Cuando hablamos de La Legua es inevitable traer a la memoria su fuerte carga histórica y social. Si bien en sus primeras décadas se caracterizó por ser un barrio popular de resistencia, combativo y de lucha social en Santiago, hoy nos evoca narcotráfico, delincuencia y desigualdad.
Esta carga la llevan sobre sus hombros sus cerca de 15 mil pobladores, incluso aquellos que se levantan cada día a trabajar honradamente y nada tienen que ver con las drogas y la delincuencia.
La cargan los niños, niñas y jóvenes que ahí viven, que nacieron con el estigma de un “barrio crítico” intervenido policialmente por el Estado desde hace 15 años, lo que ha llevado consigo un aumento en los allanamientos y las balaceras.
Testigo de esta historia es la Escuela Básica Laura Vicuña de las Hijas de María Auxiliadora (FMA), ubicada en pleno corazón de La Legua desde los años sesenta, lugar en donde, una vez más y como ha venido haciéndose hace unos diez veranos, tomaron vida las Colonias Salesianas Villa Feliz en enero pasado.
“Papas con arroz, papas con ají…”
Llegamos al alba para vivir y registrar todo un día de experiencia en la colonia, Valentina con su cámara fotográfica y yo, a la usanza periodística antigua, con una pequeña libreta y un lápiz que finalmente dejé olvidados en el fondo del bolso.
Fuimos recibidas por Sor Alejandra Toro, quien nos llevó hasta la capilla, en donde se encontraba el equipo de 35 monitores y monitoras aún sin terminar de despertar, encomendando a María Auxiliadora el tercer día de trabajo. Luego nos fuimos todos juntos a tomar desayuno… ¡la marraqueta con jamón y queso, lo mejor!.
El grupo estaba compuesto por alumnas del Instituto Politécnico San Miguel Arcángel de la comuna de San Miguel, exalumnas de colegios de las Hijas de María Auxiliadora; también por ex colonos del sector y por jóvenes de la pastoral de la mítica Parroquia San Cayetano de La Legua.
Acabado el desayuno, que terminó por llevarse el sueño -también el mío- los monitores comenzaron a tomar posiciones para recibir a los 100 niños y niñas que empezarían a llegar desde las 9.30 am.
Sin saber aún mucho qué hacer, Sor Luisa Vargas me indicó que me instalara junto a otras cuatro monitoras en la entrada. Debía anotar asistencia y preguntar una rigurosa contraseña para ingresar: “Papas con arroz, papas con ají, ¡Colonias Salesianas Villa Feliz!”.
Libres de correr y jugar
Luciendo sus mejores ‘pintas’, con toda la disposición para iniciar un día lleno de actividades y entre risas, tratando de hilar la curiosa contraseña, comenzaron a llegar uno a uno los colonos que contaban entre 4 y 15 años de edad.
Son niños y niñas de las tres Legua: La Legua Vieja, Legua Nueva y Legua Emergencia. Niños que han crecido incorporando con naturalidad en su vocabulario términos como ‘la merca’ y ‘reventar casa’; niños que se han visto obligados a encerrarse en sus hogares por miedo a que una ‘bala loca’ les pueda llegar mientras juegan en la calle.
Es sabido que muchas organizaciones sociales y centros comunitarios se han instalado en la población con el fin de trabajar junto a los vecinos para intentar hacer de este un lugar más seguro.
Aunque no sea una ONG, las Colonias Salesianas son tremendamente esperadas, tanto por los niños del sector, como por los padres. Y claro, es como un pequeño oasis en medio de un gran desierto en el que se podría ser presa fácil del tráfico y la delincuencia.
Familias rotas
La mañana fue dedicada a la catequesis, separados los colonos en grupos por rangos de edad (4-5, 6-7, 8-9, 10-11 y 12-más). El tema de este día giró en torno a la familia, el buen trato y el respeto.
Sor Luisa me sugirió quedar con los más grandes y con ellos me senté en un círculo en el suelo para escuchar a una de las monitoras leer un texto bíblico que hacía referencia al respeto que debemos entregar a nuestros padres. Pensé que surgirían muchas opiniones y que se generaría un debate en torno a lo que deberíamos ser como hijos, pero, para mi sorpresa, no fue así.
Los chicos y chicas muy poco escucharon y menos dijeron… así que los monitores instaron a escribir en hojas de papel algunas razones del por qué es importante el respeto en la familia. Se les dificultó mucho la tarea, pidieron ayuda porque no sabían qué escribir e, incluso, se copiaron entre ellos.
Mi reacción en ese momento fue pensar, ‘¿qué les pasa?’, ‘¿Cómo no van a saber qué responder?’ o ‘¿no quieren participar?’.
Pasó el rato y escuché a una de las monitoras decir: “me demoré porque una niña me quiso contar sus problemas familiares” y me pregunté: ¿Cuántos de ellos no conocen el respeto en la familia o, quizás, lo perdieron en algún momento por alguna razón?.
Ahí entendí que esta experiencia, más allá de ser un importante espacio para la evangelización y la recreación, es un lugar de cuidado y de contención para estos niños y niñas que no solo son vulnerables al entorno en el que viven, sino también en sus propios hogares.
Verano de calor amenazante
Nos fuimos a almorzar y el calor comenzaba a hacerse presente con intensidad. Ese 5 de enero el termómetro alcanzó los 32 grados Celsius en Santiago, los que se incrementaban mientras el suelo de la cancha del colegio se calentaba al punto de quemarnos los pies a través de las zapatillas.
Pese a que el calor empezaba a agobiar, las actividades y los talleres de manualidades, origami, deportes, teatro, moda, entre otros, siguieron su curso. Los niños continuaron con la alegría y energía que los caracteriza… algunos con mucha, mucha energía.
Al avanzar la tarde, los rostros de los monitores, quienes pernoctan en el lugar durante todo el periodo de colonias, evidenciaban el cansancio y el desgaste, sin embargo, su entrega continuaba intacta.
Llegaron las 16:30 hrs., hora de finalizar la jornada. Los niños y niñas, luego de comer un yogurt con cereales, comenzaron a regresar a sus hogares, ansiosos porque el día siguiente tendrían una salida a la piscina municipal.
Los monitores y monitoras se movilizaron rápidamente para dejar las instalaciones del colegio limpias y ordenadas para el día siguiente.
El calor no dio tregua hasta el punto que nos atosigó. Con la Vale nos tendimos en una de las bancas del colegio, pusimos nuestros bolsos como almohadas, cerramos nuestros ojos y cuando los abrimos ya había pasado una hora, justo para integrarnos a la reunión de evaluación y planificación del siguiente día.
Balas, helicópteros y lacrimógenas
Mientras esperábamos al P. Nelson Moreno, quien vendría a hacer la liturgia para los monitores antes de finalizar el día, conversaba con Sor Alejandra sobre la rutina que se da en las colonias y lo importante que es el que los jóvenes monitores permanezcan en el lugar durante todos estos días, ya que también es para ellos una experiencia formativa y enriquecedora.
Eran eso de las 18:00 horas y se escucharon unos ruidos no muy lejos; Sor Alejandra abrió sus ojos verdes, giró la mirada hacia uno de los chicos de la pastoral de la Parroquia San Cayetano y preguntó: “¿Son balazos?”; el joven, sin mucho esmero respondió “Sí, son balazos”.
El nerviosismo estaba presente en las hermanas. Sor Luisa me comentó que ese día se había asustado un poco porque había visto rondar un helicóptero, había escuchado balazos y el día anterior había gas lacrimógeno en las calles, lo que describió como un signo no bueno.
No por nada la Legua está intervenida hace tantos años. Fuimos parte y pudimos vivir ese entorno conflictuado del que tanto se habla, en donde la violencia ha pasado a ser parte de la cultura barrial, en donde los niños y niñas no son libres de salir a jugar a las calles con sus amigos de la cuadra porque las balaceras son a la orden del día.
Un barrio en transición, cargado de etiquetas y de estigmas, en donde el 60% de los residentes vive bajo la línea de la pobreza y el 20% en la indigencia. Un entorno de violencia y desigualdad social en el que nacen y crecen niños que necesitan y exigen oportunidades, y donde la presencia y trabajo de las Hijas de María Auxiliadora se ha convertido en un real eslabón en la construcción de un futuro distinto.
Me voy con un sabor agridulce y con la sensación de que estos niños y jóvenes pueden, como muchos legüinos que conozco y que hoy son profesionales. Solo espero que llegue el día en que estos pequeños no deban avergonzarse de su población, que cuando muchos de ellos sean profesionales, no tengan que omitir en su currículum su dirección, como sé muchas personas se ven obligadas a hacerlo para poder encontrar un trabajo digno.
Por Verónica Soto, Periodista