A partir del año 2010 se inicia un ciclo sociopolítico de carácter global, donde emergen movimientos sociales, en su mayoría juveniles, que buscan elaborar una crítica al sistema social imperante. Esta ola comienza con la Primavera Árabe y “los movimientos de plaza”, donde priman las acampadas, ocupaciones y masivas marchas. Ejemplos de esto son la Plaza Tahrir de El Cairo, pero más tarde se suman otras plazas, como Gezi Park en Estambul, la Plaza del Sol en Madrid, la Plaza Syntagma en Atenas y Occupy Wall Street en Nueva York.
Estas tienen elementos particulares que las vinculan entre sí y, a su vez, las diferencian de aquellas precedentes. Algunas de sus características son la horizontalidad, la no presencia de líderes y la ausencia de organizaciones partidarias detrás de ellos. En estas se busca poner el acento en transmitir un discurso de malestar, como la “indignación” o la exigencia de que “otro mundo es posible” (idea originada del Foro Social Mundial realizado tradicionalmente en Porto Alegre).
En América Latina también se realizan movimientos sociales con características similares. Ejemplos de esto son: la Mane de los estudiantes en Colombia, Acampa Sampa en Brasil o el movimiento estudiantil chileno de 2011. En el caso de este último, la presencia de los líderes sigue siendo importante, pero las organizaciones partidarias se muestran en retirada y se intenta demostrar el malestar social y la necesidad de cambio a través de marchas creativas y lúdicas, y los llamados flash mobs que inundaron las principales ciudades del país. Ejemplos de esto son el “Thriller por la educación”, “besatones por la educación”, “la corrida de las 1.800 horas por la educación” o “la genkidama”. Este movimiento buscaba una educación gratuita, sin lucro y de calidad, además ponerle fin a la municipalización en la educación básica y media, como también la creación de una asamblea constituyente.
El caso chileno es particularmente fértil. El año 2011 marca el inicio de otros importantes movimientos, como es el caso de aquellos de carácter ecologista y anti extractivista como, “Patagonia Sin Represas”, que buscaba erradicar los proyectos hidroeléctricos en la patagonia; y las movilizaciones contra las termoeléctricas en Punta de Choros. Estas iniciativas fueron exitosas y lograron poner fin a estos proyectos rápidamente, gracias a las marchas ciudadanas importantes y la visibilización del conflicto por los medios. Asimismo, en 2016 se crea el movimiento “No + AFP”, liderado por Luis Mesina, que busca erradicar el actual sistema de pensiones y que genera las marchas más masivas de la historia de Chile hasta entonces.
Cuando se pensaba que la efervescencia de las movilizaciones y marchas había pasado, en 2018 la sociedad chilena vio emerger otras masivas, originales y sin precedentes. La más llamativa y sorprendente fue la estudiantil feminista, que en un inicio buscaba movilizarse por la gratuidad en la educación, el fin al lucro y al endeudamiento, pero poco a poco se tiñeron de violeta y se tomaron liceos y universidades en todo el país. Ciertamente, representa la continuidad de movimientos precedentes, como el estudiantil de 2011 que motivó a miles de jóvenes –y no solamente a los jóvenes, sino también a sus padres y a la sociedad civil en su conjunto– a colmar las calles de las principales ciudades del país semanalmente. Esta lucha por erradicar el patriarcado, pero que en la práctica busca combatir el acoso en las instituciones educativas y una educación no sexista, todavía genera movilizaciones hasta el día de hoy.
Asimismo, las demandas antiextractivistas, cristalizadas en el “movimiento por la defensa del territorio y las zonas de sacrificio”, generó movilizaciones bastante visibles durante 2018. Protestas de ciudadanos en distintas regiones contra los proyectos extractivistas, particularmente la termoeléctrica de Ventanas, situada en la comuna de Puchuncaví, en la V Región. El detonante fue la extraña muerte del líder activista y pescador Alejandro Castro. Mientras que las últimas grandes movilizaciones acontecidas en Chile en 2018 fueron aquellas en repudio al asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca, acribillado por fuerzas especiales en noviembre de 2018.
En todas estas hay un elemento central y unificador: la universidad. Es en este espacio de socialización y subjetivación política donde los jóvenes se forman y se construyen como actores políticos. La universidad les permite generar espacios de diálogo, reunirse, compartir experiencias, formarse como profesionales y como sujetos, tener opinión, aprender sobre los distintos conflictos, conocer a los distintos actores y vincularse con pares. Además, históricamente la universidad ha sido el enclave donde se han articulado los movimientos durante los años de dictadura y más tarde en democracia.
En definitiva, los jóvenes han sido lúcidos en evidenciar que elementos como la creatividad y el espíritu carnavalesco de sus movilizaciones permiten generar mayor adhesión a sus demandas y ser escuchados tanto por la ciudadanía como por el gobierno. Efectivamente, a partir de 2011, tienen esas características y son cada vez más coloridas y divertidas. Un ejemplo de esto es que los lienzos pertenecen cada vez menos a organizaciones o carreras específicas, y estos pasan a ser individuales, donde cada sujeto revela, con mucho ingenio, su subjetividad y sus petitorios. De este modo, si en 2011 nos sorprendían con los bailes y las instalaciones callejeras como “la playa para Lavín” –que buscaba invitar al exministro de Educación a unas vacaciones sin pasajes de regreso–, hoy nos sorprenden con provocadoras grúas para “deconstruirnos” del patriarcado imperante. Los jóvenes nos demuestran que no hay límites para expresarse en el espacio público y crear colectivamente mezclando elementos como el lenguaje, el cuerpo, el arte y la política.
Por Camila Ponce Lara, Directora Doctorado en Ciencias Sociales mención en Juventud UCSH