Resignificar el acompañamiento

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Así como hemos visto en Don Bosco el modelo pastoral del acompañamiento salesiano, veremos ahora algunos de los valores más nítidos que se desprenden de sus experiencias vitales en el transcurso de la propuesta espiritual y pedagógica de su tiempo. Se nos proponen como vectores, luces que tenemos en el proceso con los jóvenes y sus familias.

La situación histórica de hoy es muy distinta a la que vivió él en Turín desde 1841 en adelante, luego de ser ordenado sacerdote. Sin embargo, algunos de los rasgos de la racionalidad gestada en aquellos años se mantienen hasta nuestros días, llegándonos en forma de consecuencias o desarrollos progresivos, tales como la industria, el progreso tecnocientífico, la ciencia experimental, la economía, la comunicación, etc. Formas institucionalizadas que, pese a su declive y a la crítica expresa propuesta por la posmodernidad, siguen vigentes en sus esquemas de desarrollo interno.

El acompañamiento desarrollado por Don Bosco a los jóvenes de aquel tiempo tiene una fuerza de significación histórica para nosotros, lo que nos permite hoy en día volver a esos valores en sus aspectos más profundos y resignificarlos en las situaciones tan variadas, inciertas y cambiantes en las que nos encontramos hoy.

Ser un punto de referencia

La experiencia socioeconómica y política vivida por Don Bosco con el proceso de cambio de una sociedad agrícola a una industrial, urbana a una rural, monárquica a una republicana, nos hace pensar en nuestros propios procesos de crisis sociales, migratorios, inestabilidades e incertidumbres sanitarias, culturales y económicas, y como en todos estos procesos de transformación, el problema crucial es transmitir puntos de referencia.

Todos los períodos de cambio están marcados por una fuerte inquietud de los jóvenes, quienes se preguntan por su propio futuro. Esto es mucho más notorio entre aquellos que son psicológicamente más frágiles, o bien, viven en situación de exclusión social, de vulneración, de ausencia de redes de apoyo. La intuición lúcida de Don Bosco ha sido detectar que en aquellos signos de desorientación, malestar e, incluso, violencia manifiesta, había síntomas evidentes de una ausencia de educación y evangelización o, al menos, la debilidad era notoria.

Para que esto tuviese un significado para los jóvenes y la sociedad, era necesario ser un punto de referencia estable. Es decir, caminar con ellos, de modo que no sintieran extraños a los adultos. Generar una relación interpersonal que les permita confiar y disponerse a dialogar abiertamente. Esta es la convicción de Don Bosco: serás solo un punto de referencia cuando el joven lo decida, no tanto cuando la institución te nombre como tal. Sobre esa confianza es que se basa, como condición de posibilidad, el acompañamiento de la juventud y sus familias. Restablecer esta realidad significa para los padres, educadores y consagrados repensar nuestra presencia entre muchachos y muchachas, más aún en un momento como el que atraviesa nuestro país.

Ser un signo de esperanza

Un educador que se queja todo el tiempo del momento histórico que le ha tocado vivir no contribuye a generar esperanza. Es necesario prevenir los riesgos y las dificultades que enfrentamos en cada tiempo y discernir, a la luz del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios, los aspectos oscuros y negativos que nos arrastran a debilitar nuestra situación humana. Estos aspectos no deben impedirnos maravillarnos de las situaciones que ameritan una acción de gracias, una sonrisa, una palabra de aliento.

Esta es una atención muy particular que ha tenido Don Bosco en la relación educativa con los jóvenes. Atender a los procesos de germinación en aquellas situaciones que, pese a las contrariedades de la vida, se están gestando como propuesta de bien. En ese sentido, él no solo se “prepara” para enfrentar el futuro, sino que se esfuerza por “construirlo”. En ese afán continuo se transforma en una llama, en una luz que ilumina el camino oscuro.

Gran parte de los valores del acompañamiento sugieren concentrarse en cultivar una buena tierra, condiciones de posibilidad para que la semilla pueda germinar y desarrollarse. Acompañar a los jóvenes en los tres niveles que ya hemos compartido (ambiental, grupal y personal) sugiere ofrecer una luz de esperanza para permitir que en niños/as, adolescentes, jóvenes y familias se arraigue lo mejor de la cultura y de lo que ellos mismos están desarrollando, con el fin de abrirse como personas y desplegar en la sociedad lo mejor de sí.

Ser un puente intergeneracional

Con frecuencia hemos oído decir al Papa Francisco que nuestra cultura, tal y como ha llegado a ser en este preciso momento de la historia, genera, por sus modos de relación y autocomprensión, mucha exclusión, llegando incluso a descartar personas: “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados», sino desechos, «sobrantes» (EG 53).

Entre ellos muchas veces están los niños/as, adolescentes y jóvenes, por un lado, y los ancianos, por otro. Como acompañantes de los jóvenes, el educador está llamado a ser un puente de comunicación y comunión. Para ello, es necesario que sepa encontrar una sana posición de equilibrio, siendo cercano, pero, a su vez, sabiendo la responsabilidad de su misión como acompañante para no ser un igual.

En ello es muy útil lo que solía afirmar Don Bosco: “No basta amar, es necesario que los demás se den cuenta de que son amados”. En este camino, el educador puede aportar en la cultura siendo un signo de comunión intergeneracional, donde ningún joven o anciano experimente la indiferencia por la estrechez del tipo de racionalidad que se ha ido construyendo. Es necesario seguir animando las “alianzas educativas” que favorezcan climas de mentalidades comunes, donde cada cual se sienta aportando en el proyecto común.

La congregación salesiana tiene una experiencia vital y de incalculable valor respecto del acompañamiento pastoral a la juventud y a las familias, que ha nacido en un contexto específico y se ha desarrollado a lo largo del mundo entero. Es de suma importancia reactualizar nuestro modo de acompañamiento profundizando en aquellos valores que han marcado su gestación y proceso desde el mismo Don Bosco y su experiencia pedagógico-espiritual desarrollada por él, junto a laicos adultos y jóvenes de su tiempo. Ninguna actualización podrá ser auténticamente fiel si no considera el punto dinámico de gestación y advierte los momentos más significativos de su desarrollo, hitos que lo han renovado e impulsado en la historia. Solo así podemos mantenernos fieles a la “inspiración del Espíritu Santo”, que ha suscitado para la Iglesia y la sociedad el carisma salesiano en favor de la juventud más pobre y sus familias.

Por P. Claudio Cartes, sdb

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