Fundación Don Bosco: “Cuando uno quiere…se puede”

Hombre y mujeres, jóvenes y adultos, 50 en total, recibieron en una hermosa ceremonia realizada el 27 de noviembre en el Auditorio Don Bosco, el diploma que certifica que han llegado al fin de una etapa más en el largo y duro camino de la rehabilitación a la dependencia de las drogas.

Son todos ellos miembros de las comunidades Don Bosco Acoge, Patios Punitaqui y Galvarino; Comunidades Mamá Margarita, Domingo Savio y María Auxiliadora, Niños de la Calle de Puente Alto y Pinardi de Los Andes, centros de la Fundación Don Bosco-Vida Compartida.

En el acto, en que estuvieron presentes el Presidente de la Fundación, Monseñor Ricardo Ezzati, su vicepresidente Padre Daniel Lescot, el Padre Inspector Natale Vitali, sacerdotes salesianos, colaboradores y familiares y amigos de los graduados, la bienvenida estuvo a cargo de su Director Ejecutivo Antonio Ovando, quien emocionado señaló cuál es la piedra angular en que se basa el trabajo de la Fundación: “La confianza crea confianza”.

“Para en verdad generar un cambio en las personas adultas y creer en la rehabilitación, así como para mejorar el mundo de los niños de la calle y avanzar al Bicentenario, para proponer salidas posibles, no basta con poseer toda una metodología bien definida, no basta con utilizar las técnica de un modo adecuado, o incluso no basta con poseer grandes infraestructuras ni recursos astronómicos -dijo Ovando-, para lograr avanzar en los desafíos planteados, es necesario y también esencial, tener una visión integral de la persona humana, y en esta visión centrada en las piedras angulares que mencionamos, la esperanza y la confianza. Sea este acto entonces, una muestra de confianza”.

Agregó Ovando que “50 jóvenes, hombre y mujeres, adolescentes y adultos son los graduados, figuras centrales en esta ceremonia. Son 50 personas, varios hijos, esposas, madres, hermanos, familia, barrios y poblaciones, son historias antes contreñidas, hoy de vida compartida. Son zapatos distintos, algunos algo apretados, otros con mucho tiempo, lágrimas que escurren al sentir que el esposo o el hijo no llegó…el sueño de acompañar a los niños de la calle era posible, el sueño de Don Bosco, Mamá Margarita y los salesianos son posibles, tenemos el compromiso, un sistema educativo, el cariño de los jóvenes y el cariño de Dios.

El Padre Natale Vitali, invitado a dedicar algunas palabras a los presentes, agradeció a los involucrados en este hermoso logro: “Todos somos hijos de Dios, eso es lo más bonito que Cristo nos ha dicho. En la religión Cristiana no hay excluidos, porque Dios nos ama a cada uno de nosotros, eso es lo que mueve a la Fundación a trabajar por ustedes, junto con ustedes, para que cada uno de ustedes diga… “sí, yo puedo, sí yo quiero”. Gracias a todos los que han trabajado por que este sueño, el sueño de ustedes, se haga realidad. Que no sea el sueño solamente de hoy día, sino de toda la vida”.

Testimonios

Luego de recibir su diploma, Monseñor Ezzati fue el encargado de realizar el momento de Acción de Gracias, en el que los graduados se comprometieron a ser luz y sal para muchos otros jóvenes y adultos, mujeres y hombre que en estos momentos se encuentran en situación de dependencia de las drogas.

Luis Jaña, un hombre, un adulto habló directamente a sus compañeros de comunidad: “Yo fui igual que ustedes un chico de la calle, pasé por lo mismo que ustedes. Lo que hizo este programa por mí y por mi familia, no tiene precio, y toda mi vida no va ser suficiente para agradecer… ojalá hubieran más instituciones como ésta, destinando sus esfuerzos como lo hace la Fundación Don Bosco, a la rehabilitación de jóvenes, aquellos jóvenes que no tienen oportunidades, aquellos que están meses bajo el flagelo de la droga. El programa Don Bosco creyó en mí así como en mis compañeros, quiero decirle a mis compañeros de la comunidad terapéutica, a los chiquillos de la calle, que cuando uno quiere, se puede”.

El testimonio de Natalia Rubio, una joven universitaria, no es menos emocionante y significativo: “Sabía que no iba a ser una tarea fácil, pero con el apoyo de mi familia y de la Fundación, empecé el camino de mi rehabilitación. Entrar a la comunidad terapéutica María Auxiliadora fue la primera oportunidad de empezar a pensar en mí, de conocerme, obtuve carácter, y recordé cómo era la vida sin drogas y lo maravilloso que se siente, al llegar la noche, poner tu cabeza en la almohada y dormir con la conciencia tranquila de saber que estás haciendo lo correcto”.

Finalmente Natalia reflexionó: “Es ahora cuando podemos mirar hacia atrás con arrepentimiento y adelante con toda confianza, gracias por toda su ayuda y comprensión, hoy empieza el resto de nuestras vidas”.