Para acompañar más y mejor a las jóvenes generaciones en estos tiempos, debemos reflexionar en profundidad sobre las dinámicas y transformaciones en diversos niveles que están operando, a propósito del contexto cultural en el que nos encontramos. La situación actual, con su devenir intempestivo y la vorágine de las megacrisis, ha hecho que no solo nuestro entorno sea modificado, sino que, además, influya con fuerza en la propia construcción de la subjetividad.
¿Qué tan diversos saldrán los jóvenes y adultos post 2020?, ¿cuáles serán los efectos psíquicos, físicos, emocionales, espirituales y relacionales que tendremos que enfrentar?, ¿cuáles serán los presupuestos que debemos modificar?, ¿cómo curar heridas generadas en estos tiempos? y ¿desde dónde proyectar el futuro? Son interrogantes que se abren a propósito de una situación cultural aún en curso.
Para empezar, es oportuno cuestionar los propios paradigmas y resignificar aquello que forma parte de nuestro modo de ser.
Si todo ha cambiado, también nosotros lo hicimos, la cuestión es darnos cuenta hasta qué punto. En este caso, un modo de ser salesianos hoy ya se modificó y requiere ser elevado a una conciencia madura para volver a impulsarnos “más allá de las crisis”, junto a los jóvenes y sus familias.
La experiencia del acompañamiento puede llegar a ser un espacio privilegiado para fortalecer un auténtico resurgimiento de un joven post 2020, y consolidarse como un proceso de transformación espiritual y camino de integración. Si lo vivimos desde una experiencia radical, desde nuestro ser personas comunitarias e integrales, religiosas y focalizadas, podremos salir aún más fortalecidos y con una mayor conciencia de las propias fragilidades, con la humildad necesaria para no creernos el mito de la omnipotencia y el poder absoluto del ser humano sobre la realidad.
Tres desafíos para la educación religiosa
Buena parte de nuestra educación espiritual se ha focalizado en las prácticas religiosas que forman parte de nuestra cultura. Sin embargo, con el paso de los años hemos visto que tales herramientas no son suficientes para desplegar una vida espiritual auténtica y profunda que toque todos los aspectos y dimensiones de nuestra existencia. Lo que con tanta insistencia se ha dicho en la educación católica, la unidad de fe y razón, la unidad de la fe y vida, no deja de ser un desafío para el acompañamiento de las nuevas generaciones.
Con la acelerada e inacabada proyección de la tecnología, nuevos lenguajes y códigos culturales, a los que parece no decir mucho o nada el lenguaje religioso, una renovación se hace muy necesaria. De ahí se explica el esfuerzo del Papa Francisco por renovar la forma de expresarse y apelar a la fuerza de los signos tan propios de nuestra experiencia humana y forma de habitar el mundo. Se abre así un primer desafío en relación al sentido y al significado, no solo de nuestro lenguaje, sino de todo aquello que transmita un valor relevante.
En medio de la vorágine informativa actual, hay una tendencia motivada por la cultura: ser consumidores de datos y tecnología, que se traspasa a otros aspectos de la vida, como es el riesgo potencial del consumo de prácticas religiosas. Si bien la Iglesia cuenta con el contenido y los métodos para el desarrollo humano integral, no siempre logra calar en profundidad con su propio mensaje, siendo este muchas veces absorbido por la hegemonía del dogma del progreso consumista. Otra insistencia del Papa Francisco en sus innumerables intervenciones: volver a poner a Cristo en el centro de la vida, incluso de los propios cristianos, el segundo desafío.
En tercer lugar, es preciso tener conciencia de que la solidaridad ha sido desplazada por la indiferencia; el cuidado de la Casa Común, dejado de lado por el aprovechamiento desmedido de toda riqueza natural; incluso la integralidad de la persona ha sido exageradamente expuesta a su capacidad de rendimiento, producción y consumo. Pese a todo aquello, se abre aún el desafío de un reenfoque, aunque lento y progresivo, con la condición del reconocimiento de la hermandad como amistad cívica y la fraternidad como sentido de preocupación por el prójimo. ¿Desde dónde continuar o hacer este giro? Desde la conciencia de nuestra realidad y desde el reconocimiento de todo aquello que hay que replantearse.
Nuevo modo de habitar este mundo
La tendencia a atomizar, propia de las ciencias modernas, lleva al proceso de madurez humana y religioso a un segundo o tercer plano. Para lograr integrarlo dentro del desarrollo global es preciso develar la creciente tensión que se genera al querer usar los métodos de la ciencia experimental a la vida del espíritu del ser humano. Tal extrapolación no sólo es ilegítima, por los diferentes campos de desarrollo en que se mueven cada uno, sino que difuminan la necesaria unidad del ser humano con su ser espiritual, una dimensión distintiva y original de la vida.
Cuando hablamos de repensar nuestro ser espiritual, debemos considerar todo el conjunto de situaciones que forman parte de nuestra experiencia cotidiana en la cultura. Hoy hay una auténtica inversión valórica que afecta la construcción de la subjetividad. Al mismo tiempo, existe un esfuerzo perseverante por conducir a la humanidad a un lugar que no es el suyo, un trágico reduccionismo de sus competencias que impera y aplasta lo más propio de la experiencia espiritual.
Deberíamos apuntar nuestras fuerzas espirituales a potenciar justamente lo que es más propio del ser humano, avivar la mecha humeante que alumbrará nuevamente como luz en la oscuridad. Es decir, el espíritu del ser humano.
Que donde quiera que vaya y se mueva, el ser humano no deje de manifestarse frente a las cosas como un ser capaz y consciente de lo que le acontece. Un ser trascendente que se comunica espiritualmente con la trascendencia absoluta: Dios. No es un objeto entre objetos, ni un número entre cifras, es todavía más y aún un misterio.
Por último, en los diversos y crecientes caminos culturales que hemos tratado de graficar, emerge todavía el reclamo del ser humano que es, ante todo, persona, es decir, un ser relacional. Por mucho que se trate de objetivar y particularizar según el conocimiento físico y matemático, incluso psicológico, no hay nada que pueda manipular su forma de ser. El modo de ser humano que dice relación con la dependencia ontológica a una proveniencia superior, Dios, y la necesaria experiencia fraterna de la cual no puede desdecirse, la comunidad, son aspectos de su constitución que no pueden relegarse al olvido.
Educadores cristianos y oportunidades
El acompañamiento a las nuevas generaciones, la propuesta exigente y ardua de una nueva forma de vivir la fe, la religiosidad hoy en día, nos exige a los educadores cristianos una lectura profunda de las transformaciones que se están llevando a cabo en nuestras sociedades. Ya están teniendo un impacto, no solo en los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, sino en los adultos y las personas que hemos establecido ciertos patrones interpretativos para comprender y comprendernos.
Desde nuestros aprendizajes durante este año, una nueva relación con Dios es posible, lo que requiere una reelaboración auténtica de las categorías asentadas y lentes puestos para observar. Relación que puede todavía trasformar las relaciones con los demás y con el propio mundo, para proyectar un espacio siempre más digno, abierto y sano para desplegar una auténtica vida humana.
El acompañamiento se nos revela como oportunidad renovada en este proceso comunitario, fraterno y profundamente humanista.
Por P. Claudio Cartes, sdb.