[Réplica parcial de crónica publicada en pauta.cl el viernes 27 de julio de 2018, que habla del albergue Nueva Luz de Fundación Don Bosco]
Esta vez el frío ha quedado del otro lado. Es la tarde de un martes de julio y en Nueva Luz, albergue para niños que viven en la calle, cinco adolescentes conversan, salen y entran de las habitaciones, se gritan por el pasillo. El frío ha quedado afuera: esta casa se ha interpuesto entre ellos y el invierno.
Se trata de una solución experimental para un problema complicado: qué hacer con los niños con los que nadie pudo hacer nada. Aquellos que el Sename no ha podido retener y que fueron abandonados a los peligros de la calle. Este albergue, que inauguró el Ministerio de Desarrollo Social en La Reina, funciona como una casa abierta: aquí los jóvenes pueden quedarse todo el día —no solo venir a pasar la noche, como un albergue tradicional— y a diferencia de los centros del Sename, pueden salir cuando quieran. La capacidad es para seis jóvenes, pero si fuera necesario se podría recibir a dos más.
Quienes viven en esta casa tienen un pasado común. Los une una infancia rota: hay niños abandonados, pobres, abusados por padres y padrastros, dados en adopción y devueltos, hijos de madres drogadictas, de padres presos, que no quisieron cuidarlos o no tuvieron cómo. Cada una de sus historias las llevó, hace años, al mismo lugar: al centro del Sename Cread Pudahuel. Todos, en distintos momentos, con 8, con 10 o 12 años, decidieron escapar. Prefirieron pasar las noches en la calle que vivir el miedo de ese encierro.
Fue en una caleta ubicada en la Alameda y Los Héroes donde se volvieron a encontrar. Allí, durante muchos años, compartieron la comida, el vino y la compañía de los perros. A fines de junio, cuando los invitaron a vivir en este albergue, vislumbraron una nueva oportunidad —quizás la única de tener una vida bajo techo. El viernes 29 de junio, después de recorrer albergues provisorios sin comodidades, el grupo llegó a su nuevo hogar.
Sentada sobre una de las camas de abajo, Esperanza, de 16 años, lleva un peto azul, jeans y el pelo corto mojado. Con la voz tomada por el resfrío dice:
—A mí el Sename me quitó la infancia.
Cuando tenía dos meses, cuenta, la derivaron a un centro. A los 12 años terminó en la calle, bañándose en invierno con una manguera en una plaza. En el paso apurado, en las muecas que los transeúntes ponían al mirarla, entendió que a la mayoría no le importaba su situación.
—Cuando estoy en la calle la gente me mira como si fuese un virus —dice.
Desde hace tres semanas comparte el cuarto con otras dos chicas, que también vivían con ella en la caleta de Los Héroes. Su vida ha cambiado: ahora no se acurrucan sobre un colchón en el suelo, sino sobre almohadas y frazadas impecables, rojas y blancas.
—Acá es tranquilo. No tenís que estar durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado. Es más peligroso estar en la Alameda que en la población, porque hay nazis, pero sé que acá no va a pasar nada.
Sobre los niños que, como ella, han vivido en la calle se conoce más bien poco. Según el último dato que maneja el Ministerio de Desarrollo Social, en 2011 había 742 durmiendo en los rincones de la ciudad. Cerca de la mitad en la Región Metropolitana.
Por: Rafaela Lahore