Que Chile es un país endeudado nadie lo discute. Es algo que sabemos, pero que no percibimos que nos afecte. Es solo una noticia más. Cuesta encontrar personas que sientan que su vida familiar está directamente afectada por la deuda externa del país. Sin embargo, si ampliamos esa primera afirmación y lo transformamos en “Chile es un país de endeudados”, la percepción cambia.
La mayoría tenemos alguna deuda o conocemos a alguien que debe mucho a un banco o a una casa comercial o, más dramáticamente, ha perdido sus bienes por no pago de esos compromisos.
Según el Banco Central de Chile, en promedio, un 73,3% de los ingresos mensuales de los chilenos se destinó al pago de créditos en 2018, donde uno de los grupos más endeudados son los menores de 25 años. Parte importante de esa deuda corresponde al financiamiento de estudios superiores. Algo confirmado por la Tesorería General de la República, que indicó que la Operación Renta de este año determinó que 230 mil personas aún son deudoras del crédito estudiantil.
Otra fuente importante del endeudamiento juvenil es el uso de tarjetas bancarias o de casas comerciales. Puede ser porque los bancos entregan cuentas a los estudiantes de educación superior muy fácilmente, incluso solo con la presentación de la cédula de identidad.
Tal es el impacto de esta táctica de captación de clientes, que según sondeos realizados por el Instituto Nacional de la Juventud, durante 2017 un 35% de los jóvenes declaraba tener una tarjeta de crédito, porcentaje que sube a un 46% en el grupo entre los 25 y los 29 años. Con estos datos, la afirmación “Chile es un país de endeudados” se amplía aún más y se transforma en “Chile es un país de jóvenes endeudados”.
Se podría seguir aportando más cifras, sin embargo, en todas existe la tendencia al aumento. El endeudamiento se incentiva más que la compra al contado. Con las deudas ganan los bancos y las casas comerciales, pierden las personas. No solo pierden dinero, sino que -principalmente- dignidad, tranquilidad y calidad de vida.
Es cierto, a veces la única forma de adquirir ciertos bienes es a través de un crédito. Para estudiar, comprar una casa, un vehículo u otros productos, no queda otra posibilidad. Es una solución si el préstamo se puede pagar y si satisface una necesidad verdadera. Pero, desgraciadamente, esas dos condiciones no se cumplen frecuentemente.
Ante esta realidad, la solución propuesta por las autoridades y por los propios bancos es incentivar la educación financiera para una correcta toma de decisiones. Enseñar a calcular tasas de interés, comparar precios, reconocer los tipos de créditos, manejo de las tarjetas, identificar los riesgos de las repactaciones, etc. Materias importantes, pero que no bastan para atacar las causas. El excesivo endeudamiento, especialmente de los jóvenes, no es solo el desconocimiento financiero. El origen es ético.
El “mercado” es una abstracción que expresa decisiones de individuos para que otros semejantes -especialmente los más vulnerables económicamente- paguen créditos interminables. Las personas dejan de ser sujetos de dignidad y se transforman en clientes y consumidores. No importa las consecuencias que puedan tener, hay que incentivarlos a que compren. Basta revisar algunos casos, no muy lejanos en el tiempo, de tiendas comerciales de nuestro país que aumentaban más y más las deudas de sus clientes, veladamente.
Quedarse solo en la educación financiera es el equi- valente, en el campo de la afectividad y la sexualidad, a la información sobre métodos anticonceptivos, uso del preservativo, exámenes preventivos de enfermedades de transmisión sexual, etc. Todo eso es importante, pero solo ataca las consecuencias. La causa está en la desvaloriza- ción de las personas, estimulando el hedonismo y trans- formándolas en consumidoras.
¿Cómo educar más allá de lo meramente financiero?
La educación escolar y familiar tienen mucho que decir en este aspecto. La valoración de la vida sencilla, austera y el ejemplo de los adultos son fundamentales. Siguiendo al profesor francés Daniel Pennac, hay que enseñar y educar en la distinción entre dos conceptos: deseo y necesidad.
“El niño pequeño cree que sus deseos son una necesidad fundamental. Los adultos debemos separar las nociones de deseo y necesidad. La felicidad se logra cuando se aprende a comprender. Comprendo que la publicidad me crea necesidades que no son tales, sino simples deseos”.
Continúa el autor afirmando que los niños, actualmente, son clientes de la sociedad de consumo. Por esto, el adulto no se debe dirigir a los deseos de los niños y jóvenes, sino a sus necesidades fundamentales.
Chile, país de jóvenes endeudados. ¿Cómo cambiar esto? Tarea difícil. Todo quehacer que implique un cambio conductual y valórico es complicado, pero no significa que no se deba emprender. En estos aspectos -finanzas, deudas, créditos, etc.- también se juega la fidelidad al Evangelio, tanto de quienes ofrecen los créditos como de los que deben o quieren aceptarlos
Posiblemente las palabras del Papa Francisco, en su mensaje de la Misa de Navidad de 2018, ayuden a enmendar el rumbo de nuestras opciones de gastos y puedan revertir los datos que iniciaron esta reflexión. “Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar”.
Por Claudio Jorquera, magíster en Educación