La entrega generosa de las pioneras Hijas de María Auxiliadora que llegaron a nuestra patria constituyó un testimonio que se extendió por todo el país. Aquellas cinco jóvenes que arribaron llenas de esperanza y amor, hace 130 años, dejaron una huella imborrable de donación y audacia misionera. Sin duda, el fuego del amor que se había encendido en sus corazones creció avivado por los vientos del sur del mundo.
¡Bendita Tierra del Fuego! que fue testigo de la entrega salesiana, de la caridad sin medida, de la oración silenciosa y llena de confianza. Bendita Tierra que vio la entrega infatigable de aquellas jóvenes generosas.
Entre las imágenes del sur del mundo hemos contemplado la presencia tierna y valiente de Madre Ángela Vallese, mujer toda de Dios, dispuesta a recorrer sin límites los caminos que la Providencia le señalaba. Su llegada a Chile fue un peregrinaje largo desde Uruguay, pasando por las pampas argentinas, para tocar el corazón mismo del fin del mundo, los canales australes, la lejana Magallanes. Su camino de evangelización la llevó por diversos territorios de nuestro país, fundando comunidades no solo en la región magallánica, sino también en Santiago y Talca.
En 1907, antes de partir a Italia, les escribe a sus hermanas un pequeño mensaje que guarda la delicadeza de su trato. Muy sencilla y franca, les pide perdón por aquellas faltas que pudo haber realizado, las anima a cumplir los deberes y a ser dóciles, “Permitidme (...) daros las gracias del mucho bien que habéis hecho a las niñas y demás personas confiadas a nuestros cuidados (...), animaros siempre más en la práctica de la caridad fraterna” (Entraigas, R. 1937). En su corazón está siempre el deseo de una entrega a los hermanos animada por la caridad de Cristo, que toque el corazón de las personas y las oriente hacia el bien. De esto se tratará toda la misión, por esto las noches interminables en los barcos para llegar a las islas, los largos caminos a caballo transitando las pampas, todo se hacía por amor y la gente descubría la nobleza de ese amor. Una de las primeras hermanas dice de ella: “Pasé felizmente los años que viví a su lado. Jamás la vi mortificar o reprender a ninguna con actitud; al contrario, siempre la he visto atenta y servicial con todas. A su lado se estaba bien” (Ibid).
El 20 de julio de 1913, con motivo de su participación en el Capítulo General del Instituto, Madre Ángela deja Punta Arenas. Han pasado 25 años desde su llegada a Magallanes. Las despedidas son incesantes y cargadas de nostalgia, de pena; es que todos intuyen que su partida será sin regreso. La madre seguramente está cansada por los agitados años visitando las tierras australes y su salud ha decaído en el último tiempo. Ella también, en lo profundo de su ser, siente que no retornará más, y así sucedió.
El 17 de agosto de 1914, después de una enfermedad que la fue apagando lentamente, muere acompañada de las hermanas en la Casa General del Instituto en Nizza Monferrato, Italia. Su recuerdo permaneció vivo entre las hermanas, los salesianos, los jóvenes y niños que la conocieron. Les parecía que su voz recorría todavía los canales antárticos. Durante los años después de su muerte, son muchos los testimonios de quienes decían escucharla y verla. Pero entre todos se distinguen las palabras de Monseñor Fagnano, hermano y compañero cercanísimo, con quien Madre Ángela había compartido las alegrías y fatigas de la obra salesiana hasta las últimas consecuencias. En un viaje realizado por él, cuando ya pasaba algún tiempo de la muerte de Madre Ángela, en febrero de 1916, estando en la nave que lo conducía a Punta Arenas, llegada la noche, le pareció escuchar una voz femenina que lo llamaba, creyó que era la señora que le habían confiado acompañar hasta el puerto, mujer que se encontraba delicada de salud. Se levantó rápidamente para auxiliarla, pero constatando que no era ella quien lo solicitaba, se recostó nuevamente pensando que se había equivocado. No es hasta ese momento que advierte la presencia de Madre Ángela, invitándolo a Punta Arenas.
¿Sueño, visión, encuentro? Quién sabe, lo cierto es que las palabras pronunciadas por Madre Ángela aquella noche, que advertían la muerte de una hermana próximamente, se cumplieron al tiempo anunciado. Cuando Monseñor Fagnano les narró este hecho a las hermanas de Punta Arenas, recordó las palabras que Madre Ángela le dijo aquella noche: “¡Bendita Tierra del Fuego, que me ha valido tanta gloria...!”.
Sus palabras: una acción de alabanza al Padre, que bendice la tierra donde habitan sus hijos, que hace fecunda la tierra donde se ha puesto la semilla de la vida y que la hace crecer en abundancia. ¡Bendita la tierra del encuentro! La tierra donde el carisma salesiano se hizo don para todos y que impregnó nuestras casas. El aroma de Mornese sigue vivo por la generosidad de aquellas hermanas y de cuantas más que, a lo largo de la historia, animadas por su ejemplo de entrega incansable, han hecho de cada casa una bendita tierra para los jóvenes, especialmente los más pobres.
Pasados 130 años, volvemos la mirada y el corazón al amado fin del mundo. Entre la nieve, el viento, el frío del sur, resplandecen amables los rostros de aquellas cinco jóvenes misioneras, rodeadas de niños y adolescentes, de mujeres indígenas, de familias trabajadoras, de los señores de la ciudad y los pobres del camino, de los tan queridos hermanos salesianos. Sus miradas dulces y plenas de confianza en el Señor siguen vivas, impulsándonos con su vida a recorrer hoy nuevos caminos de evangelización.
Pasados 130 años ¡somos muchos los herederos de aquella bendita entrega! Los hijos de Don Bosco y Madre Mazzarello que continuamos escribiendo en la historia de nuestro país las maravillas que realiza el Señor. Pasados 130 años, queremos decir más fuerte que nunca y, especialmente con los jóvenes, que juntos hoy somos memoria y profecía misionera.
Por, Sor Catalina Báez, FMA