“Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1 Tm 4,10), es el tema del mensaje que el Papa Benedicto XVI dirige a los jóvenes en ocasión de
Recordando el pasado evento de Sydney, días en los que “La alegría de la fiesta y el entusiasmo espiritual experimentados en esos días, fueron un signo elocuente de la presencia del Espíritu de Cristo”, el Papa indica el camino para
La invitación hecha a los jóvenes en Sydney a dejarse “plasmar por Él para ser mensajeros del amor divino,” encuentra su continuidad en el “tema de la esperanza” que está en “está en el centro de nuestra vida de seres humanos y de nuestra misión de cristianos, sobre todo en la época contemporánea”, una esperanza “fuerte y segura”.
El límite de la experiencia humana lleva a los creyentes a reconocer que esta esperanza “sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar” (Spe salvi 31)”.
La crisis de esperanza afecta de modo particular a los jóvenes, un hecho que el Papa alude en su mensaje: “Pienso, queridos jóvenes amigos, en tantos coetáneos vuestros heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal que es frecuentemente consecuencia de un vacío familiar, de opciones educativas permisivas y libertarias, y de experiencias negativas y traumáticas”. El Pontífice invita, por lo tanto, a los jóvenes a abrirse a
“Como un día encontró al joven Pablo, Jesús quiere también encontrar a cada uno de vosotros, queridos jóvenes. Sí, antes de ser un deseo nuestro, este encuentro es un vivo deseo de Cristo”. El Papa Benedicto XVI indica además como medios para encontrar a Cristo la oración perseverante, sobre todo aquella comunitaria y la participación a los Sacramentos.
Convirtiéndose en discípulos de Cristo, los jóvenes podrán “contribuir a formar comunidades cristianas impregnadas de amor como aquellas de las que habla el libro de los Hechos de los Apóstoles”. El Papa ha invitado además a los jóvenes a no dejarse desanimar por las dificultades, a ser “pacientes y perseverantes, venciendo la tendencia natural de los jóvenes a la impaciencia, a querer todo y enseguida;” y a Testimoniar, como San Pablo, al Resucitado a los propios coetáneos y a los adultos haciendo opciones que sean expresión de la fe, siempre dispuestos a dar respuesta “a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 P 3,15).