“No puedes tener la misma identidad en Facebook y en Instagram, porque el ambiente al que ingresas modela tu comportamiento y también tu identidad. Por lo tanto, la identidad real de los niños sí puede ser modelada por lo digital”, señala el especialista e investigador de Cibercultura de la Universidad Adolfo Ibáñez, Carlos Araos.
Una situación que no solo afectaría a los niños. Hoy, cerca de 4 mil millones de personas está conectada a internet, según datos revelados en 2018 por la Unión Internacional de Telecomunicaciones, lo que se traduce en un 51% de la población mundial. Realidad ampliamente superada en Chile, donde por cada 100 personas existen 92 conexiones móviles a través de los smartphone, hasta junio de 2018.
Así, los cotidianamente llamados celulares han hecho del mundo digital un compañero de bolsillo. Nos prestan muchas utilidades, con aplicaciones (apps) como Google y WhatsApp, al mismo tiempo que se han vuelto una bitácora de nuestra individualidad, la cual se expresa en las nuevas plazas públicas de la era digital: las redes sociales.
Facebook, Instagram, Linkedin, Twitter, Tik-Tok y la nueva F3 son solo algunos ejemplos de cómo la estructura de las redes cambia nuestro comportamiento a un “touch” de distancia. La mediación de una pantalla en la manera cómo nos mostramos frente al mundo es innegable, pero también en cómo nos autopercibimos. Un complejo fenómeno que hoy está en la mira de la comunidad global, ya sea por sus positivos usos como por los negativos.
Recurso de odio o de comunión
Desde la creación de las redes sociales, nuestra Iglesia ha visto en estos espacios digitales una manera de promover el encuentro, la solidaridad y la evangelización. El Papa Francisco ve en ellas formas de comunicación humana donde sus efectos dependen plenamente del uso que las personas les den.
“Si una familia usa la red para estar más conectada y luego se encuentra en la mesa y se mira a los ojos, entonces es un recurso”, expresa el Santo Padre en su mensaje con ocasión de la Jornada Mundial 53° de las Comunicaciones Sociales de 2019. No obstante, en el mismo documento también reflexiona acerca de cómo estas redes podrían afectar la autenticidad de los individuos.
“La identidad en las redes sociales se basa demasiadas veces en la contraposición frente al otro, frente al que no pertenece al grupo (...) Esta tendencia alimenta grupos que excluyen la heterogeneidad, que favorecen, también en el ambiente digital, un individualismo desenfrenado, terminando a veces por fomentar espirales de odio”, advirtió el Papa. Según el investigador Araos de la UAI, la situación relatada por el Pontífice se debe a que en el ciberespacio la identidad se proyecta a partir de la creación de un “ser digital”, en el cual se realiza una delegación. De esta forma, las personas se convertirían en observadores de ellos mismos. “Eso tiene muchas consecuencias, como, por ejemplo, la irresponsabilidad de los actos. Es como si el yo real desapareciera e hiciera responsable a ese ‘avatar’ de lo que pasa ahí”.
Configurando nuestro ser digital
Linda Castañeda y Mar Camacho, doctoras en Tecnología Educativa de las universidades españolas de Murcia y Rovira i Virgili, respectivamente, indican que la identidad digital está compuesta de tres partes: la personal, la social A y la social B. La primera es lo que las personas proyectan, es decir, lo que hacen en la red, las fotos y videos que publican, lo que dicen y cómo lo dicen, sus intereses personales, etc.
La parte social A hace referencia a quienes los influencian, formando parte de ella la red de contactos, usuarios y cuentas que siguen. Representan el contenido que consumen públicamente, con quienes hablan, comentan y muestran interés por sus publicaciones. Los demás, al ver esta interacción, sacan conclusiones sobre la personalidad e intereses, haciendo alusión al refrán “dime con quién andas y te diré quién eres”.
La parte social B es el grupo de todos aquellos que le dan ‘me gusta’ a lo mostrado por esa “parte personal”, la comentan y siguen los perfiles. Una parte relevante que muestra cuánta influencia se tiene en la web. Aspecto clave para los nuevos líderes de opinión, como las hermanas Kardashian, que suman 563 millones de seguidores en Instagram, o la adolescente chilena Ignacia Antonia, que con 17 años ya tiene cuatro millones de seguidores en la plataforma de doblaje de canciones Tik Tok.
Por lo tanto, el desarrollo de la identidad digital es más un proceso que un concepto estático. Es una proyección fluida, dinámica y compleja de lo que se desea alcanzar en la realidad. Algo que no puede ser conseguido de una vez y para siempre, sino que fluctúa con el tiempo y está abierta a modificarse permanentemente.
“Las personas siempre escogen algo que las representa en ese mundo de lo digital. Las que están muy ligadas hacia la realidad van a crear un perfil que se va a llamar de forma muy similar a lo que indica su cédula de identidad y probablemente el avatar será la foto. Pero eso no pasa con los niños y adolescentes, porque los niños buscan un elemento que sea una representación de la realidad, pero distinta de ella. Por ejemplo, con nicknames como gandalf1234”, relata Araos.
Más de un contexto, más de un “yo”
El ejercicio de configuración de este “ser digital” se repite cada vez que se crea una cuenta en las diferentes apps. De esta forma, una misma persona habita diferentes redes sociales, pero desempeñándose en ellas de manera distinta. Un perfil de la plataforma profesional Linkedin probablemente no tendrá las mismas imágenes y publicaciones en Instagram, o más extremo aún, que en la popular aplicación de citas Tinder.
No obstante, esto es considerado normal, ya que es similar a como una persona se desenvuelve en su entorno laboral que con sus amigos más íntimos. Probablemente, no será igual. Lo que sí llama la atención son ciertos fenómenos que ponen en tela de juicio la autenticidad de estas cuentas o cómo se asumen las consecuencia de lo dicho en estos perfiles. Es el caso de catfish, finstagram, sharenting y los grupos de WhatsApp.
CATFISH: Cuando se habla de la autenticidad, el primer concepto que surge es el “catfish”. Término que surge de un documental realizado en 2010, identifica los perfiles falsos en redes sociales, desde el nombre hasta las fotografías. Han sido usados para estafar económicamente a otros, pero son conocidos principalmente por buscar establecer relaciones sentimentales, llegando en algunos casos a configurarse el delito cibernético “grooming”, también llamado el engaño de pedófilos.
FINSTA: Otro fenómeno son los “finsta”, donde usuarios de Instagram crean un segundo perfil privado. Según un estudio realizado por la Western Washington University, con estas cuentas buscarían tres cosas: revelar aspectos íntimos, pero con una audiencia acotada, que no los juzguen, con quienes son francos en su deseo de validación. Al contrario del catfish, el finsta se transforma en un desahogo de la identidad más real de algunos, insertos en una sociedad que le da mucha importancia a la imagen.
SHARENTING: Ahora, cuando se habla de las consecuencias de publicar en redes sociales, en el último tiempo se ha discutido sobre el “sharenting”. Si antes se temía que nuestra madre mostrara fotos privadas a las visitas, hoy las nuevas generaciones cruzan los dedos para que nadie conozca las redes sociales de sus padres, quienes desde el “día 1” publican cada cosa que hicieron, por muy vergonzoso que sea. Una práctica que, además de ser jocosa, podría posibilitar el robo de identidad y una carga en la ciberidentidad del menor.
GRUPOS DE WHATSAPP: Finalmente, están los grupos de WhatsApp, fenómeno que se suma a los múltiples malentendidos que hoy surgen a partir de estas conversaciones grupales.
Si bien esta aplicación de mensajería no es una red social, estos grupos se han convertido en verdaderos espacios para expresar la identidad digital de manera más personal y con menos exposición de datos personales. Una herramienta que es absolutamente flexible a las necesidades de sus usuarios, creando espacios de diálogo y reunión con familiares, colegas de trabajo, amigos, excompañeros, etc.
No obstante, la comunicación mediada a través de los dispositivos inevitablemente tiene sus pérdidas, como observó un estudio realizado en 2015 por la Universidad Antonio de Nebrija.
La falta de pistas que provoca el lenguaje escrito en contraste al cara a cara puede generar una interpretación errónea en quien lee el mensaje. Malentendidos que se pueden solucionar consultando directamente al interlocutor, pero que, al parecer, en presencia de otros, es más difícil de realizar, generándose una bola de nieve a la cual se suman más malentendidos.
Fenómenos que ya son parte de nuestro desenvolvimiento en este mundo digital y de los cuales debemos estar atentos, ya sea para no ser estafados por un “catfish”, para detectar un “finsta”, evitar mostrar imágenes de menores para no cometer “sharenting” o tener cuidado en cómo nos expresamos en los “grupos de WhatsApp”.
Sin embargo, el problema más complejo en torno a la identidad digital no serían estos casos, advierte el investigador Araos, sino cuando algunos “empiezan a actuar como ese ser digital actuaría y no como actuarían en la realidad. De esta manera, se producen disociaciones en acciones o comportamientos en lo real versus lo digital”. Algo que urge observar y acompañar en los jóvenes que están en formación.
Menos huérfanos, más mediadores
En el momento en que los juicios morales empiezan a afectar negativamente a los niños u otras personas, realmente lo que está fallando es el rol de los agentes mediadores. Esto es lo que destaca Araos, de los cuales uno de los más importantes son los padres.
“Cuando un niño decide actuar ética y moralmente ¿por qué lo decide? Es porque agentes como los padres, por ejemplo, han cumplido su rol. Hay un concepto que se llama ´huérfano digital’, que es cuando dejan que internet eduque a los hijos. Algo que debemos evitar”, relata el especialista.
Esto no significa que se aleje a las nuevas generaciones del mundo digital, sino que sean acompañados en este espacio por los padres. Hay que reconocer que lo digital amplió nuestro concepto de realidad, apoyando de manera efectiva los procesos educativos.
El académico destaca cómo “las articulaciones digitales amplían las capacidades cognitivas y expresivas. Pueden expresar ideas de distintas maneras, de distintos enfoques y apoyar tus procesos educativos a partir de tus propios intereses. Puedes hacerte mucho más autónomo, mucho más participativo, etc. Comentarle al profesor, por ejemplo, que conoces un youtuber que desarrolla la materia y lo compartes al curso, etc.”
Lo digital nos mantiene constantemente activos. Un ejemplo son los videojuegos, que según este doctor en Ciencias de la Información desarrollan las habilidades cognitivas y emocionales, aportando a la resolución creativa de problemas y a la flexibilidad del pensamiento. Esto es independiente del contenido, ya que para eso los padres actúan como mediadores.
Para gozar de estos beneficios, el académico recomienda “conocer, dialogar, comprender y nunca pensar que las tecnologías pueden ser el sustituto de la educación de su hijo. Conversar sobre este tema, preguntarles a sus hijos en qué redes están, de qué tratan, conocer los juegos e interesarse por los gameplays y youtubers. Saber diferenciar cada red social y juego en que se desenvuelve el niño”.
Esto no quiere decir que los nuevos líderes de opinión que trae el mundo digital reemplazarán a los padres y su rol, sino que en la medida en que los jóvenes no se sientan huérfanos en el ciberespacio, sino acompañados, probablemente tengan un buen juicio moral frente al mismo.
Pero este no es un desafío solo para los padres. Hoy es relevante la alianza que se debe establecer con los colegios, los cuales también tendrían injerencia en el desarrollo de la identidad digital de sus estudiantes.
“Padres y colegios deben llegar a acuerdos, consensos, para saber cómo proceder y actuar. Esto debe ser así, porque cosas como el ciberbullying no son algo personal, sino que debe ser atendido por todo el colegio. Tú no puedes permitir que lo que pasa en un espacio “x” quede solo en ese espacio, debes abrir ese mundo a través de la comprensión”, explica Araos.
Para hacer esta alianza efectiva, el académico plantea que es el momento de que se articulen políticas públicas sobre este fenómeno, pero superando la incomprensión que hoy se manifiesta del tema.
“Lo digital se transforma en lo que tú quieres. Puede tomar la forma de algo oscuro, absolutamente delictivo e inmoral o se puede transformar en un mecanismo de creatividad, de apoyo, de encuentro, etc. No depende del mundo digital, depende de nosotros como educadores y padres, responsables de miles de jóvenes en que somos capaces de intervenir. Si dejamos que corran solos por su carril, no sabemos qué va a suceder, pero no se trata de prohibir, sino de mediar, porque aunque prohíbas, igual van a ver y usar el medio digital”, finaliza el académico.
Por Lorena Jiménez y Joaquín Castro, periodistas