Hablar del acompañamiento pastoral salesiano nos llevaría en algún momento a referirnos al mismo Don Bosco. Para ello, debemos considerar su experiencia rica de acompañamiento personal, sea desde el hogar, con mamá Margarita; en su desarrollo, con D. Calosso, y luego, en el colegio eclesiástico de San Francisco de Asís (Convitto), con D. Cafasso. Sin contar, además, con otros testimonios de personas significativas en su vida.
A simple vista, su experiencia nos da un cuadro general, ubicándolo al interior de su propio dinamismo de ser acompañado, del cual emanan los valores fundamentales del acompañamiento pastoral salesiano. Experiencias que el mismo Don Bosco va reflejando en las relaciones educativo-pastorales que establece con Garelli, Besucco, Savio, Magone, etc., formando una auténtica “escuela de santidad juvenil” mediada por el acompañamiento.
Esta es una de las primeras convicciones a las que se llega mirando su historia: hay un camino de crecimiento en su vida espiritual, que viene sostenido y animado por los acompañantes como mediadores de la gracia de Dios, y que luego él revitaliza de modo creativo en las relaciones con los jóvenes del Oratorio.
La integración
La vida de nuestro fundador nos enseña que el acompañamiento salesiano es un camino de integración. En él se da una feliz armonía de cualidades personales y circunstancias que lo van llevando a convertirse en el Santo de los Jóvenes. Su talento innato para acercarse a ellos y ganar su confianza, unido al ministerio sacerdotal de un hombre que ha cultivado una fuerte vida espiritual, dan cuenta de una síntesis que se hace cauce de santidad hasta el día de hoy.
Justamente, este proceso integrador es uno de los más destacables de su figura. Ayuda a los mismos jóvenes a reinterpretar sus experiencias de vida, a armonizar la complejidad dispersa llena de informaciones en las que se encuentran y a orientar su vida concreta y de forma práctica como seres humanos libres y auténticos. Don Bosco ayuda a los jóvenes a través de su acompañamiento a reintegrar las heridas, los fracasos, las desilusiones, encauzándolos en proyectos vitales y grandes ideales. Realmente, un genio práctico del acompañamiento juvenil, tal y como él mismo había reinterpretado su propia historia de vida.
Si miramos la raíz de todo el proceso, encontraremos un sacerdote dinámico que no se deja aplastar por la inercia del peso cotidiano, por los conflictos o las vicisitudes que el ser humano encuentra todos los días. Ahora bien, esto no se consigue sin una cuota alta de profundidad para vivir, de vida espiritual. Para él, acompañar a los jóvenes no era un servicio cualquiera, era su respuesta al Señor, a la llamada de Dios, una auténtica vocación. Esto le llevó tiempo, estudios, trabajo, fatigas y las mayores alegrías junto a los jóvenes.
Impulsar un punto de bien
Según su visión, al centro del acompañamiento está la “caridad pastoral”. Esta lleva a querer al joven, sea cual fuere la situación en la que se encuentre, para conducirlo a la plenitud de humanidad que se ha revelado en Cristo, para darle la conciencia y la posibilidad de vivir como honrado ciudadano y como hijo de Dios (Juvenum Patris, 9).
Don Bosco recordará siempre en D. Cafasso su calma, agudeza y prudencia. Fue él quien lo llevó a las cárceles, donde pudo conocer la malicia y la miseria de los hombres. A su vez, sintió horror al ver a muchos jóvenes que estaban allí ociosos, roídos por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material, sin embargo, había algo más que Don Bosco lograba captar bajo aquellla capa de pesada corrosión, ¡existe un punto de bien!
Era un momento particularmente doloroso para la vida de Turín, la difícil situación por la que atraviesan tantos jóvenes que, provenientes del campo, carentes de compañía en la ciudad, extremadamente pobres y explotados, lo cual cristaliza en él una búsqueda para generar un ambiente rico de valores espirituales, donde el acompañamiento sea una mediación para la santidad que Dios les regalaba a estos pobres jóvenes de Turín: ¡Existe un punto de bien!
Esta experiencia marca el modo del acompañamiento de Don Bosco con un criterio fundamental: desarrollar todo aquello de bueno que hay en el joven mismo, poniéndolo en contacto con el patrimonio cultural desarrollado hasta entonces en Turín, y luego en el mundo entero. De esta manera, gestiona la experiencia educativo-evangelizadora como vivencia profunda de la fe que existe internamente como una gracia, a veces opacada y aplastada por la fuerza del mal. Don Bosco genera en los jóvenes un interés vivo y particular por la realidad social, donde cada joven se siente parte activa, útil y corresponsable del bien común.
El tesoro de su pedagogía
El camino es tan crucial como la meta, porque la santidad salesiana está hecha en la vida cotidiana, es decir, es en el aquí y el ahora. Podemos aprender de Don Bosco la creatividad, que lo hace conjugar el impulso pastoral con la inteligencia pedagógica. “La gracia de la unidad”, saber integrar lo disperso y diversificado, las cualidades humanas propias de cada cual y la belleza de la gracia divina que eleva y sostiene.
Además de la creatividad, podemos destacar su perseverancia y audacia para dar siempre el primer paso. Saber ir a los jóvenes, arriesgar y aprender a salir de sí. En eso reconocemos una llamada, incluso, de la Iglesia universal para salir a las periferias sociales y existenciales de los jóvenes.
En tercer lugar, dentro de este tesoro de la pedagogía del acompañamiento, encontramos el carácter preventivo, que hace que el acompañamiento salesiano sea profundamente positivo, respetando la libertad de cada cual, preparando a los jóvenes para el presente y el futuro e integrando las diversas dimensiones del desarrollo y crecimiento: la vida espiritual, el deporte, el arte, la música, etc.; todo aquello que forma parte de las culturas juveniles actuales.
Saber comunicar
El acompañamiento no es una disciplina que se aprende como una asignatura más del currículum en la formación laical o sacerdotal. Es, ante todo, un proceso que tiene que ver con la propia experiencia vocacional. Por lo mismo, aprendemos de Don Bosco el dinamismo de ser continuamente un aprendíz en el arte de acompañar personas y saber comunicar correctamente lo que se quiere transmitir.
No debemos olvidar que Don Bosco funda la Congregación Salesiana con los mismos jóvenes del Oratorio, es decir, ellos comprenden su corazón. Esta es auténticamente una gracia, dado que el carisma no es algo que tomar y transmitir como quien entrega un objeto que se debe traspasar de persona a persona o de lugar en lugar. El carisma es una gracia de Dios, que él supo comunicar a los jóvenes.
Don Bosco, el genio práctico del acompañamiento juvenil, nos enseña que la bondad de cualquier experiencia de acompañamiento se mide por la capacidad de estar al lado de los que más necesitan, de quienes no tienen compañeros en la vida con quienes luchar, de los desmoralizados o desconsolados, de aquellos que no ven más que callejones oscuros y sin salida, del que pierde el sentido de vivir. Saber comunicar allí, en medio de esa oscuridad, el tesoro de bondad que habilita a los jóvenes para vivir una vida plena y feliz, ahora y en la eternidad, es una gracia que ha recibido y que nos regala como una auténtica experiencia espiritual.
Por P. Claudio Cartes, sdb.