Los jóvenes no pueden pasar “sin pena ni gloria” por nuestras comunidades educativopastorales. Es necesario que en ellos germinen y florezcan experiencias sustantivas de formación en la dimensión social de la caridad.
En 2020, un alto porcentaje de la población optó por la redacción de una nueva Carta Magna que entregue garantías de libertad, democracia, igualdad y justicia.
El pueblo sencillo está cansado de la división entre buenos y malos. Buscando superar la polarización entre izquierdas y derechas, vio con esperanza algunos signos de acuerdos de amistad política para avanzar hacia un mejor futuro: una nueva Constitución.
En este proceso los jóvenes han sido protagonistas. Y para el mundo salesiano, es una alegría constatar que los jóvenes serán siempre esperanza de presente y futuro. Ellos son el repositorio social donde se garantiza una sociedad donde nadie sobre y ninguno se reste para hacer siempre “nuevas todas las cosas”. Debemos garantizar, a las generaciones que vienen, una convivencia de país más sana y segura y, ¿por qué no decirlo?, más bondadosa.
Sembrar la semilla del amor
Tenemos al alcance el desarrollo de nuestro carisma educativo, como mediación principal para tocar la conciencia personal y responsabilidad social de niños y adolescentes que pasan por nuestras comunidades educativo-pastorales, parroquias, colegios y universidad.
Los jóvenes no pueden pasar “sin pena ni gloria”, como simple pasadizo educativo, es necesario que en ellos germinen y florezcan experiencias sustantivas de formación en la dimensión social de la caridad, como lo pregona la educación salesiana, porque ellos son nuestra esperanza, junto a Jesucristo, que los acompaña en sus desafíos de vida
Queremos insistir en la educación social y política para que el estilo salesiano tenga la impronta del tipo de joven que queremos formar. Nos referimos a uno de los núcleos centrales de la educación en la fe “La Dimensión Social de la caridad”, que expresa ya el Capítulo General XXIII de 1990. Al respecto, nos parece oportuno recordar algunas de sus insistencias:
• Estamos llamados a actuar con convicción: el de encaminar a los jóvenes hacia el compromiso y la participación en la política, es decir, hacia la «compleja y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común» (ChL 42).
• Se trata, por tanto, de superar un género de indiferencia generalizada, de ir contra la corriente y educar en el valor de la solidaridad, contra la praxis de la competencia exacerbada y provecho individual.
• Para los jóvenes es muy fuerte la tentación de refugiarse en lo privado y en una gestión consumista de la vida. La mayor parte no confía en la posibilidad de hacer algo válido y duradero. Hay que añadir el recelo que nace de la grave ruptura entre ética y política, cuya señal más frecuente se nos da en las noticias de corrupción, puntualmente referidas y mañosamente amplificadas por los medios de comunicación social. De ahí estas insistencias, a las que no podríamos renunciar, que van pedagógicamente motivadas, dirigiéndose a los jóvenes como lo recomienda el filósofo Carlos Díaz (1992) cuando exhortaba a los jóvenes diciendo:
“Pero si ves que la calle está mal, ahí la tienes: sal a la calle e intenta transformarla. Eres joven. Te doy una definición aceptable de política. Política es salir a la calle e intentar transformarla para mejorarla”.
Genes de bondad en la sociedad
Decíamos salir a la calle para mejorarla y no para empeorarla, como suelen hacer los genes tramposos, ni para convertirse en Rambo justiciero o gen rencoroso frente a los delincuentes, sino para actuar como gen auténtico que brinda racionalidad contra el desorden, bien frente al mal, amor y no odio, solidaridad en vez de egoísmo, paz en vez de violencia, para hacer el bien donde hubo mal, para sobreabundar en gracia donde abundó desgracia.
Para asumir este desafío el Capítulo General XXIII nos entrega dos pistas educativas:
• La primera atención que hay que tener es acompañar a los jóvenes en el conocimiento adecuado de la compleja realidad sociopolítica. Nos referimos a un estudio serio, sistemático y documentado. En dos niveles. Ante todo, en el de la realidad del propio barrio, ciudad y nación: situaciones de n e c e s i d a d , instituciones, modalidades de ejercer el poder político y económico, modelos culturales que influyen en el bien común. Simultáneamente, hay que mirar al mundo, a sus problemas y dramas, y a los mecanismos perversos que en muchos países agigantan las situaciones de sufrimiento e injusticia. Esta seriedad de acercamiento debe ayudar a los jóvenes a evaluar crítica y serenamente los diversos sistemas y los múltiples hechos sociopolíticos.
• Es posible y deseable ir más allá. Es la etapa de escuchar, convertirse y compartir. Importa aprender, desde joven, a elaborar proyectos de solidaridad precisos y concretos y a madurar formas de actuación social. La educación sociopolítica no admite ingenuidades, sino que requiere algunas atenciones de fondo.
De este modo, las comunidades juveniles más vivas sabrán pedir a sus mejores integrantes este servicio, en nombre de la dimensión social de la caridad. Al principio será un compromiso limitado, restringido al propio barrio o ciudad, sucesivamente, irán descubriéndose otros cauces. Este objetivo servirá, asimismo, para favorecer en los jóvenes una actitud positiva hacia la realidad política y para abrirse a la confianza de que, también en este nivel, es posible cambiar cosas y situaciones.
Finalmente, un llamado a los educadores y jóvenes líderes: hemos subtitulado este artículo sobre la necesidad de realizar “un estallido ético”, para graficar que más allá de asumir reivindicaciones en el plano de demandas sociales, es responsabilidad del educador creyente, educador humanista o joven líder de formar (se) en la interioridad valórica de la persona y en los gérmenes de bondad que están incoados en todo corazón humano. Favorece lo que el Papa Francisco nos ofrece como una suerte de “programa educativo” con los contenidos sobre la “Dimensión social de la evangelización” (Evangelii Gaudium, cap. IV) que todo educador en la fe necesita abordar y desarrollar.
Por Equipo Inspectorial Pastoral Juvenil