Con el acento en poner la dimensión humana en el centro de la educación católica y entendiéndola como un servicio de la Iglesia a la sociedad, culminó el II Congreso Nacional de Educación Católica. Mons. Héctor Vargas, obispo de Arica y presidente del Área de Educación de la Conferencia Episcopal, fue el encargado de abrir la tercer y última jornada del II Congreso Nacional de Educación Católica que se desarrolló desde el 18 de octubre, en Santiago. El obispo hizo un recuento de lo que fueron estos días de congreso y destacó algunas conclusiones como la necesidad de profundizar sobre la identidad y la naturaleza de la educación católica, ya que por variadas razones, presiones y legislaciones, “poco a poco y en un proceso bastante inconsciente tal vez, nos hemos ido adaptando a un modelo de educación, que está lejos de ser el nuestro”. Sobre la situación de la educación en general, el obispo destacó el valor de la educación pública y la pérdida que significa, para la sociedad, el estado de la educación municipalizada. En este contexto, reparó en el concepto de libertad de enseñanza, que catalogó como principio irrenunciable para la Iglesia. “Ésta debiera ser la bandera de la Iglesia”, agregó monseñor Vargas al destacar que la libertad de enseñanza puede transformarse en una ficción si ésta se limita a la posibilidad de generar colegios que respondan a objetivos propios. “Ésta supone, al mismo tiempo que los padres puedan tener la posibilidad real de dar a sus hijos la educación que desean”, explicó. Dentro de la reflexión hecha por el obispo, una de las preguntas que planteó fue qué es lo que realmente quieren o esperan los jóvenes de la sociedad. Y en este sentido, agregó que “nos asiste la convicción que nuestro actual sistema de educación tiene grandes dificultades para dar respuestas a las grandes ansias de nuestros jóvenes”. Además, monseñor Vargas recalcó que si bien no se puede imponer a todos la educación católica, el aporte que se puede hacer es que ésta sea capaz de ofrecer a la sociedad el concepto de una auténtica educación desde el punto estrictamente humano. A esto se suma la posibilidad que tiene este tipo de enseñanza de poner en el centro de todo, la persona de los jóvenes, sobre todo si este joven sufre “pobreza, derrota y pecado”, porque la vida de ellos es el punto de partida para el modelo educativo católico. En la escuela católica todos somos agentes de la pastoral Otro de los temas abordados en este tercer día de Congreso, fue la nueva institucional y los desafíos de la escuela católica en este escenario. Quien expuso sobre este tema fue el hermano marista, Jesús Triguero, presidente nacional de FIDE, quien partió identificando los elementos de debiera tener una escuela de calidad. Entre éstos destacó, la necesidad de tener un sentido de misión; un proyecto educativo; una autonomía de gestión, administrativa y curricular. También habló de la importancia del liderazgo, que los directivos animen la conducción educativa del establecimiento, que haya un ethos escolar positivo que transmita una identidad que infunda valores del colegio, además de una gestión responsable que implique una administración sana de recursos los humanos, materiales, etc. En este contexto y considerando el papel de la educación católica particular, el hermano Jesús Triguero recalcó que “los que trabajamos en la escuela católica, todos somos agentes de la pastoral” y complementó identificando los desafíos de este tipo de enseñanza. Así, destacó que la educación católica debe entenderse como un servicio de la Iglesia a la sociedad y no sólo para los católicos; tiene que centrar su objetivo en la educación de la persona; y que el objetivo de la pastoral debe ser despertar, acompañar y animar, desde el ámbito educativo, el proceso de la maduración de los alumnos para que transformen la sociedad en la que viven. El II Congreso Nacional de Educación Católica terminó con una Eucaristía presidida por el Nuncio Apostólico, monseñor Ivo Scapolo. Fuente: Prensa CECh |
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