Muchos de los que hemos estado vinculados al mundo salesiano como alumnos de colegio o integrantes de oratorios y parroquias, crecimos escuchando las aventuras de Don Bosco. Nos maravillaba la manera en la que Dios se fue manifestando en su vida a través de los hechos de su historia, los sueños, la providencia y de cómo pudo librarse de muchas situaciones riesgosas. A medida que íbamos creciendo, ahondamos más en las peripecias del santo para llevar adelante su obra evangelizadora. Sin duda, Don Bosco no se quedó corto en iniciativa, audacia y confianza en Dios.
Recuerdo una vez que llevaron al colegio salesiano en el que estudiaba un perro al que el director puso por nombre “Gris”. Durante el “Buenos Días” - omento con el que iniciábamos la jornada encomendándonos a Dios y a María Auxiliadora- nos explicó el por qué de ese nombre. Recuerdo cuando afirmó que los ángeles de la guarda muchas veces podían tener hocico y cola.
En mi caminar por la vida salesiana he escuchado muchas veces comentarios relacionados a “Gris” y es por eso que develaremos la leyenda salesiana detrás de este can.
Grigio (gris en italiano) fue un perro que en repetidas ocasiones acompañó a Don Bosco. En sus ‘Memorias del Oratorio’ cuenta que el canino apareció por primera vez en su vida en 1852: “Una noche oscura, a hora algo avanzada, tornaba a casa solo –no sin cierto miedo–, cuando descubro junto a mí un perro grande que, a primera vista, me espantó; más, al no amenazarme agresivamente, antes al contrario, hacerme carantoñas cual si fuera su dueño, nos hicimos pronto buenos amigos y me acompañó hasta el Oratorio. Cuanto sucedió aquella noche, ocurrió otras muchas veces; de modo que puedo decir que el Gris me prestó importantes servicios”.
Don Bosco aún no entendía que este canino lo ayudaría a sortear diferentes adversidades. En varias ocasiones fue un verdadero “ángel custodio”.
En las memorias del Oratorio Don Bosco cuenta que una vez, caminando solo en la noche rumbo al Oratorio, es sorprendido por dos hombres que intentaron asaltarlo. De la nada aparece el canino y gruñendo como un oso se lanza contra uno de los hombres. Despavoridos huyen y dejan en paz a Don Bosco, quien camina junto al perro hasta el Oratorio. Don Bosco cuenta que en adelante, cada vez que tenía que caminar solo a algún lado, aparecía y lo escoltaba hasta su destino.
Estudiosos en la vida de Don Bosco aseguran que este tipo de relato en las memorias del Oratorio buscan evangelizar y transmitir de manera pedagógica un mensaje. En este caso: ¿Querría Don Bosco hablarnos sobre nuestro ángel de la guarda? ¿Reforzar la fe y la confianza en la divina providencia?
Cada noche, cuando los jóvenes del Oratorio se retiraban a sus hogares, Gris aparecía para hacerles compañía. Durante 12 años fue un inseparable amigo y compañero de largas jornadas. Don Bosco cuenta que una tarde, luego de caminar juntos unos tres kilómetros hasta la casa de un amigo, el Gris se quedó en la puerta.
“La última vez que vi al Gris fue en 1864. Iba de Murialdo a Concurro, a casa de mi amigo Luis Moglia. Tomé por un prado para aprovechar las últimas luces del crepúsculo y he aquí al Gris me acompañaba hasta el final de tres kilómetros. Llegando a la casa me introduje por un sitio apartado, para que Gris no se peleara con los dos grandes perros de la propiedad. Hablamos un buen rato de él y fuimos luego a cenar, dejándolo en un rincón de la sala. Al levantarnos de la mesa, me dispuse a llevarle algo de comer a Gris, pero no estaba por ningún lado. Más nadie lo encontró. Todos quedaron sorprendidos, porque no se había abierto ni puerta ni ventana. Nadie lo sintió”.
Datos más curiosos
Gris volvió a aparecer el 14 de febrero de 1883 en Vallecrosia, ciudad a mitad de distancia entre Ventimiglia y Bordighera. Don Bosco regresaba a la casa salesiana luego de una visita al obispo de la ciudad, acompañado por Francisco Durando. Era una tarde lluviosa y transitaban por calles mal iluminadas. El perro apareció delante de ellos y los fue precediendo a una cierta distancia hasta llegar a su destino. Francisco decía que no había visto nada. Don Bosco, al comentar el hecho y cómo el perro acomodaba el paso al de los dos salesianos, decía que no podía ser el Gris, casi 20 años más tarde que el de Turín, pero que “seguramente era un hijo suyo o un nieto”.
A inicios de mayo de 1959 regresaban algunos salesianos de Roma a Turín con la urna de los restos de Don Bosco que habían trasladado para la inauguración de la basílica del santo en la capital de Italia. De la nada apareció en La Spezia un perro que se empeñó en acompañar a los religiosos. Cuentan algunos salesianos que al llegar la madrugada vieron al perro echado dentro de la iglesia, debajo de la urna, la cual estaba en el presbiterio, habiendo estado la iglesia cerrada. Al día siguiente, el perro no estaba por ningún lado.
Al parecer fue la última pista que se tuvo de Gris, situación que luego se transformó en tema de investigaciones y discusiones. Nunca fue posible saber quién fue su dueño. Para Don Bosco, el animal fue un defensor en su camino y quizá la manera de enseñarnos que todos tenemos un ángel que nos cuida; Dios nos acompaña de diferentes maneras.
Por, Gustavo Cano, Periodista