La mayor benefactora de Don Bosco: La providencia

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Nuestro padre Don Bosco vivió con fervor la caridad pastoral. En el proceso de expansión de su obra, los cálculos o presupuestos económicos no constituyeron una traba cuando buscaba hacer el bien, y más aún si se trataba de un bien para los jóvenes. Su fiel benefactora siempre fue la Divina Providencia de Dios.

Desde su niñez fue muy observador; aprendió de todos los que lo rodeaban: el latín del viejo párroco; los juegos de manos y prestidigitación de payasos y magos de feria; a coser ropa y tocar instrumentos musicales; repetía verbos mientras araba el campo y, sobre todo, profundizó una comunicación directa con Dios, proceso guiado por su madre y por las mismas personas que Dios puso en su camino. Se cumplió en él la promesa que la Virgen le hiciera en el sueño de los nueve años: “...A su tiempo lo entenderás todo”.

Su decisión por seguir el plan de Dios requirió de parte de él un abandono a la acción de la Providencia, para que la misión encomendada fuera posible. “Hagamos lo que podamos y el Padre de la misericordia añadirá lo que falte... La Divina Providencia tiene tesoros inagotables... Hagamos todo lo poco que podamos y Dios suplirá lo que falta”, decía.

La acción de la Divina Providencia en la obra de Don Bosco tomó mucha fuerza, cuando la marquesa de Barolo le permite reunirse con sus muchachos en los predios del Hospital de Santa Filomena, donde se consolida la capilla de la Inmaculada Concepción de María. “Oficié aquella eucaristía derramando lágrimas de consuelo, porque veía de tal forma que ya me parecía estable la obra del Oratorio, cuyo fin era entretener a la juventud más abandonada y en peligro”, expresaba (M.O 34).

Sin embargo, años más tarde, la misma marquesa, al ver su deteriorado estado de salud, le pide que deje el oratorio y siga solo con el refugio de niñas. Él no acepta, marcando el inicio del campo espinado que tuvo que recorrer para darle forma a su misión.

Abatido por la desesperación de no saber dónde llevar a los jóvenes para que recibieran catecismo y confesión, levanta una plegaria al cielo: “Dios mío, ¿por qué no me señalas claramente el lugar donde quieras que reúna a estos chicos? Dámelo a conocer o dímelo, que no sé qué hacer”.

En ese momento aparece un hombre, quien le ofrece un terreno que contaba con una casa pequeña y un prado para que los jóvenes pudieran correr, saltar y jugar mientras él y los demás sacerdotes los confesaban. Con ayuda de algunos benefactores, alquiló casi todo el edificio de Francesco Pinardi y luego toda la casa con el terreno a su alrededor. Así se consolidó el Oratorio San Francisco de Sales, una obra de la Divina Providencia.

Campo de los sueños

A principios de 1860, Don Bosco soñaba con la construcción de una iglesia de mayor capacidad que la fundada en el recién consolidado oratorio, la que se desbordaba de jóvenes. “Haremos otra más bonita y más amplia, que sea magnífica. Le daremos el título de Iglesia de María Auxiliadora. No tengo un céntimo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios la quiere, se hará” (MBe 287-288).

Convencido de la necesidad de promover la advocación de la Virgen bajo el título del Auxilio de los Cristianos para preservar y defender la fe, comienza a solicitar la ayuda necesaria para llevar adelante la edificación de una basílica, aun cuando sabía que las autoridades eclesiásticas no le otorgarían permiso para la construcción de un nuevo edificio.

Los planos del templo fueron rechazados por el superintendente, quien alegó que el título de “Auxilio de los Cristianos” no era apropiado. Don Bosco, firme en su resolución de hacer realidad este deseo, insistió en presentar una vez más los planos, pero esta vez sin título. De esta forma, fue aceptado. Nuevamente la Divina Providencia intercedió a su favor.

Con los planos aprobados se dio inicio a la construcción, para lo cual recuperó un campo que había vendido años atrás, lugar donde se le había revelado, a través de un sueño, que debía ser levantado el templo.

Las excavaciones comenzaron en 1863, con arquitectos y contratistas que Don Bosco ya había conseguido para participar en la obra. Nuevamente, al momento de colocar la primera piedra, vuelve a hacer una demostración clara de fe vaciando su cartera y entregando los únicos 40 céntimos que tenía para invertir. Lo demás, expresó, sería obra de María Auxiliadora y la Divina Providencia.

Si bien su confianza infinita en la Divina Providencia es reconocida para llevar adelante su misión, a su devoción se sumaba la capacidad de hacer creer a otros en su proyecto, entre ellos marqueses y autoridades. Con un talante inagotable, intensificó sus esfuerzos para solicitar la caridad privada y pública, poniéndose en contacto con diversas personas.

Los resultados de su trabajo fueron destacados por sus contemporáneos. Uno de ellos es el teólogo Margotti, quien afirmó: “Dicen que Don Bosco hace milagros. No lo creo. Pero aquí ha habido uno que no puedo negar: ¡Es este suntuoso templo que ha costado millones y ha sido construido en solo tres años con las ofertas de los fieles!”.

La fama de Don Bosco creció durante la construcción de la Basílica de María Auxiliadora. Su nombre comenzó a ser conocido más allá del Piamonte. De ser un sacerdote más en su tierra, pasó a ser un personaje símbolo de la novedad pastoral de la Iglesia, a tal punto que el Papa León XIII lo invita a asumir la responsabilidad de construir una iglesia en honor al “Sagrado Corazón de Jesús”, especificando no tener fondos para ofrecerle. El Santo aceptó, entregando hasta su último aliento por el bien de la Iglesia y los jóvenes.

La Divina Providencia era la esperanza de Don Bosco, quien, en cualquier circunstancia de su vida, supo encontrar ocasión para exaltar el amor, la bondad y la misericordia de Dios y agradecerle siempre.

Por Gustavo Cano, periodista       

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