En 1854, la realidad de Italia era muy similar a la que vive el mundo hoy. Europa era azotada por una de las pandemias más arrasadoras hasta ese momento, el cólera, enfermedad temida por su alta tasa de letalidad. Seis de cada 10 personas que la contraían morían.
Al anunciarse los primeros casos, las autoridades comunicaron las normas de precaución al Vicario General de Turín, para que el clero cooperase con las autoridades civiles. Los párrocos obedecieron y los religiosos contemplativos se ofrecieron para asistir a los enfermos. El gobierno de Turín trató de hacer frente a esta amenaza, la cual, sin duda, afectaría más a la población pobre, entre ellos un gran porcentaje de jóvenes que vivían en las calles.
Preocupado por aquellos que más necesitaban y con más de 50 jóvenes en el oratorio, Don Bosco se dio cuenta de que no bastaba con quedarse en casa manteniendo las medidas de sanidad. Debía cumplir el llamado de ser Jesucristo en medio de los desfavorecidos.
“Dios mío, herid al pastor, pero mirad por la salud del tierno rebaño”, dijo el santo, y volviéndose a la Santísima Virgen expresó: “Oh María, Madre potente y amorosa, heme aquí dispuesto a morir cuándo y cómo a Él plazca”. Era el buen pastor que ofrecía la vida por sus ovejas. Esa era su entrega por los jóvenes.
Juventud solidaria
Don Bosco preguntó a sus muchachos quiénes estarían dispuestos a unirse a él para enfrentar el cólera y ser auxilio de los enfermos. No pasaron muchos minutos para que un grupo diera el sí, confiando en sus palabras: “A nadie atacará el mal con tal de que nos confiemos a la Virgen y tratemos de vivir en la gracia de Dios”. Sin más seguridad que unas cuantas normas higiénicas y una gran fe en Dios, se pusieron en marcha.
Según el santo, “la causa de todo es, sin duda, el pecado. Ante todo, debéis vivir en la gracia de Dios, llevad en el cuello una medalla de la Santísima Virgen que yo bendeciré y rezaré cada día un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria”, añadiendo la jaculatoria ‘Líbranos señor de todo mal´”.
Mientras el grupo de voluntarios estaba afuera, quienes quedaban en casa tenían la misión de mantener las normas de salubridad enviadas por el gobierno: airear los ambientes, rutinas de limpieza de todas las áreas, lavado de manos regulares y horarios de oración, donde participaban chicos y educadores para pedir a Dios por las víctimas y por los que estaban cuidando de ellas.
Pasaron los días y la epidemia fue creciendo exponencialmente, hasta causar la muerte de un 70% de los afectados. Muchos de los que contraían la enfermedad eran dejados en el abandono, sin ayuda ni asistencia, incluso por sus propios familiares. Los sepultureros también se vieron obligados a ingresar a las casas para poder sacar a los fallecidos.
Don Bosco y su grupo de voluntarios visitaron y asistieron a muchos enfermos que se encontraban en las casas y calles, sin embargo, resalta Don Lemoyne, biógrafo de Don Bosco, entre ellos no se registró ni un solo caso de contagio.
El santo, antes de salir en asistencia a cualquier casa, hacía un llamado a mantenerse en la gracia de Dios: “Les recomiendo que hagan una buena confesión y comunión para que pueda ofrecerlos a todos juntos a la Santísima Virgen, rogándole que los proteja y defienda como a hijos suyos queridos”.
El trabajo de los chicos fue aplaudido por muchos. El periódico local “L’Armonia”, les dedicó una crónica en su edición del 16 de septiembre de ese año: “Animados por el espíritu de su padre superior, Don Bosco, se acercan con valentía a los enfermos de cólera, dándoles ánimo y confianza, no solo con palabras, sino con los hechos; tomándoles las manos, haciéndoles fricciones, sin hacer ver horror ni miedo”.
Agradecer
A pesar de que el cólera hizo estragos entre los vecinos, ninguno de los alumnos del oratorio fue atacado, ni siquiera los 44 jóvenes que durante aquellos meses atendieron a los enfermos. El P. Ángel Peña, en su libro “Vivencias de Don Bosco”, asegura que entre los jóvenes se encontraban Miguel Rúa, Juan Cagliero y Luis Anfossi, todos adolescentes entre los 14 y los 17 años, quienes más adelante firmarían para consolidar la Pía Sociedad de San Francisco de Sales.
El 8 de diciembre de 1854, en la Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Don Bosco dijo a sus alumnos: “Demos gracias, queridos hijos, porque como ven, Dios nos ha conservado la vida en medio de tantos peligros, incluso, salvado de la muerte”.
Luego del servicio que los jóvenes prestaron a la comunidad, los vecinos veían el oratorio como un lugar donde se adquieren valores como la solidaridad y se asume un estilo de vida, además de cultivar la fe, la razón y la confianza en la Providencia.
¿Cómo estás contribuyendo hoy en la lucha contra el Covid-19? Hay múltiples maneras para hacer frente a esta tremenda crisis que vivimos. Además de la asistencia a los enfermos, hay tantos que han perdido sus fuentes laborales y necesitan una mano. Como lo hizo Don Bosco, pongamos nuestra confianza en la buena Madre Auxiliadora, para que ella nos proteja y nos aliente a socorrer y dar auxilio a quienes lo necesitan.
Por Gustavo Cano, periodista
Excelente documento.