Parejas italianas adoptan embriones españoles para evitar que mueran

Ocho embriones españoles de dudosa viabilidad han sido implantados a mujeres italianas. Después de años congelados a más de doscientos grados bajo cero y abandonados por sus padres biológicos, han podido experimentar el calor materno. No se trata de parejas con problemas de fertilidad, ya tienen hijos, pero desean dar unos padres a los miles de embriones humanos olvidados por sus progenitores y evitar que se destruyan o se experimente con ellos.

La Comunidad Papa Juan XXIII -creada por el sacerdote italiano Oreste Benzi-, a través del proyecto Maternidad Difícil, ha logrado que se realicen ocho implantaciones para evitar que los embriones fueran destruidos. Siete de ellos no lograron arraigarse en el útero, pero el octavo ha superado ya el primer mes de gestación. La madre había acogido a otros dos embriones anteriormente, pero ninguno sobrevivió. Todos ellos provienen de una clínica de Barcelona que los ha donado a las parejas italianas al haberse desentendido los padres biológicos.

La ley en Italia no regula aún la donación de embriones para su implantación a padres distintos de los biológicos, por lo que la Comunidad Papa Juan XXIII y las 20 familias que estaban decididas a ofrecer esta oportunidad de vida, decidieron comenzar su labor en España. La finalidad es impedir que estos embriones sean destruidos y mueran. «Son vidas humanas», afirman con contundencia.

Enrico Masini, responsable del proyecto Maternidad Difícil, explica a LA RAZÓN que «no son parejas con problemas de fertilidad; en la mayoría de los casos ya tienen hijos». Deja claro que este gesto no supone apoyar las técnicas de reproducción asistida, que «convierten al hombre en un procducto», sino que intentan que no se destruyan «los pequeños hombres injustamente producidos en laboratorio, congelados y abandonados por sus progenitores biológicos». Masini aclara que prefieren «los embriones que, bien por la edad de los padres bien por el tiempo que llevan congelados, se consideran no implantables o con riesgo de enfermedad, ya que es a éstos los que urge salvar, mientras que los que se encuentren en mejores condiciones tienen la posibilidad de ser acogidos por parejas que deseen tener hijos». Sin embargo, en España sólo un 4% de los miles de embriones que «sobran» tras la fecundación in vitro son adoptados por otras parejas.

La idea de buscar una familia para estos bebés probeta surge en 1996. Masini y su esposa, a pesar de tener cuatro hijos biológicos, decidieron que querían adoptar un embrión humano al conocer que Inglaterra iba a destruir de forma masiva todos los que se encontraban almacenados en sus clínicas.

Al mismo tiempo, Oreste Benzi y la Comunidad Juan XXIII tenían la misma preocupación, por lo que Masini y Benzi crean, dentro de la asociación, Maternidad Difícil con la convicción de que los embriones «son seres humanos, aun cuando tengan una minusvalía, y se convierten en las personas más marginadas de la sociedad», dice Enrico Masini, y precisamente el objeto de la Comunidad es atender a los marginados de cualquier tipo.

Maternidad difícil

La escasa viabilidad de los primeros siete embriones implantados hizo que no llegaran a nacer, sin embargo «han podido experimentar el calor materno y el amor sólo unas pocas horas antes de partir a los brazos del Creador». Además, Masini resalta que hicieron este viaje «con un nombre propio, dado por estos padres que lo han regenerado en el amor permitiéndole vivir sus últimas horas en una familia».

La legislación española permite donar los embriones en dos casos: cuando los padres biológicos expresamente hayan dado su consentimiento a la clínica o cuando haya transcurrido un año sin que los progenitores hayan decidido qué hacer con los embriones congelados que sobraron después de realizar una fecundación in vitro. En ese caso, decidirá la clínica.

Un estudio realizado por el instituto Marqués de Barcelona revela que sólo el 8,2% de los padres deseaban donar. El 21% optaba por mantener los embriones congelados a la espera de tener un nuevo hijo, el 6,1% decidió destinarlos a la investigación y un 2,6% eligió directamente la destrucción. La mayoría de las parejas, un 61,7%, no fue capaz de tomar una decisión que genera conflictos emocionales con frecuencia. Los motivos son muchos y variados: el temor a que un día sus hijos encuentren un hermano, el desacuerdo en la pareja o el temor a arrepentirse. El resultado: miles de embriones abandonados, y su única posibilidad de vivir es ser adoptados.