vida cotidiana.
• Se presenta como un signo de fraternidad en la comunidad
• Se descubre en la vida cotidiana, trabajo y oración.
“La consagración del laico salesiano le permite entregarse a todos, en cualquier lugar y en cualquier momento. Esta disponibilidad, que nace del encuentro con Jesús y vuelve siempre a Él, es un signo de servicio y complementariedad con los demás miembros de la comunidad pastoral y educativa salesiana”, expresó el P. José.
“Rezaba como vivía y vivía como rezaba”
Horas antes de la ceremonia de canonización de Artémides Zatti, conversamos desde Roma con el salesiano P. Ricardo Cámpoli, realizador audiovisual y director de la película “Zatti, hermano nuestro”.
Como investigador de la vida de Zatti, ¿qué es lo que más destaca en este santo?
“Lo que más me apasiona de Zatti es su forma de enfrentar las adversidades. Se le presentaban problemas, pero a él no se le
movía un pelo. Es verdad que lloró mucho, porque sufría el dolor de quienes no tenían solución, pero esto lo llevó a moverse. No solo a dolerse, sino a encontrar soluciones”, comenta.
Enfatiza que es cautivador “que Zatti sonría en los momentos de prueba, que no se queje, que no piense mal de nadie. Durante la Positio (una de las etapas de la beatificación) hubo un testigo que dijo: ‘El señor Zatti jamás ha pensado mal de nadie, porque nunca habló mal de nadie’. Eso me conmueve. Zatti es una persona sumamente simple, que toma las cosas como vienen, que no se preocupa por ellas. Porque le interesa lo absoluto”.
“Cuando había algún problema en las cuestiones cotidianas, él no se quedaba en el problema, no se quedaba cargando pie-
dras en la mochila. Es el Zatti de la tolerancia, de la paciencia, del esperar. Y, después, está el tema de la oración. Es un hombre que rezaba el Rosario en la bicicleta, que rezaba el Rosario en el quirófano”, complementa.
Eso queda muy bien reflejado en la película…
“Sí, me esmeré mucho en pensar esa escena, porque a mí me cautiva ese momento. El médico estaba operando asustado porque el hospital tenía que trasladarse al campo. Y Zatti le dice: ‘Doctor, una cosa por vez’, pero mientras tanto él estaba con el Rosario en la mano. Existe el testimonio de un médico ateo que dijo: ‘Cuando veo a Zatti en el quirófano y con el Rosario en la mano, mi incredulidad desfallece, me cuesta no creer’. Así como Zatti rezaba, él después lo vivía. Rezaba como vivía y vivía como rezaba”.
¿Cómo fue el proceso de enfermedad de Zatti?
“Cuando intentaba terminar sus estudios, llega un sacerdote con tuberculosis. Primero lo había atendido un aspirante y enfermó. El director entonces le pregunta a Zatti si puede cuidar al sacerdote. Y acepta. Y se contagia también. Pero no
despotrica contra los planes de Dios o contra los salesianos que lo mandaban a hacer cosas difíciles. Porque para él lo más
importante era servir”.
Continúa: “Ya enfermo, los salesianos piensan enviarlo a un hospital en Junín de Los Andes, que está en la frontera con
Chile. Pero, finalmente, el P. Carlos Cavalli, que era su director espiritual, intercede para que lo manden al hospital misionero en Viedma. En Viedma, Zatti queda bajo los cuidados del P. Evasio Garrone. Este vio lo servicial que era Zatti y le dice: ‘Lo tuyo es grave, pero si le prometes a la Virgen que, una vez curado, vas a atender a los enfermos de este hospital, yo te aseguro de parte de ella que vas a curar’. Años más tarde, Artémides Zatti relata en un testimonio en el Boletín Salesiano que él sabía que Garrone era un hombre santo y que conseguía de parte de Dios y de la Virgen las gracias que pedía: ‘Yo creí en lo que me dijo, le prometí a la Virgen que si curaba lo iba a ayudar en el hospital. Y sané’. El que era enfermo pasó a
ser enfermero”, finaliza.
En Zatti destacan dos roles. Primero, el de personal de salud, que ha sido tan importante durante la pandemia y, segundo, el rol del salesiano coadjutor, ¿qué piensa al respecto?
“Yo creo que no es banal que en la Iglesia hayan aparecido tantas personas que llegaron a la santidad a través del mundo de la salud. Pienso en el beato José Gregorio Hernández de Venezuela, en la beata salesiana María Troncatti, que trabajó con los shuar en Ecuador. El propio Jesús habló de curar heridas, envió a los apóstoles a predicar el Evangelio y a sanar. La misma Iglesia utiliza el óleo sacramental. Con estos santos y con Zatti ocurre una especie de reconocimiento que Dios quiere darles a tantas personas, hombres y mujeres, que han entregado su vida por los enfermos”, sostiene.
Agrega, con respecto a los salesianos coadjutores, que “si pudiera expresar un deseo, este sería que en algún Capítulo General de la Congregación se vuelva a hablar acerca de los coadjutores. Que se redefina su figura, con la mirada y la teología actuales. Tenemos que dejar atrás esa mirada un poco extraña, que no era la de Don Bosco, de considerar al coadjutor como una especie de salesiano de segunda”.
“Hoy, gracias a Dios, existen en la Congregación coadjutores que están mucho más preparados para el mundo juvenil que los propios curas. Coadjutores con mucho talento y capacidad. Incluso, nuestro propio ecónomo general es un salesiano coadjutor, el gran Jean Paul Muller. Espero que a la luz de la canonización de Artémides Zatti se vayan construyendo experiencias de reflexión respecto del importante rol de los salesianos coadjutores”, culmina.
¿Cómo se llega a canonizar a una persona?
Etapas para la canonización
1. Siervo de Dios
Para comenzar el proceso de canonización, el obispo diocesano, junto al Postulador de la Causa, piden iniciar el proceso, presentando a la Santa Sede un informe sobre la vida y virtudes de la persona.
La Congregación para las Causas de los Santos examina el informe y dicta un decreto señalando que nada impide iniciar
la causa, respuesta oficial a las autoridades que han pedido iniciar el proceso.
Obtenido el decreto de “Nihil obstat”, el obispo dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.
2. Venerable
Este es un proceso analítico que se divide en las siguientes partes:
a) Un tribunal recibe testimonios de personas sobre la vida y virtudes del Siervo de Dios.
b) Una comisión de censores analiza la ortodoxia de los escritos del Siervo de Dios.
c) El relator de la Causa elabora el documento denominado “Positivo”.
d) El “Positio” pasa por una comisión de teólogos consultores.
e) El Papa dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes.
3. Beato o Bienaventurado
Aquí se realizan los siguientes procesos:
a) El Postulador de la Causa debe probar ante la Congregación para las Causas de los Santos la fama de santidad del
Venerable y realización de un milagro atribuido a la intercesión.
b) La Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado a través de dos médicos peritos. El Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos estudia el nexo entre el hecho señalado y la
intercesión atribuida al Siervo de Dios.
La Congregación para las Causas de los Santos da su veredicto final sobre el “milagro”. Si el veredicto es positivo, el Prefecto de la Congregación ordena la confección del decreto correspondiente.
c) El Santo Padre aprueba el Decreto de Beatificación.
d) El Santo Padre determina la fecha de la ceremonia litúrgica.
e) Se realiza una ceremonia de Beatificación.
4. Santo
En esta etapa se requiere de la aprobación de un segundo milagro.
La Congregación para las Causas de los Santos examina este segundo milagro presentado, que debe haber sucedido en una
fecha posterior a la Beatificación.
El Santo Padre aprueba el Decreto de Canonización y se realiza un Consistorio Ordinario Público, en el que se informa y determina la fecha de la canonización.
El proceso culmina con la Ceremonia de Canonización.
Por Alejandro Manríquez y Karina Velarde, periodistas