Desde el lema episcopal del Cardenal Silva Henríquez, “El amor de Cristo nos urge”, haciendo énfasis a su legado de justicia
social y compromiso con los derechos humanos que se concretó en acciones que siguen impactando nuestra sociedad a través de la Vicaría de Pastoral Social del Arzobispado de Santiago y la Universidad Católica Silva Henríquez, queremos referirnos a la santidad, misión a la que está llamado el pueblo cristiano.
El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate de 2018, nos llama a vivir nuestra vocación a la santi-
dad diciendo: “Todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”.
Estas palabras nos invitan a sentirnos urgidos para trabajar en nuestra propia conversión, siendo un testimonio contracultural en medio de la competencia, individualismo y deshumanización de nuestra sociedad, y dar testimonio de seguir a Jesús en un mundo que clama por verdadera humanidad, por relaciones sanas, abiertas, acogedoras, amables, empáticas, que consideren
la historia y contexto de las personas.
Si pensamos en todas las interacciones de nuestro día: una mirada, sonrisa, saludo e, incluso, cómo dialogamos, ¿cuánto amor ponemos en ellas, en lo cotidiano, en los dinamismos automáticos de lo habitual, en el saludo por costumbre, en lo que casi hacemos por inercia?
Sería bueno preguntarnos cuánto amor y “presencia consciente” ponemos en cada cosa que vivimos. Con el confinamiento algo pudo cambiar en nuestra perspectiva del tiempo que nos concentramos para cada actividad. En algunos casos
cambió el desplazamiento de una reunión a otra, sintonizar con algún canal o decidir por una serie, y la capacidad de estar
presente en cada acción o conversación (de manera exclusiva), mientras seguimos mirando el celular, o consultamos alguna
red, o contestamos un mensaje.
¿Podemos escuchar con todo el cuerpo, mirar con los pensamientos, responder desde la conciencia de lo que sentimos o el estado anímico e incluso ese estrés con que estamos lidiando?
La humanización del mundo es urgente, no solo por los cambios en las relaciones humanas, sino además por la crisis medioambiental en la que nos encontramos. Si hay un aprendizaje que debemos recuperar de la experiencia de la pandemia es que no nos bastamos a nosotros mismos. Somos vulnerables y necesitamos de los demás, es necesario tener presentes las palabras del Santo Padre en Gaudete et exsultate: “La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia”.
Es desde nuestra vulnerabilidad que podemos encontrarnos con el llamado a dejar actuar la fuerza de la gracia de Dios en
lo cotidiano de nuestras vidas, y en eso consiste la santidad, en soltar el control y entregarlo desde la fe a Dios, al Espíritu Santo, que siempre inspiran nuevas maneras de hacerse presente.
Dos actitudes pueden ayudarnos a poner manos a la obra, la escucha activa y la presencia plena. Estar atentos a lo que nos
rodea, dejando a un lado la lluvia de pensamientos y pendientes, para responder con habilidad a los desafíos, encuentros y relaciones del diario vivir.
Es un desafío que nos implica a todas y todos en la comunidad universitaria, para colaborar desde cada rol, disponiendo la labor y presencia en función del bienestar e integridad de cada persona, desafiándonos a cambiar de paradigma en lo socialmente aceptado hasta ahora.
Esta apertura a las nuevas maneras de relacionarnos implica un proceso personal de mirarnos a nosotros mismos para recono-
cer las propias luces y sombras. El autoconcepto, vulnerabilidad, habilidades y necesidad de crecer, lo cual conducirá a renunciar a egos personales y de grupos. Solo así es posible realizar un camino que conduzca a valorar a las personas en su dignidad e individualidad, como una semejante, sin juicios, etiquetas y condiciones para hacernos conscientes de nuestro ser en relación, sentir la solidaridad humana y pertenencia a una comunidad universitaria, con valores y apuestas claras por el respeto, dignidad e inclusión en un espacio seguro.
Por Giselle García-Hjarles, directora Pastoral Universitaria UCSH