Santiago es la ciudad del mundo donde más se escucha reggaetón ¿Santiago? ¿Más que Puerto Rico? Sí, hace rato. Spotify lo demostró en números. Y en tiempos de pandemia, es el género que más ha subido sus reproducciones , junto a la música infantil… Era que no. Para algunos ni siquiera es música y suele ser un estilo denostado, por sus letras y “calidad instrumental”. Lo cierto es que lleva 20 años de vida y no da señales de tirar la toalla. Al contrario. Crece y crece.
Para los que no somos tan jóvenes, es difícil entender el fenómeno. Por eso tomé el teléfono y llamé a un par de amigos que aún son estudiantes y, la verdad, es que salió un debate interesante. Ellos saben más que uno, aunque a los antiguos nos gusta creer que sabemos más de todo. Uno de los primeros conceptos que tiraron a la mesa fue “música prohibida”. Y, claro, el rock de Elvis también agarró vuelo y tuvo detractores.
También reconocen que acá no existen grandes vocalistas ni tienen admirables registros, pero lo ven como un plus, no un contra. Por eso, cualquier cabro siente que puede pescar un micrófono, hacer música y que le puede ir bien. Y es algo que ha pasado. Muchos jóvenes y niños han encontrado una opor tunidad de vida en este género musical. Chicos que jamás podrían haber cantado como Rober t Plant o Freddie Mercury, pero acá tienen su espacio. Es un puente.
Seguimos conversando y me hablan de ese personaje que venden los artistas del reggaetón, que parecen tener el mundo a sus pies, los mejores autos, las mujeres más hermosas , joyas y fiestas a piscina llena. Al chileno le llama la atención. La generación entre 15 y 30 años es de ambiciones a cor to plazo, nuestra sociedad mide el éxito mirando qué tiene cada uno, es un país materialista y altamente aspiracional. En el reggaetón, el pobre sueña con ser rico y el rico se pone un jockey para jugar a ser pobre, sentir que viene de esa calle que nunca ha pisado.
Yo escucho, tomo nota y los muchachos me cuentan que esta generación adolescente y veinteañera de hoy quiere pasarlo bien y eso no tiene nada de malo. No quiere muchos compromisos , aspira a trabajos donde no tenga un je fe y pueda manejar sus tiempos. Quiere ser independiente y no “entregarle” su vida a otro. Vivir su vida. En ese plano, el reggaetón calza musical y líricamente con su experiencia, va fijo en su historia de Instagram. Me advierten que el reggaetón no habla solo de sexo y carrete, hoy la lleva cantar mucho de desamor y así no solo sir ve para escucharlo de fiesta.
Me siento cada vez más viejo, les cuento que tengo una hija y la otra vez hice que el chofer del Uber apagara la radio. Me encontré una letra demasiado explícita para ella. Me siento como mi madre cuando me decía que el rock que ponía en la pieza era demasiado fuerte. Pero los cabros están de acuerdo, solo me apuntan que “puedes apagar una radio, pero esa canción está en todos lados”. Y tienen razón. Antes que tapar el sol con un dedo, mejor explicarles a los niños lo que se van a encontrar sonando en el supermercado o la tienda. Uno debe hacerse responsable y no solo agarrar al reggaetón a piedrazos.
Luego hacen referencia a los ritmos latinos, a que el chileno se identifica con la letra en español, con la calle, con el calor, con los ritmos bailables. “Seguro tú bailaste Sandy y Papo”, bromean. Me hacen la diferencia entre trap y reggaetón que, hace un rato, para mí eran la misma cosa. Me recomiendan un disco de Tego Calderón y me explican que antes eran mejores musicalmente. Cuando corto, me doy cuenta de que lle vo años haciendo la cruz a algo que ni siquiera conozco. Como algunos que no quieren usar celular porque le tiene miedo a la tecnología. Pongo play al Tego y lo escucho hasta el final. Quizás nunca me guste, pero está ahí, quiero saber qué es, qué música bailará mi hija en la fiesta.
Por Paulo Inostroza, periodista