Les saludo muy cordialmente, amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano, tan amado por Don Bosco. Les quería compartir hoy un bellísimo testimonio de jóvenes, en palabra de una joven. Ella es venezolana.
Fue el 9 de febrero del presente año cuando visité de nuevo Venezuela y allí tuve un hermoso Encuentro Nacional con jóvenes. Ese día Eusibeth había escrito de su puño y letra algo que llevaba muy en el corazón. Lo hacía en nombre de los jóvenes generosos, esperanzados y sufridos de aquella bella tierra. La carta decía lo siguiente:
Querido Don Ángel:
Desde lo más profundo de nuestros corazones, damos gracias al Señor por su visita a nuestro país y, a su vez, por tomarse un tiempo para encontrarse con nosotros, sus queridos jóvenes.
Mis palabras quieren expresar el sentir de cada uno de nosotros que vivimos esta propuesta de santidad y tenemos un corazón salesiano. Desde los muchachos indígenas que corren por la selva del Amazonas, los hermanos andinos llenos de cercanía y amabilidad, los jóvenes de la región central que construyen con alegría la civilización del amor, los guaros, orientales, corianos, zulianos; todos nosotros, que tenemos la dicha de ser venezolanos. A este momento se une cada joven que ha tenido que salir de nuestra tierra, convirtiendo suelos extranjeros en una casa, escuela, parroquia y patio.
Si existe algo que nos caracteriza como jóvenes, además de nuestras peculiares personalidades y diferentes maneras de pensar, es que nos une una misión: la salvación de muchas almas, sin olvidarnos primero de la nuestra, como lo decía nuestro amado papá, Don Bosco.
Para nadie es un secreto lo que nos toca vivir cada día: una realidad en donde somos atropellados por las corrientes del mundo que quieren impedir que soñemos infinito y apostemos por grandes ideales. La espiritualidad juvenil salesiana nos ha permitido caminar esperanzados, renovando nuestra fe, aún cuando a veces todo nos parece incierto e imposible.
Los jóvenes venezolanos somos, sin duda, profetas valientes, que a pesar del miedo a ser juzgados o agredidos, no permitimos que apaguen nuestra voz. Somos jóvenes que al levantarnos cada mañana, sin tener que comer para ir al colegio o a la universidad, seguimos con tenacidad y esfuerzo la tarea para tener una formación integral, comprometidos con la educación, siendo esta nuestro mejor instrumento para todo.
Somos jóvenes que, a pesar de vernos obligados a trabajar por necesidad, dejando a un lado lo que realmente amamos y soñamos, nos atrevemos a ser luz de la historia en medio de un pueblo tan herido y sediento de Jesús. Que aún en nuestra fragilidad, experimentando que el mundo en cierto modo se viene abajo y queremos tirar la toalla, la mirada amorosa de Dios y la protección maternal de María nos invitan a seguir colocando nuestra vida al servicio de los demás, especialmente de los muchachos y muchachas más pobres y desprotegidos.
Ser jóvenes salesianos nos ayuda a dar respuesta, como fieles discípulos, ante todo lo que estamos viviendo. Somos ‘chamos’ reales, auténticos, arriesgados, santos de hoy: con jeans, zapatos y camisetas, como dice el Papa Francisco. Don Ángel y todos los miembros de nuestra familia salesiana: su presencia nos anima a marcar la diferencia, a seguir luchando por una Venezuela justa y santa, apostándolo todo por el bien de la juventud. No dejen de acompañarnos ni de creer en nosotros.
¡Gracias por tanto!
Hasta aquí este testimonio juvenil. Escuchar en aquel momento a Eusibeth ante 800 jóvenes, en una cálida tarde caraqueña, me hizo pensar en cómo y cuánto Don Bosco creía en sus muchachos, en sus capacidades, en su potencial, en la bondad que hay en el corazón de ellos.
Lo que sucedía con Don Bosco hace 160 años sigue sucediendo hoy en todo el mundo. No es cierto que los jóvenes de hoy no tengan un corazón hermoso. Ciertamente, hay jóvenes que se encuentran en caminos de confusión, de esclavitudes, de muerte ya en vida… Jóvenes que de verdad necesitan ser ‘salvados’. Pero hay muchos otros, millones y millones -y los jóvenes que me he encontrado junto con Eusibeth son prueba de ello- que creen en la vida, en la belleza del amor, en lo hermoso de compartir y en la plenitud de sentido que les da Dios.
¿Se puede seguir hablando así, hoy, en estos tiempos? Yo afirmo que sí.
Sigan bien y que el buen Dios les llene de su paz, amigos y amigas.
P. Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos