Compartir los sabores y dolores de la vida

MJS-32

En más de una ocasión hemos querido ser útiles a las personas que nos rodean acompañándolas con palabras de afecto y esperanza; ofreciendo consejos a los más jóvenes con la mejor intención de ayudarlos a resolver situaciones de crisis personales. Este apoyo individual es lo que llamaremos “acompañamiento personal”. En su raíz etimológica “acompañamiento” viene de las voces “cum” y “panis”, que se puede describir como compartir o participar del pan; el acompañamiento personal tiene que ver, entonces, con participar de la vida y sus sabores, a modo de pan que se comparte.

En su mensaje para este año 2018, el Rector Mayor marca profundamente la necesidad que tienen los jóvenes de hoy. Solicita adentrarse en el arte de escuchar y acompañar, sin una distinción de que sea propia de un sector eclesial. La pastoral se estructura en torno a la tarea de anunciar la Buena Nueva de Jesús y su Palabra. Con ese fin primordial se diseñan y ejecutan diversas actividades educativas y de promoción evangelizadora de carácter masivo, grupal e individual.

Asumiendo que el acompañamiento personal es una actividad básica de la relación fraterna entre las personas y que no es propiedad exclusiva de alguna institución o profesión en particular, cabe preguntarse ¿qué sucede cuando esta relación, además, está atravesada por la inspiración en el Evangelio? Es claro que no da lo mismo, pero ¿en qué consiste la diferencia entre el acompañamiento personal que se realiza en diversos contextos y situaciones educativas, con el acompañamiento personal que se realiza desde la inspiración de fe? Consideremos tres aspectos:

1. El acompañamiento personal pastoral no se define por el tipo de problema que aborda

En el actual contexto socioeconómico, especialmente en las grandes urbes, las presiones por competitividad laboral, estimulación del consumo como forma de obtener estatus social, entre otros muchos factores, están modificando las instituciones tradicionales de relación humana como la familia y las llamadas redes sociales locales –amigos, agrupaciones de vecinos, etc.- Entre los aspectos problemáticos de estos cambios en la convivencia están la configuración de una serie de malestares personales que se suelen asociar con cuadros psicopatológicos como estrés, ansiedad, obsesiones, compulsiones y, el llamado mal de nuestro tiempo, la depresión, en sus diversas versiones.

Más allá del carácter orgánico o funcional de muchos problemas mentales, la pregunta por el tratamiento a estas personas se suele resolver con la intervención de los profesionales de la salud mental y el fortalecimiento de redes sociales locales para efectos de dar elementos de contención al sufrimiento personal.

Pero, desde la perspectiva de la fe en Jesús y su Palabra, estas personas necesitan también de un proceso de acompañamiento personal impregnado de la Buena Nueva que anunciamos, a la vez que se hace cargo del sufrimiento o problema que aborda. En ese sentido, la Pastoral de los Enfermos, por poner el ejemplo más cercano a estas situaciones, es muestra evidente del esfuerzo de la Iglesia por llevar la Buena Nueva a todos, especialmente a los que más sufren. Y muchos laicos están ahí presentes.

Es decir, el acompañamiento personal, desde una perspectiva pastoral, no se define y limita a determinados tipos de problemas haciendo distingos -si estos se pudieran hacer de modo claro-, entre sufrimientos orgánicos, psicológicos profundos y leves, dejando los dos primeros a los especialistas de la salud mental y el último en manos del consejero o acompañante. Todo sufrimiento personal, y toda experiencia humana, está impregnada de aspectos biológicos, racionales y afectivos; y nada humano puede ser ajeno a la Palabra.

2. El acompañamiento personal pastoral no se define por el rol de quien lo lleva a cabo

El acompañamiento personal es aporte y soporte primario para todas las personas cuyos cambios en la vida se dan con sufrimientos que requieren de un “otro” con autoridad y experiencia sobre el tema que ayude a vivir dichos cambios como camino de madurez personal y no meramente tolerados. Muchas veces, en la Pastoral se suele creer, erróneamente, que aquel “otro” que acompaña es únicamente el consagrado, religioso o religiosa, dada su calidad ética, formación y sensibilidad para realizar esta tarea desde la inspiración de fe.

Sin embargo, hay muchos laicos que en parroquias y/o colegios impulsan y dinamizan la Iglesia, siendo el acompañamiento personal también su responsabilidad y misión. En este sentido, la pregunta de Caín “¿soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gén. 4,9), desde una opción creyente, tiene una clara respuesta: sí. Y esta afirmación de compromiso con nuestro hermano, particularmente cuando es joven, que necesita compañía en sus tareas personales de crecimiento, no hace distingos entre consagrados y laicos. Y es lo que se va dando mayormente en la vida cotidiana.

El acompañamiento personal desde una perspectiva creyente no se define por el estado de vida de quien lo hace, no es una tarea solamente para el sacerdote, la religiosa o el laico comprometido con alguna actividad pastoral. Es acompañamiento personal pastoral, porque es nuestra fe en Jesús y su Palabra discernida en la oración y reflexión personal y comunitaria la que anima e inspira nuestras actitudes, nuestras palabras o nuestros silencios.

3. El acompañamiento personal pastoral no se define por el lugar donde se realiza

La oportunidad de acompañar a jóvenes en sus procesos personales de crecimiento suele presentarse en diversos momentos y espacios; puede ser que alguien se nos acerque momentos antes de iniciar una reunión, o nos busque al término de un día de agotadoras actividades; visite nuestra casa, o en un breve mensaje a través de WhatsApp. En cualquier caso, un diálogo fraterno y profundo requiere de disposición mutua, así como de acuerdos para encontrar los mejores momentos y lugares para dialogar. Con todo, el mejor momento y lugar no necesariamente es siempre el templo, alguna oficina parroquial o la sala de clases.

Muchas veces es preferible otros lugares o condiciones de tiempo y espacio para el encuentro fraterno y de confianza mutua, por ejemplo, caminar por lugares que permitan y favorezcan la conversación, y en ese caminar, ir recorriendo sufrimientos hacia los caminos de sanación. Es interesante destacar que muchos acontecimientos de sanación y conversión realizados por Jesús -que nos relata el Evangelio- tienen que ver, precisamente, con estar en camino.

Ciertamente, el mundo laico es el cual, por su condición de estado, el que está permanentemente fermentando con su opción creyente donde se debaten las cosas “profanas”, o sea, fuera del templo, en la “intemperie”, donde todo puede acontecer. Los jóvenes se mueven en este ambiente donde tienen que resolver sus desafíos de crecimiento. No son espacios protegidos sino lugares de la vida donde el encuentro con Dios hay que escrutarlo para encontrarse con Él. En ocasiones, cuando en el camino escuchamos o acercamos a las necesidades muy sentidas de los jóvenes, para ellos, es su experiencia primera de este encuentro con el Señor; aunque no le sepan dar nombre.

Este acompañamiento personal reviste su carácter pastoral cuando está inspirado en la convicción de que Dios nos ama sin condiciones. Aquí la confianza no está puesta solamente en la relación fraterna o de amistad entre acompañado y acompañante, tampoco está puesta en el rol de autoridad que solemos otorgar a la racionalidad o inteligencia de los consejos del acompañante, sino en la profunda confianza en que a Dios nuestra humanidad no le es ajena, de que estamos dispuestos a dejar que en la relación humana actúe el misterio de su presencia salvadora, en fin, dispuestos a dejar que Dios sea Dios.

Ahora bien, el desafío es mayor, ya que un proceso de acompañamiento, acorde con la actual dinámica sociocultural, tiene que integrar y superar la sabiduría cotidiana y el consejo emocional e intuitivo e invitar al discernimiento esperanzador de la vida personal, vinculada con la cultura que nos acoge, a la vez que construimos y transformamos.

Podríamos afirmar, entonces, que el “acompañamiento personal” es don y tarea de toda relación humana. Es “don”, en el sentido de ser cualidad inherente a nuestra condición de seres vivos, y es “tarea” para muchos laicos/as, en lo referente a la forma que elegimos cómo acompañar a quienes encontramos en el camino de nuestra existencia desde una experiencia de fe en Jesús.

Por César González, Equipo Inspectorial de Pastoral Juvenil

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