En 2006 se vivió la “revolución pingüina” que nos hizo, como país, empezar a ver y vivir numerosas manifestaciones de adolescentes secundarios que se tomaban los establecimientos educativos y calles pidiendo que mejorara la educación y que, en vez de hablar desde los discursos, se pusiera en marcha una renovación real y verdadera.
En 2011 se revivió con más fuerza esta revolución, ahora con los estudiantes universitarios sumados a la protesta y con una vuelta de rosca política: cambiar el modelo educativo y no hacer comercio con la educación.
En 2019 fue la sociedad plena la que salió a la calle para decir que el modelo con el cual estábamos viviendo nos ahogaba, no se soportaba y se necesitaban cambios sociales profundos. De allí salieron varios encuentros y la llamada a renovar la Constitución del país, algo inédito por estos lugares del sur del mundo.
Evidentemente que la política estructural, los economistas y los llamados líderes del momento no han sido capaces de visualizar ni reaccionar a tiempo ante la embestida social que se estaba forjando.
En una conversación con unos profesores, me comentaron que cuando se lanza un pensamiento, no se sabe qué consecuencias puede tener o hacia dónde se va a dirigir, pero todo el movimiento que se inició hace más de una década tiene un final y un inicio al mismo tiempo, al menos eso podemos visualizar.
Gabriel Boric Font, más allá de su carrera o situación política, es el nuevo presidente de Chile elegido por voto democrático el pasado mes de diciembre de 2021, y es todo un acontecimiento que puede ser leído como la normal conclusión de todas las manifestaciones sociales que han ocurrido en el país y, al mismo tiempo, el inicio de una posibilidad, de una nueva época nacional.
No debe ser indiferente en la lectura que es un joven el que llega al Palacio de La Moneda, como tampoco es indiferente que todos los cambios sociales que se han realizado en Chile desde los inicios del 2000 han sido impulsados por los jóvenes, por las nuevas generaciones que miran el futuro y no quieren seguir haciendo lo mismo, desean ser protagonistas de su propia vida y tomar distancia de las formas de actuar y realizar de sus mayores.
Chile ha demostrado que existe una generación que no se conforma con lo que tiene, que es crítica con lo que tiene y que desea actuar en lo que se tiene, no para repetir o quedarse tranquilos, sino para cambiarlo, mejorarlo y optimizarlo.
A mi parecer, se viene una generación de jóvenes que no son “convencibles” con elementos ficticios o poco argumentados, una generación que buscará cuestionar lo establecido, movilizados por situaciones que los preocupan desde la nueva Constitución, los derechos fundamentales de las personas, la participación ciudadana en partidos políticos, juntas de vecinos, asociaciones civiles, etc., y esto es sumamente movilizador.
Mirando a Don Bosco podemos decir que en el Oratorio se forman personas con carácter, comprometidas con la historia que toca vivir, y los jóvenes que ahora llegan a La Moneda cuestionan nuestro accionar para formar honestos ciudadanos y buenos cristianos.
Don Bosco fue intrépido, sobre todo si se refería a los jóvenes. Nos hace falta, a los que vivimos el carisma salesiano, ser más intrépidos para estar a la altura de los signos de los tiempos juveniles.
Intrépidos para dar los saltos cualitativos en busca de los jóvenes más necesitados y pobres; intrépidos para no cansarnos de formar a los muchachos hacia ideales fundamentales de vida; intrépidos para jugarnos por el futuro y caminar junto a ellos; intrépidos para darles protagonismo confiando en sus posibilidades.
Intrépidos de ir hasta la temeridad, como lo hacía Don Bosco, confiando en la Providencia que nunca abandona, pero que pide arremangarse y trabajar por la construcción actual del Reino de Dios sin quejarse por los tiempos que nos tocan vivir, con la alegría típicamente salesiana que nace del corazón lleno de optimismo y esperanza activa.
Por Darío Oroño, profesor y salesiano cooperador