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La asistencia salesiana, esa presencia entre los jóvenes más necesitados surge del corazón mismo de don Bosco y el Rector Mayor nos invita a vivirlo como un verdadero “sacramento”
Siempre escuché el testimonio de un salesiano anciano que, estando casi ciego, apenas escuchaba la campana para ir a recreo, bajaba de su oficina al patio para estar entre sus chicos. Una vez alguien le preguntó: “Padre, ¿para qué viene a asistir si prácticamente no ve a los chicos?”. Él respondió pícara y sabiamente: “Yo no los veo, pero ellos me ven a mí”.
Hermosísima y profunda definición de lo que es la “asistencia salesiana”, porque capta no la práctica exterior de esta esencial metodología educativa de Don Bosco, que es “el estar” entre los muchachos, sino su significado más hondo: la demostración del afecto que suscita en los muchachos la “reciprocidad” del amor: “Ellos me ven a mí”.
¿De dónde surge la asistencia salesiana?
Del corazón mismo de Don Bosco. Él la poseía como un verdadero don de Dios, rasgo que definía su identidad y sentido de su existencia. Era algo más fuerte que él, una necesidad, realización, felicidad. Estar entre los muchachos, especialmente los más pobres:
> Aquí, entre ustedes, me encuentro bien.
> Me basta que sean jóvenes para que los ame con toda mi alma.
> Yo por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes vivo, por ustedes estoy dispuesto a dar mi vida.
Sacramento salesiano
El Rector Mayor nos propone asumir la presencia entre los jóvenes como un “sacramento salesiano”. Esta acertada y luminosa definición contiene la riqueza de una exégesis de la asistencia, porque “sacramento” es un signo visible que desvela un sentido oculto y más profundo. Esa presencia amable y fraterna que el joven percibe como gesto concreto y efectivo de la caridad pastoral no es otra cosa que revelación del amor misericordioso de Dios.
El Papa Francisco lo reafirma: antes que cosas a realizar, el salesiano es recuerdo vivo de una presencia, donde la disponibilidad, escucha, alegría y dedicación son las notas esenciales para despertar procesos. (…) La primera llamada es a ser una presencia alegre y gratuita en medio de los jóvenes.
Asistencia re-creada
Los jóvenes de las nuevas generaciones nos reclaman esa presencia. No quieren que seamos espectadores de sus vidas, invasores de sus espacios o cercanía pegoteada. El Capítulo General 28 denuncia este desafío: los jóvenes nos piden tiempo y les damos espacio; nos piden vida fraterna y les ofrecemos estructuras; nos piden amistad y hacemos para ellos actividades.
Asistir no es solo garantizar nuestra presencia en los espacios educativos, sino estar presentes de forma animadora, liberadora y rebosante de amistad en la vida de los muchachos. Los jóvenes de hoy viven más el tiempo que el espacio. Asistir significa redescubrir la manera de amarlos en sus lenguajes, estéticas, música, producciones culturales. Amarlos en su concepción virtual del tiempo, ritmos, ciclos… sus tiempos sin tiempo.
Concluye el Rector Mayor: esto exige de nosotros cambios de mentalidad y ritmos de vida, apertura de mente y corazón, superación de hábitos arraigados. Que la Auxiliadora nos enseñe hoy el arte de asistir a “sus hijos”.
Por, P. Luis Timossi, SDB, CSFPA