En algunas se respira elegancia y tradición; otras sorprenden con una propuesta acorde a las tendencias que llegan desde Europa, Centroamérica y zonas caribeñas. En una u otra el leit motiv es el mismo: dedicar tiempo y cuidados a la barba.
Hay un verdadero ‘boom’ de las barberías en nuestro país, lugares que se han transformado en exclusivos para la reunión de varones, en especial para los que buscamos algo más que un simple corte de pelo. Las barbas vuelven para quedarse, porque hoy estamos más preocupados por nuestro look y estilo.
Por años la barba ha sido símbolo de rudeza y masculinidad. Hoy han pasado a ser una marca de estilo, dando origen, con ello, a este fenómeno estético. Artistas, deportistas, profesores y, como ellos, muchos hombres se la han dejado crecer, en una tendencia que es mucho más que la moda “hipster”.
Hace años emprendí el mismo camino con mi barba y de verdad creo que es un arte saber mantenerla. Decidí visitar una barbería dominicana, donde la bachata, el merengue y los videos de reggaetón son pan de cada día, así como los cortes de pelo estilo sopaipilla (chasquilla pegada en la frente a lo Daddy Yankee), mohicanos, tribales (figuras hechas con el propio pelo, casi como si fueran tatuajes y con diversas formas) y los delineados a máquina y navaja conocidos como degradados.
En pleno barrio Biobío de Santiago Centro, sin mucho glamour, Rome abre una hoja de Gillette, la pone entre sus dedos y comienza a delinear en mi rostro. Luego, con la máquina eléctrica baja mi frondosa barba, experiencia que me deja bastante conforme, no solo por el trabajo, sino también por el trato de “pana” y el precio al alcance del bolsillo.
La barbería es un trabajo muy antiguo. Se estima que los primeros barberos comenzaron en Egipto, sin embargo, fue en el siglo XII cuando se transformó en oficio. Era común ver a hombres entrar a las barberías a retocar su vello facial. Luego, esa tendencia decayó por diversas razones. En el caso de nuestro país, crisis económicas y, principalmente, la inestabilidad político social fueron la causa de esa decadencia, me explica Mario Gutiérrez, barbero de la centenaria Peluquería Francesa ubicada en el barrio Yungay, en Santiago Centro, mientras me envuelve con una toalla caliente la cara, doblándola para dejar la nariz descubierta y permitir que pueda respirar. Me aplica la crema de afeitar con un hisopo, mientras suaviza el filo de la navaja en una correa de cuero que cuelga del sillón. Luego, la desliza en sentido del pelo. Más que una técnica, antigua y elaborada, es un ritual.
El objetivo principal de cualquier barbero, como es lógico, es que salgas con tu mejor corte, y para ello no solo hay que aprender barbería. Hay que tener en cuenta mucho más que una referencia fotográfica, es preciso conocer modas, tendencias, técnicas y estilos, y también lograr una buena conversacion, personalizada.
Vayan mis aplausos, mis respetos y reconocimiento a todos ellos. Termino mi experiencia con el barbero contento por mi corte y, por sobre todo, de aprender de historia, desde lo cotidiano y en mi barrio.
Por Felipe "Lana" Valdés, comunicador social