Poema realizado por el Profesor Ricardo Opazo, del CEST, al cumplirse los 90 años de Don Mirko
Para celebrar a este hombre
hay que juntar ecos de gaviotas,
sonidos de jóvenes volcados a juegos
entre balones y soles desatados.
¿Qué nos queda
en el aciago concierto
de horas gastadas,
donde voces pretéritas
pasean por este patio?
El Padre Andrés
con su voz de trombón
evitando en naufragio
de esta nave madre.
El Padre Snurer
aún camina por el gimnasio
en el cual dejó su alma.
¿Por qué la luna nos contempla
con su tenue luz?
Acaso la vida no es más
que una quimera
gastada en la prisa
de lo que amamos.
Aún veo en el amplio salón
a Don Mirko, impecable,
sereno, cosiendo
el destino de sus alumnos,
tijera para cortar lo turbio,
aguja, para enmendar lo torcido,
sonrisa para combatir la desesperanza,
y hoy, que el calendario
caló sus huesos
dejando plasmada
la huella de los que sirven,
llenando su historia de plenitud;
allí lo veo… lento
llevando el peso acumulado
de darle mayor gloria a su alma
en la profundidad de Dios
que nos espera paciente.
En un rincón de nuestra escuela
un niño esloveno
reparte el pan eterno
en las puertas del paraíso.