Celebración del centenario de la muerte del P. Paolo Albera (2021), segundo sucesor de Don Bosco.
Solo Juan Cagliero podía lograrlo: ¡Una foto con Don Bosco! En 1861 temían por aquel padre que, con 46 años, estaba frágil de salud. Lo pensó y lo hizo: de rodillas le suplicó que aceptara y le arrancó el sí. Don Bosco organizó: jóvenes y salesianos a su alrededor, él confesando ¿A quién? A Pablo Albera: “Pablito, arrodíllate y apoya tu frente sobre la mía, así no nos movemos”.
Todo comenzó en None
A unos 24 km de Turín vivían, en None, Margarita dell’Acqua y Juan Bautista Albera con sus siete hijos. Pablo, el menor, nació el 6 de junio de 1845. La fe vivida en cada jornada culminaba con el rosario en familia. Fue el ambiente en que creció. Pronto ayudó en la misa al párroco, don Mateo Abrate.
En 1858, con 13 años, don Abrate, que ya conocía a Don Bosco desde los inicios del Oratorio en la Iglesia San Francisco de Asís, lo presentó sin preámbulos: “Recíbalo con usted”. El seminarista Miguel Rúa, mano derecha de Don Bosco con 21 años, luego de hablar con Pablo opinó: “Lo puede recibir tranquilamente”.
En el Oratorio se respiraba entusiasmo juvenil por la santidad, dejado por Domingo Savio al morir el 9 de marzo de 1857. Con ese ambiente se encuentra Miguel Magone en octubre de ese año cuando ingresó, recibiendo exactamente un año después a Pablo, con quien fue compañero de habitación y amigo.
Un salto adelante
En tiempos de leyes anticlericales, luego del Estatuto Albertino de 1844, Pío IX le planteó a Don Bosco qué pasaría con sus jóvenes cuando él faltara. Su mejor respuesta: el nacimiento de la Congregación Salesiana, el 18 de diciembre de 1859. Eran 18, incluido él.
El 3 de mayo de 1861, Don Bosco explica uno de sus sueños: “Algunos jóvenes llevaban en la mano una luz, y Pablo tocaba la guitarra, significa que mostrará el camino a los sacerdotes y su valor para ir adelante en su misión”. Fue el 14 de mayo de 1862, con 17 años, cuando dio su sí como salesiano, junto a otros 22 compañeros; era un joven tranquilo, sonriente y estudioso.
Otro Valdocco
Era el objetivo del flamante Colegio Seminario Menor en Mirabello, a unos 100 km de Turín, abierto el 20 de octubre de 1863, al abrigo de enredos oficiales con inspecciones académicas. Aprobado por Mons. Di Calabiana en tiempos de desprestigio de la Iglesia y de escasez de vocaciones. Para garantizarlo, qué mejor que un buen equipo organizado por Don Bosco: Miguel Rúa, director con 26 años, su madre Juana María y dos sacerdotes. Los demás: cinco seminaristas salesianos, entre ellos Pablo con 18 años, y cuatro jóvenes oratorianos.
Será el ambiente en que maduró su vocación: compartiendo con los jóvenes los juegos, demostrándoles plena confianza y ganándoselos de mil modos; creando un ambiente familiar de alegría serena; fusión de corazones y cariñosa vigilancia; vida de piedad profunda y fidelidad al deber cotidiano. Cada vez que Don Bosco los visitaba ¡era el regalo de la presencia del padre que los amaba!
Fueron cinco años de trabajo salesiano, estudiando al mismo tiempo filosofía y teología en el Seminario de Casale Monferrato, a 14 km de Mirabello. Las nuevas leyes de educación exigían títulos, por eso, simultáneamente, en octubre de 1864 se recibió de maestro de cursos superiores. Ese mismo año se integró a la comunidad otro joven salesiano: Luis Lasagna.
Fraile o no, me quedo con Don Bosco
La afirmación de Cagliero, el joven que consiguió el sí de Don Bosco para la foto, había quedado resonando en el grupo de aquellos primeros salesianos. Algún compañero de estudio, su párroco e incluso Mons. Riccardi di Netro, arzobispo de Turín, le plantearon a Pablo por qué con Don Bosco. “Es que si soy sacerdote, se lo debo a...”, sin más palabras.
El 2 de agosto de 1868, Pablo es ordenado sacerdote en Casale, cerca de Mirabello, por Mons. Ferré. El día anterior va donde Don Bosco pidiéndole un consejo: “Cuando tengas la dicha de decir la primera misa, pídele a nuestro Señor la gracia de no descorazonarte nunca”. Con el tiempo comentaría: “Solo mucho después comprendí el alcance de sus palabras”.
Por P. Manolo Pérez sdb, CSFPA - Quito