“A mí mamá no le gusta ver mis videos, porque canto de drogas”, dice Marcianeke, el artista chileno más escuchado este año en Spotify, pero también un chico de 19 años de voz ronca y letras sin filtro que se encontró de golpe con la fama y el dinero. Lo mismo que Pablo Chill-E y otros tantos. Todos de la calle, un poco jugando a ser estrellas y sin advertir dónde está el límite.
Los jóvenes se identifican con esta nueva camada musical por una serie de cosas. Una es su rima sin palabras rebuscadas ni corrección poética. “Son tipos que hablan normal y te da la sensación de que dicen lo que tú quieres decir y lo expresan como tú mismo lo harías. Es como los realities, donde la gente buscaba alguien alcanzable, alguien que se parezca a ti”, cuenta Gabriel, que confiesa escucharlos, aunque no se declara fanático. Y ellos cantan de lo que sea, sobre todo, de lo que parece prohibido. Eso en todas las décadas ha sido atractivo para los jóvenes.
Pero hablamos de cantantes que van más allá de la letra sexual y fiestera del reggaetón. Hablamos de la explosión de la narcocultura, de la apología a las armas, la droga y la ostentación de autos, joyas y prendas lujosas. Unos lo hacen por imitación, otros van en serio. Jay Ferragamo, uno de los artistas más populares del género, advierte que “hay mucho de prejuicio. Al comienzo muchos hablábamos de esos temas y con el tiempo nos dimos cuenta de que no está bien. Que puedes dar otro mensaje. Muchos cambiamos, pero no todos”.
Porque así como algunos aseguran mostrar armas solo para hacer el montaje de un videoclip, otros han ido mucho más allá. Mackalister y J. Emiliano, por ejemplo, fueron detenidos por tráfico de drogas. Este último también fue formalizado por tenencia de armas, lo mismo que Gran Mente. Chucky Indica es otro caso, detenido como líder de un clan narco y luego grabando desde la cárcel. Los casos no son pocos. La PDI ha llegado a ellos revisando sus videos musicales, donde no esconden nada. Ni siquiera lo robado. Para este género, ser peligrosos les da más credibilidad entre sus seguidores.
La música asociada a la calle tiene su antecedente más concreto en el hip hop, aunque en su origen fue música emanada de grupos que sufrían represión social y racial y sacaron la voz como su principal arma. Gente pobre afroamericana disparando letras sin censura. Ello estableció el valor de “tener calle” como un requisito de respeto, lo cual se ha replicado en varios géneros. “No puedes cantar sobre la calle sin haber sufrido la calle”. Pero se trataba más del aislamiento que sufrían por falta de oportunidades y discriminación.
En la actualidad, la narcocultura musical está protagonizada principalmente por cantantes de hip hop, reggaetón y trap. Los jóvenes tratan de imitar su forma de vestir, estilo de vida, independencia, tener 20 años y el mundo a sus pies, algo que siempre se ve atractivo. Andan en autos de lujo, como el Porsche rosa de Marcianeke o el Jaguar donde Pablo Chill-E escapó de Carabineros. Este último, otro muchacho de solo 21 años, que se hizo famoso a los 15. De Talca y Puente Alto, respectivamente.
Gabriel apunta que “a los 15 o 16, los cabros ya quieren ser como ellos. Hacer música y tener sus cosas, vivir en fiestas a lo grande, ser famosos. Y al verlos te da la sensación de que no necesitas tener una gran voz, es más una cuestión de actitud”. Aunque Marcianeke se declara un trabajólico y asegura que aquí hay un poco de suerte y mucho de ensayo, de encerrarse a crear. “Hay que juntarse con gente que quiere tirar para arriba al otro. Por eso yo canto con todos”, afirma este joven que asegura haber superado su depresión gracias a la música.
Nombres que la rompen en redes sociales, como Bayron Fire, Vic Angelo o Polimá West Coast, quien asegura que “la PDI me para por nada, la narcocultura le hizo mal al género”. Y ahí hacen la diferencia entre hacer un show y arte de la calle y pasarse a la vereda de la realidad. Por ejemplo, el cantante Goliack el Brutality fue acribillado en Lo Prado y el sello Riveros Records fue allanado y se le decomisaron armas, drogas y autos de lujo para tráfico ilegal. ¿El joven que escucha este tipo de música es capaz de discernir ese límite entre la ficción y la realidad?
La respuesta no es tajante y la responsabilidad es de quien consume el mensaje. “Ver películas de vaqueros no hizo que nadie saliera a lanzar flechas”. Pero sí es necesaria una guía adecuada y presente para los más niños y adolescentes, que suelen confundirse y que los papás no siempre saben en qué andan metidos sus hijos. Desconocen qué se está escuchando hoy. Son los favoritos en Spotify, los personajes con más likes en Instagram, los que superan los 20 millones de reproducciones. Unos hablan de delincuencia casi como un juego, otros realmente pasaron la línea, pero cantan sobre lo mismo. Mejor estar atentos.
Por Paulo Inostroza, periodista