“Si no nos preocupamos ahora del medioambiente, perderemos el futuro, el futuro de mi nieto”, expresó Bernardita, junto al pequeño, en la marcha realizada el 20 de septiembre por el cambio climático. Uno de tantos eventos convocados a nivel mundial para concientizar a los más de 100 líderes de Estado que participarán en la Conferencia de las Partes (COP) número 25, que se realizará en diciembre en Santiago de Chile.
Manifestaciones sociales que fueron potenciadas por la figura de Greta Thunberg, adolescente que decidió protestar cada viernes frente al Parlamento sueco para que cumplieran el Acuerdo de París, suscrito en 2015, en el que los gobiernos prometieron reforzar la respuesta ante el cambio climático. Joven que incluso viajó en velero a través de los océanos Atlántico y Pacífico para volver su lucha mundial, travesía que la trajo a nuestro país.
Desde la evidencia a la política global
Que la vida en el planeta está en riesgo y los principales responsables somos las personas es una realidad constatada hace más de un siglo. Uno de los primeros científicos en señalar que el uso de los combustibles fósiles podía acelerar el calentamiento de la Tierra fue justamente un compatriota de Greta, Svante Arrhenius, en 1896.
Así como él, otros investigadores, a lo largo del tiempo, fueron sumando evidencias al respecto. La problemática ambiental fue cada vez más evidente, que incluso el Papa Pablo VI se refirió a ella en 1971 en su carta apostólica Octogesima Adveniens, indicando que la actividad descontrolada del ser humano, bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial, ponía en riesgo la naturaleza a tal punto de volver a la humanidad víctima de su degradación.
En 1972 se realiza la “Primera Cumbre de la Tierra”, con la participación de autoridades de 113 países, incluyendo Chile. En ella se da comienzo a la conciencia pública ante el tema y se norma la relación humano-medioambiente, pero, al no ser obligación para los participantes, el problema no pudo ser contenido.
Ante la emergencia mundial, luego de 20 años se crea la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC), que apuntó a estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero, asociadas al calentamiento climático. A esto se sumó la creación de un órgano supremo y de asociación de los países firmantes, quienes se darían cita anualmente: la Conferencia de las Partes, COP.
Escenario dramático
Si bien cada COP realizada desde 1995 ha traído consigo propósitos frente al calentamiento global, aun así, los indicadores pronostican un escenario dramático para el planeta.
Tal es la situación, que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, IPCC, señaló que la meta de no superar una temperatura media mundial de 2° al 2020, propuesta en el Acuerdo de París de la COP 21, podría causar escasez hídrica e inestabilidad en el sistema alimentario, provocando un aumento de la pobreza a nivel mundial; además de poner en riesgo el permahielo, lo que inundaría diversos territorios. Mientras que con 1,5°, estos riesgos serían menores.
“(La habitabilidad en la Tierra hoy) es una incertidumbre. Todo lo que era incierto hace 10 años, ahora tiene una probabilidad mucho más alta”, señala Laura Farías, doctora en oceonografía de la Universidad de Concepción, quien participará en la COP25.
La experta señala que en Chile sí se han aplicado medidas, por ejemplo, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, invirtiendo en energías renovables, algo logrado con creces. Sin embargo, el problema estaría en su propuesta de sumideros: plantaciones de bosques. Secuestradores naturales de CO2, pero que, al no ser nativos, consumen grandes cantidades de agua y, cuando son talados, además de erosionar el suelo, liberan todos los gases capturados.
Por eso la experta cree que las medidas ya no son suficientes. “Las encuestas que han hecho psicólogos ambientales dicen que el 90% de los chilenos cree que el cambio climático existe y que en Chile está pasando. No son negacionistas. El problema es que es difícil actuar, porque, en realidad, lo que está en juego es cómo los humanos vivimos a costa del planeta”, señala.
Juventud que exige un futuro
“Los mares, los ríos y las lagunas se secan. Estamos vendiendo el agua a la gente que es mala, tenemos que cuidar el medioambiente”, me dijo un niño de unos cuatro años de edad en una marcha por el medioambiente. Un mensaje muy claro para su edad, que habla de un fenómeno donde se puede observar la disputa entre el crecimiento económico y la sustentabilidad ambiental en nuestro país: la megasequía.
Pero no es el único problema que las nuevas generaciones logran ver: islas de plástico en el mar, aumento de enfermedades en zonas como Quintero-Puchuncaví, incendios como el del Amazonas, entre otros.
“La gente (adulta) duda de lo que pasa y está muy relajada, mientras nosotros estamos en pánico. Se está acabando el tiempo, y si el otro año la gente no cambia su manera de incidir en la naturaleza, será grave, no solo para ellos, sino para sus hijos y sus nietos”, expresa Josué Aguilera, joven de 18 años, fundador de Fridays for Future Chile.
Una imagen contrastada con la mirada de la Dra. Farías, quien sí ve las denominadas medidas de acción individual. “Hoy veo gente reciclando, andando en bici, comprando ropa usada, consumiendo productos locales con menor huella y que favorecen el comercio justo. Yo veo cambios, pero que les está costando, les está costando; porque, en realidad, lo que hay que cambiar es el modelo de desarrollo que tienen la mayoría de los países del mundo”.
Tal como lo mencionó en 2015 el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si, “se trata de redefinir el progreso (...) La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común”.
Mientras los cambios en los modelos de desarrollo globales no ocurran, los ciudadanos debemos comenzar a replantearnos nuestro propio concepto de prosperidad, pues el “consumo” implica una responsabilidad frente a los desechos que este produce en todas sus etapas, la que más temprano que tarde debemos asumir para que nuestro legado sea algo más que una abultada deuda con nuestra casa: el planeta Tierra.
*El artículo fue realizado antes del anuncio de suspensión de la COP25 en Chile
Por Lorena Jiménez, periodista