En América Cono Sur la Congregación Salesiana ha establecido, desde hace algunos años, que la etapa formativa del Noviciado se efectúe en Córdoba, Argentina, particularmente en la localidad de Alta Gracia. Tres jóvenes chilenos, junto a otros uruguayos, paraguayos y argentinos, conforman una comunidad internacional que, acompañados por el maestro, P. Manuel Cayo, hizo una visita pastoral por las obras salesianas de Chile.
En medio de la visita realizada al Centro Multimedial Caetera Tolle, en Santiago, el viernes 21 de octubre, cuatro de ellos -uno de cada país- dialogó con Boletín Salesiano sobre la experiencia de formación y discernimiento que viven.
¿Cómo ha resultado hacer un noviciado con jóvenes de diferentes países?
Pablo: Compartir con hermanos de otros países ha sido muy fructificante y me ha abierto mucho la mentalidad, por ejemplo, en cómo trabajar pastoralmente. En Paraguay hay más religiosidad en los jóvenes. Hablar de Dios es mucho más abierto. En Argentina, por ejemplo, es más restrictivo.
Bernabé: Esta vivencia del Noviciado es para aprender a vivir en comunidad y a seguir a Cristo en comunidad. Que sea intercultural nos ayuda a encontrar diferencias que pueden ser positivas en un país o en otro… Es una familia. No es que renunciemos a ella, la tenemos de otra manera. Vivimos como hermanos, cuidándonos, ayudándonos.
Eduardo: Es una experiencia muy rica en cosas que podemos compartir entre todos. Hay cosas que no sé, pero mi hermano sí. Nos complementamos en todas las dimensiones: espiritual, pastoral, humana. Para mí ha sido una experiencia muy linda, muy buena.
Mauricio: Lo que más me llevo del Noviciado es que me doy cuenta que hay más similitudes y cosas que compartimos, que diferencias y cosas que nos separan. Todos estamos buscando a Jesús, siguiéndolo a Él. Todos tenemos una preocupación por los jóvenes, por los chicos, y eso me parece que es la certeza más fuerte.
¿Qué le dirían a los muchachos que comienzan a tener inquietud vocacional pero que encuentran obstáculos para atenderla?
Mauricio: Esto es como saltar en paracaídas. Uno tiene que confiar que se abrirá. Si lo piensas mucho, se complica; vas a encontrar muchos motivos que te van a tirar para atrás. Si uno siente el llamado lo mejor es escuchar el corazón. Si uno ya se está preguntando una cosa muy pequeñita, es buen signo que no hay que descartarlo. Por experiencia personal, lo primero es buscar alguien con quien hablarlo, que ayude, que acompañe, que escuche, sin miedo. Somos jóvenes, tenemos la posibilidad de preguntarnos y ver qué queremos hacer de nuestra vida.
Bernabé: Creo que algo bien importante es no pensar que Dios está fuera, sino que está en nosotros y con nosotros. Tenemos que lograr identificar cuáles son nuestros deseos más profundos. Uno se hace la pregunta: ‘Qué es lo que quiere Dios para mí’ y ese es el momento en el que uno se debe poner alerta; como decía Mauricio, buscar alguien que lo pueda ayudar y guiar el discernimiento, que es continuo, de a poco. Yo tengo 27 años. Desde antes sentía que Dios me llamaba, a los 25 o 24. Veía que otros chicos habían entrado más jóvenes, pero la cuestión de la edad no es importante. Me resistí un poco, pero lo importante es que Dios llama en cualquier circunstancia. Llama a uno, como es, con sus errores y sus virtudes.
Eduardo: En Alta Gracia tenemos clases en un centro intercongregacional. Allí escuchamos el testimonio de un fraile franciscano, Miguel Ángel López, que nos contó que siendo párroco llega una persona que le pidió acompañamiento en el discernimiento. Aceptó -contaba el fraile- y le pidió que le contara cuál era su inquietud; le decía: ‘Padre, siento que Dios me está llamando, lo he visto en los hechos, en las personas, pero no quiero y necesito que me ayude a discernir’. Y el fraile le responde: ‘El discernimiento ya está hecho, qué te voy a ayudar. Ahora, que tú respondas es otra cosa’. Ese testimonio me marca y creo que esos nos pasa.
Pablo: Les diría que confíen en la llamada de Dios. Ciertamente Dios se vale de los signos de nuestra vida cotidiana, fiarse de eso. Yo he sido llamado desde niño. La gente decía de mí que algún día sería sacerdote. Eso iba trabajando en mi conciencia. A los 18 me hice la pregunta, ya conocía la Congregación, pero no me decidí porque influía mucho la vida familiar. Soy hijo único de una madre soltera minusválida. Ella dependía mucho de mí para sobrevivir. Me aboqué todo a ella, pero la inquietud vocacional siguió latente, de manera que siempre busqué formas de acercarme más a Dios. Formé parte de la Familia Salesiana con los Salesianos cooperadores, con los Voluntarios con Don Bosco, que hacen votos privados y que trabajan con los jóvenes; pertenecí al Movimiento Juvenil Salesiano durante 12 años.
Por Vicente Fritz, Periodista