Amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano y del Carisma de Don Bosco extendido en el mundo, reciban mi más cordial saludo en este tiempo pascual. En este mes de mayo dirigimos nuestra mirada, como no podría ser de otro modo, hacia Ella, la Madre, María de Nazaret, Madre de Jesucristo y Madre nuestra.
Los años precedentes, visitando la Congregación y la Familia Salesiana en el mundo, tuve el regalo de conocer en muchas naciones cómo el corazón de esos pueblos se volvía profundamente humano y sensible cuando se trataba de mirar y sentir a la Madre del Cielo.
Pude visitar y celebrar la fe en muchos santuarios marianos. Tengo muy presentes, entre otros, Nuestra Señora de Fátima, en Portugal; Nuestra Señora de Guadalupe, en México; Nuestra Señora Aparecida, en Brasil; Nuestra Señora de Luján, en Argentina; la Virgen de Loreto, en Italia; la ‘Madonna Nera’ o la Virgen Negra de Częstochowa.
También visité, como se pueden imaginar, tantísimas basílicas e iglesias dedicadas a María Auxiliadora en todo el mundo, estando al centro Valdocco y la casa de la Madre: “Esta es mi casa, de aquí saldrá mi gloria”.
Siempre, y digo absolutamente siempre, me ha impresionado la profunda fe del pueblo. Quedo sobrecogido contemplando a las miles de personas que allí he visto, con sus historias de vida, con sus lágrimas, con sus agradecimientos por gracias recibidas. Todo esto me habla de un misterio en Dios. Algo muy grande sucede cuando después de dos mil años, tantos en la humanidad, seguimos sintiendo que Ella, la Madre, lo es también hoy más que nunca.
Una ‘Catedral’ en la selva
Lo escribo ‘entre comillas’, porque ciertamente allí, en aquella zona selvática del Brasil, donde vive la mayor parte del pueblo Boi-Bororo, con quienes los salesianos compartimos vida desde hace décadas, no hay ninguna catedral de piedra, ni siquiera de madera, pero yo pude vivir la emoción de ver a aquel pueblo cantar a la Virgen María, a la Madre, a la Auxiliadora.
En la visita que pude hacer a aquella misión, terminada la eucaristía, un grupo de la Asociación de María Auxiliadora, mujeres, hombres y jóvenes con sus atuendos de fiesta y las mejores plumas que tenían, se pusieron en torno a la estatua de la Auxiliadora. Ellos solos. No esperaron a que ningún sacerdote diera ninguna indicación. No era el caso. Era su momento, entre ellos y la Madre no hacía falta nada más. Y escuché unos hermosos cantos en su lengua, cantos que habrían hecho las delicias de nuestro amado Don Bosco en sus sueños misioneros. Quién sabe si en algunos de ellos aparecían ya estos pueblos de hoy.
En aquellos momentos mi mente voló rápido y confirmaba lo que quizá muchos de nosotros sabemos y sentimos. En el ámbito de la fe, donde tantas personas están alejadas o no saben qué camino seguir, la Madre sigue siendo camino seguro, puerta que se abre, guía de nuestros pasos.
Genio de la Pedagogía Mariana
Si algo hemos aprendido sobre acercar a nuestros muchachos y muchachas a María, se lo debemos a Don Bosco. Él fue todo un genio en esta pedagogía que hacía sentir a sus muchachos, muchos de ellos huérfanos o con padres muy lejanos o casi perdidos, que Jesús era amigo, y que su madre era también mamá para ellos.
Don Bosco fue ese genio de la pedagogía de lo concreto, de hacer de la vida, en su dureza y exigencia, un motivo permanente para la fiesta, para estar alegres y felices. Por eso, al día de hoy, en las casas salesianas, generaciones y generaciones de exalumnos y jóvenes llevan grabado en el corazón el amor a la Madre y la certeza de que, confiando en Ella, se descubre en la vida qué son realmente los milagros, como el mismo Don Bosco ha prometido.
En este tiempo de Pascua tenemos más que nunca motivos para la esperanza, porque en Jesucristo Resucitado la vida cobra pleno sentido ahora y por siempre. Y unidos a su Madre, que sufrió el desgarro del alma al perder a su único hijo, gozamos de este presente de Dios que no tiene fin. Por eso, en un mundo que sigue golpeado por la pandemia, que ve la luz pero que todavía se encuentra en el túnel con oscuridad, tiene pleno sentido nuestra plegaria en este hermoso mes de mayo a Ella, a la Madre.
Y esta plegaria hoy la quiero hacer con las palabras y poesía de una gran autora, como lo ha sido la chilena Gabriela Mistral, mujer creyente que escribió “A la Virgen” esta poesía:
Madre, ya estoy aquí,
a tus pies dejaré el corazón,
triste el vivir, el vivir sin ti
larga el ansia y larga la aflicción.
En el más hondo pliegue de tu ancho manto
este viaje cansancio deja dormir
dame a enjugar mi llanto
y dame el sol antes de morir.
Madre, ya estoy aquí
llevé paz, traje tribulación
si no descansa por fin en ti
¿Dónde va a descansar el corazón?
Queridos amigos, les deseo una santa Pascua y una hermosa fiesta de Nuestra Señora. Tenemos lo más importante para que nuestros corazones puedan reposar. Sean felices.
P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos