Nuevas generaciones, nuevas mentalidades

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Uno de mis sobrinos, el curioso e inquieto Matías, no consigue entender con claridad por qué Chile no ha conseguido anotar un gol contra Bolivia en el partido disputado en septiembre pasado con motivo de clasificatorias para Rusia 2018. A sus 5 años se despierta para jugar chuteando cualquier pelota, combinando con la maceta, abollando el portón o rompiendo las flores del jardín. Está obsesionando con el fútbol.

Nicolás, otro sobrino, se toma la cabeza con las dos manos en el tercer gol de Ecuador –partido disputado en octubre, también por las clasificatorias-, no puede creer la flaqueza de La Roja y dice: “Están jugando sin energías, pero seguro que lo dan vuelta”. Para ellos, el fútbol tiene una connotación a remontadas, triunfos, festejos y abrazos trasnochados. Conocen a un conjunto con atrevimiento e inventiva, un equipo con identidad ganadora.

En cambio, mi hermano mayor –mucho más mayor– es un optimista con historia, quizá porque creció viendo una selección mediocre que le empataban en el último minuto jugando a la defensiva.

Esperaba ansioso su revancha, imagina una victoria trágica con un gol en los descuentos y pidiendo la hora. Pero la realidad lo cacheteaba, el mensaje no era codificado y siempre sonaba igual: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”.

Entendamos que Matías y Nicolás, a diferencia de la mayoría de los chilenos, han crecido viendo a un equipo capaz de destacar futbolísticamente. No olvidan el hermoso penal de Alexis Sánchez en el Estadio Nacional que le dio el título a nuestro país de la primera Copa América de su historia en 2015 o la mano salvadora del arquero Claudio Bravo en el cabezazo de Agüero en la final de la segunda copa obtenida este año en Estados Unidos. El pasado late y los recuerdos están frescos, como si fuera ayer; incluso imitan las jugadas, las celebraciones y los cortes de pelos inclasificables.

Para mis sobrinos la posibilidad de ganar un partido importante, colgarse una medalla y levantar una copa es posible. Los sueños se hacen realidad. Naturalmente, la victoria navega por sus venas. En cambio, para generaciones de avanzada –como la de mi hermano mayor– esa posibilidad resulta lejana, coqueteando con lo imposible.

Arturo Vidal aterriza a Chile y dispara: “somos la mejor selección del mundo y queremos ganarle a cualquiera jugando nuestro fútbol”. El discurso del “Rey” no conoce filtros ni comas; Matías hipnotizado lo mira perplejamente, nada lo distrae, por la televisión está su ídolo de niñez.

Las victorias y el lenguaje de los futbolistas han permitido crear otras realidades, lo que antes era una utopía y lindante en lo imposible, hoy es esencial enfrente a quien enfrente, formando una mentalidad ganadora a prueba de todo.

No es casualidad que los partidos que Matías juega con sus amigos, Chile le gane a Inglaterra en Londres o derrote por goleada a Brasil. Los triunfos consecutivos sobre la Argentina de Lionel Messi –después de todo le ganamos al mejor equipo de Sudamérica y quizá al mejor del mundo me dicen desde el vecino país– han traído nuevos sueños posibles.

Mis sobrinos están obsesionados con el fútbol: jugando todos los partidos, juntando e intercambiando todas las láminas y soñando con jugar en los grandes equipos. Por mientras, la nueva mentalidad ganadora les permite “creerse el cuento”. Matías cree en sus capacidades y está convencido que vencerá a su papá en la próxima carrera y Nicolás confía en sus herramientas de seducción para encantar a la chica que lo tiene loco.

Los éxitos deportivos se reflejan en sus desafíos diarios. Trasladan la sensación de triunfo a sus quehaceres diarios. Si ellos pueden, yo también. Confían en sus capacidades y quieren ganarlo todo, sin embargo, la nueva mentalidad también debe ser alimentada desde otra mirada. No solo importa llegar al objetivo, muchas veces los mecanismos y el camino son más importantes. Seamos claros: en la vida no solo importa la victoria, a veces, la derrota nos fortalece y nos transforma.

Por Marco Vera, Periodista

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