En horas de la madrugada del martes 17 de noviembre, falleció Juana Angelina Zamorano Rojas, mamá del salesiano sacerdote, P. Juan Bustamante, Director de la presencia salesiana de Macul y Delegado Inspectorial de la Comunicación. En el transcurso de la mañana, los restos de la señora Juana serán llevados hasta la parroquia salesiana Domingo Savio de la Comuna de San Ramón (Ecuador 1566), lugar donde se realizará el velatorio y se celebrará la Eucaristía a las 19.30 hrs. del mismo martes. Los funerales se realizarán mañana miércoles 18 en la misma parroquia, a las 14.30 hrs.
La señora Juana estaba aquejada hace más de tres años de un cáncer de colon-recto, con metástasis en su hígado y en sus pulmones. Comenta el P. Juan que vivió su enfermedad con dignidad y resignación, aceptando aun con cansancio y fastidio, las consecuencias de su operación: una colectomía permanente, pero sin dejarse abatir o regañar por lo que le tocaba vivir.
Reseña biográfica
La señora Juana Zamorano nació en la ciudad de Rengo, el 12 de enero de 1930. Hija de Fernando y Lucila, primogénita de una larga familia de 14 hermanos. Le sobrevive su esposo Hernán, sus hijos Marco Antonio, Margarita y Juan Hernán, sacerdote salesiano. La lloran y recuerdan sus seis nietos, su nuera y yerno.
Cuenta el P. Bustamante que fue considerada por todos como una mujer sencilla, trabajadora, esforzada y de fuerte carácter, que supo formar una familia con personas de bien y mucho amor y unidad.
A pesar de haber tenido casi nula instrucción, se preocupó de que sus hijos estudiaran. A todos les inculcó la vida de Dios y les ayudó a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana. Otro tanto se preocupó de lo mismo para sus nietos.
Por sobre todas las devociones, la de la Virgen fue la más acentuada y la más cuidada por ella. Participaba de la misa dominical más temprana, para prepararse junto a su esposo Hernan para recibir a sus hijos y nietos por la tarde del domingo.
Hace más de tres años supo de su cáncer. Aceptó el tratamiento invasivo y destructor de varias sesiones de quimioterapias, después de una operación de alto riesgo, con internaciones y controles sin descanso.
En el último tiempo, su deterioro fue progresivo y destructor. Aunque le costaba mucho hablar y tragar incluso un poco de agua, al momento de la oración y de comulgar, se disponía de buen ánimo y rezaba y acompañaba el momento de Dios con amor y sinceridad.
Hace 40 años vivió el momento más doloroso de su vida: la muerte imprevista de su hijo mayor, Fernando, a quien siempre recordó y mantuvo en su presencia todos los días, hasta que su memoria se lo permitió. Lo amó tanto, que siempre pidió que sus restos descansaran con los de él. Ese deseo así será respetado.
“Dios le premie con el descanso eterno y merecido después de tanta fatiga y de tanta cruz. Bien merecido se tiene el cielo, desde donde seguirá intercediendo por los suyos y por los sacerdotes”, concluye el P. Juan.
Para llegar a la parroquia Domingo Savio