Después de presidir la Eucaristía en el Parque O´Higgins, de encontrarse reservadamente con víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y de entregar palabras de esperanza a las internas del Centro Penitenciario Femenino, el Papa Francisco se reunió con sacerdotes y consagrados y consagradas en la Catedral de Santiago. La tarde del 16 de enero, cientos de integrantes del clero y de Congregaciones Religiosas -entre quienes se encontraban un grupo de Salesianos encabezados por el P. Alberto Lorenzellicolmaron el templo para recibir y compartir las enseñanzas del sucesor de Pedro. Luego, en la sacristía, los obispos pudieron escuchar las orientaciones que, especialmente, les entregó.
En la espera de la llegada del Papa a la Plaza de Armas y a la Catedral, comunidades de migrantes de Santiago presentaron bailes, canciones y expresiones de religiosidad popular de cada nación. De esa forma manifestaron su alegría por la presencia de quien se considera a sí mismo como un migrante más.
Al inicio de la reunión, el Santo Padre oró en la capilla del Santísimo y puso flores ante la imagen de la Virgen del Carmen. Luego, el arzobispo de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati, le dio la bienvenida y presentó las diversas procedencias y servicios pastorales de los congregados.
El mensaje que entregó Francisco a los participantes estuvo centrado en la renovación de la respuesta dada al Señor cuando este los llamó. “En este encuentro queremos decirle al Señor: «aquí estamos» para renovar nuestro sí. Queremos renovar juntos la respuesta al llamado que un día inquietó nuestro corazón”. Para desarrollar esa reflexión, el Papa, pedagógicamente, recurrió a las figuras de Pedro y la comunidad. “La vivencia de los apóstoles siempre tiene este doble aspecto, uno personal y uno comunitario. (…) Somos, sí, llamados individualmente, pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe el selfie vocacional, no existe. La vocación exige que la foto te la saque otro, ¡y qué le vamos a hacer! Así son las cosas”.
Al “binomio Pedro – comunidad”, lo presentó en tres momentos: el abatimiento, la misericordia y la transfiguración.
El abatimiento de la comunidad y de Pedro por la muerte de Jesús, le permitió llamar a los presentes a no dejarse derrumbar por el dolor de la situación de la Iglesia en Chile. Los animó a recuperar la confianza y la esperanza. “Sé que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle; que ir vestido de cura en muchos lados se está pagando caro”. Ante esa situación, los instó a no “rumiar la desolación”, a no dejarse abatir. “Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad, así como se presenta. La realidad personal, comunitaria y social”.
En el segundo momento, “Pedro misericordiado, la comunidad misericordiada”, llamó a los consagrados a mirar al Pedro autosuficiente, seguro de sí, pero que ante la muerte de su maestro queda desolado, derrumbado. Sin embargo, algo lo cambia: la fuerza liberadora del perdón de Jesús. “¿Qué es lo que fortalece a Pedro como apóstol? ¿Qué nos mantiene a nosotros apóstoles? Una sola cosa: Fuimos tratados con misericordia (…) No estamos aquí porque seamos mejores que otros. (…) No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los «mortales»”. Por eso pidió que no enfrenten a los demás con condenas y reproches, porque ellos también son hombres y mujeres que han sido perdonados.
Cuando se refiere a “Pedro transfigurado la comunidad transfigurada”, sugiere que el cambio de Pedro se inicia cuando comprende que la grandeza verdadera es la que permite el servicio a los demás. “Conocer a Pedro abatido para conocer al Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, en el enfermo...”. Por eso llama a los consagrados a que vuelvan a la fuente y frescura original del Evangelio. “¡Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón!”.
Al finalizar, cita la oración-poema del Cardenal Raúl Silva Henríquez “La Iglesia que yo amo”. Les pidió a los asistentes que hagan suyo ese testamento espiritual para renovar la respuesta realista al llamado de Jesús. “La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días (…) El Cuerpo de Cristo humilde cada día. Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres que cantaban, que luchaban, que sufrían. La Santa Iglesia de todos los días”. Para interpelar aún más a cada uno de los consagrados, terminó con una pregunta “Te pregunto: ¿Cómo es la Iglesia que tú amas? ¿Amas a esta Iglesia herida que encuentra vida en las llagas de Jesús?”.
En síntesis, el Papa llamó a los presentes a enfrentar la realidad y no dejarse hundir por el dolor. Los convocó a renovar la fuerza de lo manifestado en el día de la ordenación o de la consagración: “Aquí estoy señor para hacer tu voluntad”. Asimismo, les recordó que todos hemos sido perdonados y que los sacerdotes y consagrados no son mejores que los otros.
Por Claudio Jorquera, Profesor de Estado