Dos semanas antes de la fiesta de Pentecostés se produjo un hecho de especial simbolismo para nuestra Iglesia chilena: los obispos de todas las diócesis del país ponían sus cargos a disposición del Papa, tras un encuentro con él. La situación, sin precedentes en la historia de la Iglesia universal, concitó la atención de la opinión pública nacional y de medios de comunicación de todo el mundo.
Si bien no se trata de una renuncia en el entendido de que no hay un cese inmediato de funciones -el Papa puede aceptar o rechazar-, es un gesto potente de los pastores. De esta forma, Francisco decide, sin ningún tipo de ataduras y compromisos, el futuro de cada uno de ellos, en el contexto de la crisis por la cual pasa nuestra Iglesia chilena por los casos de abuso sexual.
Los pastores no solo pusieron sus cargos a disposición, sino que, además, pidieron perdón a las víctimas. “Una vez más imploramos su perdón y su ayuda para seguir avanzando en el camino de la curación y cicatrización de las heridas”. Esa demanda estuvo precedida por la misma solicitud del Papa, cuando conoció el informe de monseñor Charles Scicluna y después de escuchar los testimonios de denunciantes del caso Karadima. “He incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada. Ya desde ahora pido perdón a todos aquellos a los que ofendí y espero poder hacerlo personalmente…”.
Los obispos habían sido citados por el Papa a Roma el 8 de mayo. Al convocarlos les solicitó “colaboración y asistencia en el discernimiento de las medidas que a corto, medio y largo plazo deberán ser adoptadas para restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia”.
El pastor guía a su rebaño
En el documento de trabajo para el encuentro con los pastores chilenos, el Santo Padre reconoce la crisis: “Las dolorosas situaciones acontecidas son indicadores de que algo en el cuerpo eclesial está mal”. Propone tomar medidas inmediatas, pero no olvidar las causas. “Sería irresponsable de nuestra parte no ahondar en buscar las raíces y las estructuras que permitieron que estos acontecimientos concretos se sucedieran y perpetuasen”.
Entre las causas que habrían creado las condiciones para estos abusos, menciona lo que él llama la “sicología de élite”, que suscita “espiritualidades narcisistas y autoritarias en las que, en lugar de evangelizar, lo importante es sentirse especial, diferente de los demás, dejando así en evidencia que ni Jesucristo ni los otros interesan verdaderamente. Mesianismo, elitismos, clericalismos, son todos sinónimos de perversión en el ser eclesial”.
También interpela a los pastores chilenos por las respuestas dadas ante las situaciones de abuso: “Recibí con cierta preocupación la actitud con la que algunos de ustedes, obispos, han reaccionado, (…) creyendo que la sola remoción de personas solucionaría de por sí los problemas”.
Propone medidas inmediatas para iniciar la superación de las causas del problema. Insiste en que es necesario promover la misión compartida de todos los integrantes de la comunidad eclesial. También llama a evitar el mesianismo de parte de los ministros ordenados. Propone iniciar trabajos con las organizaciones civiles para “promover una cultura antiabusos del tipo que fuera”.
El Papa llama a los obispos a retomar el sentido de Iglesia profética, que denuncia las injusticias y el abuso y anuncia la Buena Nueva. Recuerda a los pastores que, en tiempos difíciles de la historia de Chile, fueron capaces de guiar a esta Iglesia. Ahora les pide que vuelvan su mirada a Jesucristo y a los “gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (Conc. Vat. II).
¿Y el pueblo de Dios, qué?
A pesar de la crisis y del deterioro -para algunos- de la imagen del Papa, el pueblo fiel continúa con la adhesión a la Iglesia y a sus pastores. Duele mucho lo que pasa, pero la figura de Cristo es la “esperanza que nos anima”.
Frente a lo que llamó “psicología de élite”, Francisco reivindica la figura del pueblo fiel. Plantea que los abusos de poder y sexuales por parte de los ministros y religiosos solo se pueden prevenir con la auténtica valoración e incorporación de los fieles laicos. “En ese pueblo fiel y silencioso reside el sistema inmunitario de la Iglesia”. En la carta que envía especialmente a los fieles chilenos que él llama “el pueblo de Dios que peregrina en Chile”, reconoce que “desenraizarnos de la vida del pueblo de Dios nos precipita a la desolación y perversión de la naturaleza eclesial; la lucha contra una cultura del abuso exige renovar esta certeza. (…) La cultura del abuso y del encubrimiento es incompatible con la lógica del Evangelio”.
Por último, también recuerda –como una luz de esperanza en medio del dolor- que “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. (…) Este tiempo que se nos ofrece es tiempo de gracia. (…) Necesitamos un cambio”. Por eso, al finalizar su carta a los fieles chilenos recuerda que “el santo pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo” y les pide invocar esa unción para conseguir la conversión de la Iglesia en Chile. “Exhorto a todo el santo pueblo fiel de Dios que vive en Chile a no tener miedo de involucrarse y caminar impulsado por el Espíritu en la búsqueda de una Iglesia cada día más sinodal, profética y esperanzadora; menos abusiva, porque sabe poner a Jesús en el centro, en el hambriento, en el preso, en el migrante, en el abusado”.
Recuperar a la Iglesia servidora
El Santo Padre enfrenta el problema. Acoge a las víctimas y se reúne con los obispos chilenos en Roma. Reconoce la crisis, analiza las causas de esta y evalúa las medidas tomadas. Concluye que en el origen de todo está la pérdida del sentido de Iglesia servidora y de la irrupción de la “psicología de élite” que se traduce en mesianismo, clericalismo y autoritarismo.
Plantea que se valore esta crisis como una oportunidad de crecimiento y cambio. Invita a promover la participación de los laicos y la colaboración con otras organizaciones de la sociedad civil. Asimismo, expone que se deben eliminar las condiciones que permiten los abusos y promover una cultura de cuidado y de valoración de la dignidad humana dentro de la Iglesia.
La Iglesia, la comunidad de bautizados, definida como “comunión y participación”, sabrá salir purificada de este dolor. Probablemente aparecerán nuevos escándalos. La participación laical y la conversión desde una Iglesia clericalista a una verdadera comunidad profética serán capaces de promover una cultura antiabusos.
Por Claudio Jorquera